Zizek, sobre la crisis política en el mundo árabe.
febrero 7, 2011

Reproducimos a continuación un sugerente artículo del filósofo y psicoanalista sloveno Slavoj Zizek que me fuera sugerido en el día de hoy por Pedro Brieger. El título es diferente al que fue utilizado por El País y en el propio blog de Brieger porque respeta el que el propio Zizek le puso a su intervención (que, de todos modos, fue más que una y el autor introdujo algunos agregados a medida que lo iba publicando en diversos medios digitales). Nos tomamos la licencia, también, de revisar la buena traducción de Cuéllar Menezo corrigiendo algunas pocas palabras y expresiones técnicas.

Egipto y Túnez: ¿por qué temerle al espíritu revolucionario árabe?

Slavoj Zizek 

En las revueltas de Túnez y Egipto hay algo que no puede por menos de llamarnos poderosamente la atención, y es la patente ausencia del fundamentalismo islámico: siguiendo la más pura tradición democrática laica, la gente se ha limitado a sublevarse contra un régimen opresivo y corrupto, y contra su propia pobreza, para exigir libertad y esperanza económica. El cínico postulado liberal de cuño occidental, según el cual en los … (clic abajo para continuar)  países árabes las concepciones realmente democráticas sólo están presentes en las reducidas elites liberales mientras que a la gran mayoría de la población solo la puede movilizar el fundamentalismo religioso o el nacionalismo ha quedado desmentido. Evidentemente, la gran pregunta es: ¿qué ocurrirá el día después? ¿Quién se alzará con el triunfo político? ¿Adónde debería ir Mubarak? La respuesta está clara: al Tribunal Penal Internacional de La Haya.  

El auge del islamismo fue siempre el reverso de la desaparición de la izquierda laica. En Túnez, cuando se constituyó un nuevo Gobierno provisional, de él quedaron excluidos los islamistas y la izquierda más radical. Los demócratas petulantes reaccionaron diciendo: «bueno, son fundamentalmente lo mismo, dos extremos totalitarios», pero ¿son las cosas tan simples? ¿Acaso a lo largo del tiempo quienes se han venido enfrentando no han sido precisamente los islamistas y la izquierda? Aunque unos y otros estén momentáneamente unidos contra el régimen, cuando se acerquen a la victoria su unidad se resquebrajará y se embarcarán en un combate a muerte, con frecuencia más cruel que el librado contra su enemigo común.

¿Acaso no asistimos precisamente a esa pugna después de las últimas elecciones iraníes? Lo que cientos de miles de partidarios de Mousavi defendían era el sueño popular que alentó la revolución jomeinista, es decir, libertad y justicia. Aunque ese sueño fuera una utopía, entre los estudiantes y la gente corriente supuso una imponente explosión de creatividad política y social, de experimentos y debates organizativos. Esa auténtica apertura desató inusitadas fuerzas de transformación social, un momento en el que «todo parecía posible»; después, poco a poco, fue sofocado cuando las fuerzas vivas islamistas se adueñaron del  control político.

Aun ante movimientos abiertamente fundamentalistas, hay que tener cuidado de no perder de vista el componente social. A los talibanes se los suele presentar como un grupo fundamentalista islámico que se impone mediante el terror; sin embargo, cuando en la primavera de 2009 ocuparon el valle paquistaní del Swat, The New York Times informó que habían fraguado «una revuelta de clase que explota las profundas fisuras existentes entre un pequeño grupo de terratenientes acaudalados y los campesinos sin tierras». Si al «aprovecharse» de los sufrimientos de los campesinos los talibanes estaban «dando la voz de alarma sobre los riesgos que pesan sobre Pakistán, que sigue siendo
mayormente feudal», ¿qué es lo que impedía a los demócratas liberales  de ese país, así como a los de EE UU, «aprovecharse» igualmente de esos sufrimientos, tratando de ayudar a los campesinos sin tierra? ¿O es que las fuerzas feudales paquistaníes son el «aliado natural» de la democracia liberal?

Es inevitable llegar a la conclusión de que el auge del radicalismo islámico fue siempre el reverso de la desaparición de la izquierda laica en los países musulmanes. Cuando Afganistán aparece retratado como el ejemplo más extremo de país fundamentalista musulmán, hay que preguntarse si todavía alguien se acuerda de que hace 40 años era un país con una sólida tradición laica en el que un poderoso partido comunista se hizo del poder independientemente de la Unión Soviética. ¿Adónde fue a parar esa tradición laica?

Resulta esencial situar en ese contexto los acontecimientos que están teniendo lugar en Túnez y Egipto (y en Yemen y… ojalá hasta en Arabia Saudita). Si la situación llegara eventualmente a «estabilizarse» de manera tal que los antiguos regímenes sobrevivan introduciendo cierta cirugía cosmética de carácter liberal, se generará una insuperable reacción fundamentalista. Para que sobrevivan los elementos clave del legado liberal, sus partidarios precisan de la ayuda fraterna de la izquierda radical. Si nos ubicamos de nuevo en Egipto, veremos que la reacción más vergonzosa y peligrosamente oportunista fue la de Tony Blair, tal como la recogió la CNN: el cambio es necesario, pero debería ser un cambio estable. Hoy en día, un «cambio estable» en Egipto solo puede significar un compromiso con las fuerzas de Mubarak por medio de una ligera ampliación del círculo de poder. Por eso hablar ahora de transición pacífica es una obscenidad: al aplastar a la oposición, el propio Mubarak la hizo imposible. Una vez que lanzó al Ejército contra los manifestantes, la opción estuvo clara: o bien una transformación cosmética en la que algo cambie para que todo siga igual, o bien una auténtica ruptura.

Aquí está por tanto el quid de la cuestión: no se puede decir, como en el caso de Argelia hace una década, que permitir unas elecciones auténticamente libres equivalga a entregar el poder a los fundamentalistas islámicos. Israel se quitó la máscara de la hipocresía democrática y apoyó abiertamente a Mubarak, y, al apoyar al tirano objeto de la revuelta, ¡dio nuevas alas al antisemitismo popular!
Otra de las preocupaciones de los liberales es que no haya un poder político organizado que llene el vacío cuando Mubarak se vaya: por supuesto que no lo hay; ya se ocupó él de que así fuera, reduciendo cualquier posible oposición a la condición de ornamento marginal. De manera que el resultado será como el del título de la famosa novela de Agatha Christie, Y entonces no quedó ninguno. El argumento de Mubarak, o él o el caos, es un razonamiento que va en su contra.

La hipocresía de los liberales occidentales es asombrosa: antes apoyaban públicamente la democracia, pero ahora, cuando el pueblo se alza contra los tiranos para defender, no la religión, sino una libertad y una justicia laicas, se muestran «profundamente preocupados.»… ¿Por qué esa preocupación? ¿Por qué no alegrarse de que la libertad tenga una oportunidad? Hoy día, el lema de Mao Zedong resulta más pertinente que nunca: «Hay un gran caos bajo los cielos – ¡la situación es excelente!” 

Entonces, ¿adónde debería ir Mubarak? La respuesta a esta pregunta también está clara: a La Haya. Si hay alguien que merece sentarse allí, es él.

Slavoj Zizek es filósofo esloveno.
(Traducción original de Jesús Cuellar Menezo. Revisión técnica:  Atilio A. Boron)
Texto originalmente pçublicado en lengua castellana por El País, 3 Febrero 2011. Reproducido en http://pedrobrieger.blogspot.com/2011/02/egipto-caos-bajo-los-cielos-que.html

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Caos/cielos/magnifica/situacion/elpepuopi/20110203elpepiopi_4/Te

 

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Sobre el Autor de este Blog

Atilio Alberto Borón (Buenos Aires, 1 de julio de 1943) es un politólogo y sociólogo argentino, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Harvard. Actualmente es Director del Centro de Complementación Curricular de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Avellaneda. Es asimismo Profesor Consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador del IEALC, el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe.

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