Buenos Aires, 21 de Mayo de 2014.
sobre las afirmaciones volcadas por Leonardo Padura en la entrevista que le
concediera al diario La Nación (http://www.lanacion.com.ar/1687377-1687377).
Como soy aludido en varias de ellas quisiera reiterar lo que dije en el
comentario del día 11 de Mayo cuando leí el reportaje que le hicieran a Padura
en Miradas al Sur (http://sur.infonews.com/notas/aqui-es-donde-mas-me-preguntan-por-cuba),
un semanario que se encuentra en las antípodas de La Nación. En esa ocasión escribí a varios amigos que me
interrogaron acerca del significado de mi crítica un mensaje por correo
electrónico que decía lo siguiente:
recordarán, hice una crítica a la entrevista que Padura le concediera a La
Nación de Buenos Aires. Hoy domingo aparece esta otra entrevista, en el
semanario Miradas al Sur. La comparto con ustedes para su información.
dije en mi nota anterior: no basta con decir que en Cuba uno «se demora 15
minutos en abrir una página en la web». Eso lo sabe todo el mundo pero es
detener el análisis en lo meramente fenoménico. Falta la siguiente pregunta:
¿por qué ocurre tal cosa? Y la respuesta es clara y contundente: por el bloqueo
informático al que ha sido sometida Cuba por el imperialismo norteamericano.
Sin esta pregunta -y sin su correcta respuesta- cualquier crítico se convierte
en una reencarnación de Jeremías, aquel profeta
hebreo de interminable lamentos y que auguraba las peores catástrofes
para el pueblo judío. La historia demuestra que sus jeremiadas no impidieron
que los judíos terminaran esclavizados por la teocracia del antiguo Egipto.
anterior agrego un par de comentarios, suscitados por la lectura del dossier preparado por Jorge Angel Hernández
Pérez y los compañeros de Ogun Guerrero que mucho agradezco por su esfuerzo y
que incluyo completo más abajo en este posteo.
metodológica que señala que cualquier análisis de un país de América Latina y
el Caribe, y muy especialmente de Cuba, es insanablemente desacertado si no
toma en cuenta la inescindible unidad existente entre los procesos domésticos o
locales –con sus yerros, limitaciones o imperfecciones de cualquier tipo- y las
condicionantes internacionales que impone el imperialismo, que en el caso de
Cuba asumen con el bloqueo una duración
y profundidad que no tiene parangón en la historia universal. Por lo tanto,
cualquier análisis o evaluación de lo que ocurre en ese país, tanto de sus
logros como de sus frustraciones, debe necesariamente integrar estos dos
aspectos, cosa que Padura no hace y que fue lo que motivó mi primera crítica.
cuando cierro mi nota publicada en Rebelión
diciendo que “quien no esté dispuesto a hablar del imperialismo norteamericano
debería llamarse a un prudente silencio a la hora de emitir una opinión sobre
la realidad cubana” de ninguna manera puede interpretarse, como lo hace Arturo
Arango, como una exhortación a silenciar toda crítica a la Revolución. Soy de
los que cree, y una conducta seguida a lo largo de toda mi vida así lo certifica,
que como tantas veces lo observara Marx sin crítica no hay revolución. En El Dieciocho
Brumario de Luis Bonaparte escribe que
las del siglo XIX se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen
continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado para
comenzar de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las
indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos …
retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios
fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las
circunstancias mismas gritan: ¡Aquí está Rodas, salta aquí.” La crítica es la
savia que mantiene viva a la revolución, pero para ser tal debe adoptar una
perspectiva que permita entender a Cuba y su revolución como una totalidad concreta
y multidimensional, en donde se anudan una multiplicidad de factores que son
los que determinan su situación actual. Decir que no hay yogur en Cuba o leche
en Venezuela no es una crítica sino un comentario (que puede o no remitir a una
situación criticable), algo que carece del grado de elaboración intelectual que
debe tener una crítica para ser considerada como tal. La crítica, vuelvo a
Marx, es ir a la raíz de los problemas; el comentario, en cambio, se limita a
constatar las apariencias.
cambios -a la vez que preserva las conquistas históricas de la Revolución, que
son innegociables- está fuera de discusión. He venido insistiendo sobre este
tema desde los tiempos del período especial, en mis intervenciones orales y
escritas, estas últimas reunidas en un texto publicado también en Cuba y que
lleva por título Socialismo Siglo
Veintiuno. ¿Hay vida después del neoliberalismo? Que los intelectuales tenemos una enorme
responsabilidad ante los desafíos que plantean estos cambios, tanto los
intelectuales que viven en Cuba como los que desde fuera estamos totalmente
identificados con la Revolución Cubana, también es indiscutible. Responsabilidad
para señalar los errores y celebrar los aciertos; para mapear el escabroso
terreno nacional e internacional por donde habrán de procesarse los cambios que
hay que hacer, con quiénes hacerlo y quienes se opondrán a ellos. Para poner
las armas de nuestra crítica al servicio de la construcción del socialismo. Y
para esto nada más dañino que el silencio. El silencio de los de adentro pero
también de quienes estamos afuera y que pese a no haber vivido todos esos años
en Cuba, como de alguna manera nos lo reprocha Arturo Arango, también tenemos
derecho a emitir opiniones sobre lo que pasa en Cuba y sobre cualquier otro
país, sobre todo aquellos que, como Cuba, contra viento y marea marchan a la
vanguardia en la construcción de un mundo mejor. ¿Cómo podríamos quedarnos en
silencio, aún a riesgo de que nuestras opiniones puedan no ser del agrado de
todos? Los intelectuales revolucionarios somos profundamente
internacionalistas, como lo es Cuba, y eso nos autoriza a opinar, a disentir y
a apoyar. Además, no está de más recordar que quienes hemos apoyado invariablemente a la
Revolución Cubana pagamos un alto precio por ello. En el caso de la Argentina algunos
lo pagaron con su vida; otros con la cárcel y las torturas y los más
afortunados con el exilio que los puso a salvo de la barbarie. Más
recientemente otros lo están pagando con persecuciones varias, desde la pérdida
de sus empleos, crueles discriminaciones, injustas marginaciones de todo tipo
e, inclusive, amenazas físicas. En suma, querido Arturo, estar al lado de Cuba
y ser anti-imperialista en América Latina y el Caribe es una profesión
peligrosa, a veces muy peligrosa en algunos países. Porque asumimos esos
riesgos nos asiste el derecho para opinar y discutir sobre Cuba, su presente y
su futuro. Cuba es el gran faro que ha iluminado la insurgencia de nuestros
pueblos. ¿Cómo podríamos permanecer en silencio e indiferentes ante lo que allí
ocurra?
Jorge Ángel Hernández Pérez
21 de Mayo de 2014 03:36
caja de Pandora destapada revela, eso sí, hasta qué punto, quienes nos
proclamamos rotundos defensores de la libre expresión, y del ejercicio crítico,
estamos dispuestos a entender las ramificaciones transversales de esa crítica
libre.
difícil hallar una obra más orgánicamente crítica con la realidad del proceso
revolucionario cubano que la de Leonardo Padura,
antes y después de esa “verdadera paduramanía” que, según la periodista Astrid
Pikielnik, se ha desatado tanto dentro como fuera de la Isla. Lo hallamos en su
narrativa, en su periodismo y, además, en su casi siempre relegada ensayística.
Y es Padura, también, uno de los pocos escritores cubanos que se ha sostenido ante los veleidosos embates
del mercado sin sacrificar su calidad literaria. De ahí, pienso, que fuese
precisamente él —o sea, su obra— quien marcara el hito del cambio de generación
en el Premio Nacional de Literatura de Cuba.
y arriesgadas por parte de un autor de tal repercusión y prestigio, desaten
diversos modos de respuesta y llamen a la necesaria polémica. Entre las
numerosas reacciones desatadas, todas atendibles por una u otra causa, buena
parte insiste en reincidir en ciertos patrones absolutamente dependientes de
las codificadas conductas de la Guerra Fría.
por un lado, hay quien lo acusa de socavar el proceso revolucionario cubano, al tiempo que le exigen incluir factores clave
de las circunstancias de Cuba que se
hallan fuera de su propia capacidad de decisión. En tanto, otros ven en las
críticas, o en las no coincidencias con las ideas de Padura, una coherente y bien articulada reacción. Juan Carlos
Tabío, por ejemplo, se pregunta si “la bronca” es personal, en tanto Arturo
Arango, dando una vuelta decisiva a la rosca de la especulación, considera que
se trata de una especie de venganza, desarrollada a través de una organizada
conspiración contra Padura, por haber concedido el Premio Nacional de
Literatura posterior al suyo (el correspondiente al 2013) a Reina María
Rodríguez. Paradójicamente, el propio Arango acepta como de total limpieza y
merecimiento, tanto el Premio Pablo Neruda como el Nacional de Literatura, que
a la misma autora recién se les otorgaran. O sea, que se trata de una opinión
dependiente del prejuicio de sospecha que defiende como ecuménico, e
incuestionable, el juicio de valor personal.
llamado de Atilio Borón a Leonardo Padura se centra, no obstante, en unir a esa
fuerza crítica —que el Diario La Nación intenta presentar como “tolerada” y no
como asumida por la propia dinámica de transformación del proceso
revolucionario cubano— circunstancias
insoslayables ajenas a ese mismo proceso, como el bloqueo estadounidense,
condenado por sucesivas sesiones de la Asamblea de Naciones Unidas, en
aplastante mayoría aun en las más difíciles circunstancias de las relaciones
internacionales cubanas y, sin embargo, nunca
eliminado. ¿Decir esto es ser oficialista y
significa además dejarse tragar por las
orientaciones del Partido? Callarlo, ¿no significa otorgar patente de corso a
un poder hegemónico global, de concreta, objetiva —y no abstracta— imperialista
expansión?
breve texto del sociólogo argentino «Padura en Buenos Aires», su llamado al
silencio —tan polémico como el modo de Padura de extender el desencanto a toda
su generación—, se fundamenta en el condicional reconocimiento de lo que, desde
el poder multiplicado, se invisibiliza y se desvirtúa, no en permitir que se
use el bloqueo como tapadera de la ineficiencia burocrática. El comentario es
explícito al respecto. Y es parte además del escenario de la lucha librada por
Atilio Borón durante toda su existencia, aun arriesgando su carrera intelectual
cuando defendió ideas que fueron prudentemente desterradas del canon de
consenso intelectual global.
posibilidad de elección ideológica del intelectual, sin que se le descarte,
justo, por una etiqueta militante. También él ha enfrentado posturas
oficialistas que se pretendían representación revolucionaria canónica, con
absoluta valentía y, más importante, en el dominio público. Se trata de un
intelectual coherente con cuyas ideas, en efecto, no tienen todos que coincidir
ciento por ciento. ¿Es por ello Rodríguez Rivera el ariete de una conspiración
fraguada contra Leonardo Padura y, más allá, contra Reina María Rodríguez? ¿No
es, entonces, un acto de reacción intelectual el hecho de considerar a estos
autores punta de lanza de una conspiración articulada y coherente? ¿No
pretende, clara y públicamente, Arturo Arango, que sea unánime, y hasta
parametrado por el Premio Neruda, el criterio de considerar a Reina María
Rodríguez la indiscutible Premio Nacional de Literatura de 2013?
demuestran la evidente ecuación que equipara el regreso a la normalidad
de Cuba, deseada por Padura en la conclusión de la
entrevista a La Nación, aunque, justo es decirlo, con reticencia, con el
retorno a un capitalismo imprescindiblemente dependiente. ¿No es parte de la
aceptación de los poderes globales asumir la alienación capitalista como un
estado natural? ¿Por qué podría ser más aceptable la dominación de la ideología
del mercado, que la dominación de un proceso de transformación revolucionaria
marxista? De ahí que, del mismo modo que Padura elige, otros puedan hacerlo,
incluso ajenos a supuestos mandatos de partidos políticos.
pues, y lo digo con las letras que considero analíticamente precisas, una
profunda contradicción ideológica en este cruce reactivo de bombas y petardos.
Y hablo de ideología como una parte imprescindible de la cultura, no como un patrón de propaganda doctrinaria.
Lo aclaro para cuando venga la andanada que de oficialista me acuse. Y llamo,
de paso, a asumir un poco más de seriedad intelectual a la hora de confundir
obra con persona. Para seguir aclarando, y disponerme al cierre de este
comentario que ya se va extendiendo demasiado, pienso que siguen sin aparecer
las verdaderas aristas a profundizar, aunque algo se esboce por algunos, como
lo hace García Borrero en su epístola de respuesta —pública— a Tabío y Arango,
y, en ese mismo post, con meridiana lucidez, el comentarista Carlos Olmedo.
qué punto, quienes nos proclamamos rotundos defensores de la libre expresión, y
del ejercicio crítico, estamos dispuestos a entender las ramificaciones
transversales de esa crítica libre. No es difícil comprender hasta qué punto
insistimos en hacer coincidir nuestros propios límites con los límites de
extensión de la opinión pública y, sobre todo, de los cánones de percepción
ideológica. Y ello, a partir de la más libre elección personal, sin que medien
orientaciones espurias de ninguna índole.
recogido el Dossier de la polémica en Ogun guerrero, para que puedan confrontarse todos los
trabajos. (Tomado de Ogún Guerrero) (Ese
dossier se incluye a continuación)
en mayo 20, 2014de ogunguerrero
Hernández
Los cubanos somos apasionados por naturaleza, lo que otros consideran
delirante, para nosotros es pura rutina. No se trata de una especie de
excepcionalidad provocada luego del triunfo revolucionario de 1959, sino de
algo que se halla en la naturaleza misma del comportamiento. Cuando los libros
de Leonardo Padura aparecen a la venta, las colas son masivas y parece que es
carne de res a precios ganga lo que se está vendiendo. Un tiempo atrás, en Casa
de las Américas, hubo disgustos de la población porque no todos alcanzaron a
comprar sus libros.
Ahora, de golpe y porrazo, se ha desatado una polémica a partir de
señalamientos concretos del sociólogo argentino Atilio Borón sobre su
entrevista al Diario argentino La Nación, y de un
llamado que sobre el mismo texto hiciera el intelectual cubano Guillermo
Rodríguez Rivera. Los paduramaníacos más apasionados se han lanzado al ruedo,
con aristas diversas de reacción, en tanto los defensores de la Revolución
cubana también han considerado prudente intervenir.
Así, el Dossier se hace extenso y un tanto intransitable. He hurgado con
paciencia, entresacando los trabajos, tanto de la andanada de correos, como de
las varias direcciones a las que remiten los diversos textos, para ver si al
menos se ordena la cosa y, entre tanta referencia no referenciada, sabemos de
qué se habla en realidad y porqué, en verdad, se reacciona.
Este es el índice de lo que a continuación arrastro:
1. Leonardo Padura: “La realidad cubana es demasiado peculiar para explicarla
con prejuicios a favor o en contra”, La Nación, Domingo 04 de mayo de 2014
2. Padura en Buenos Aires x Atilio Borón, Rebelión, 06-05-2014
3. Padura, la literatura, el compromiso x Guillermo Rodríguez Rivera, Rebelión,
12-05-2014
4. JUAN CARLOS TABÍO Y ARTURO ARANGO A PROPÓSITO DE LOS RECIENTES
CUESTIONAMIENTOS A LEONARDO PADURA, Blog Cine cubano la pupila insomne, mayo 17
de 2014
5. Respuesta de Guillermo Rodríguez Rivera, Segunda cita, 15 de mayo de 2014
6. A los vigilantes del dogma x Juan Antonio García Borrero, Blog Cine Cubano
la pupila insomne, 18 de mayo de 2014.
7. Padura: Ser o no ser, esa es la cuestión x Orestes H., Rebelión, 13-05-2014
8. “Aquí es donde más me preguntan por Cuba”, entrevista a Leonardo Padura x
Guillermo E. Pintos, Miradas al Sur, Año 7. Edición número 312. Domingo 11 de
Mayo de 2014.
La Nación, Domingo 04 de mayo de 2014 |
Publicado en edición impresa
Entrevista con
Leonardo Padura: “La realidad cubana es demasiado
peculiar para explicarla con prejuicios a favor o en contra”
En vísperas de su llegada al país, el escritor y periodista cubano matiza las
miradas elogiosas y críticas sobre su país, y afirma que la apertura está
cambiando la vida social en la isla
Por Astrid Pikielny | Para LA NACION
Dice que la escritura fue su tabla de salvación, que lo rescató de la locura y
la desesperación en los años noventa cuando la crisis de la Unión de las
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) arrasó las promesas y los sueños de la
utopía socialista y sumergió a Cuba, su patria, el país en el que vive y al que
vuelve después de sus múltiples viajes al exterior, en una crisis inimaginable.
Leonardo Padura, el periodista y escritor que cautiva a miles de lectores en
todo el mundo y que ha desatado una verdadera “Paduramanía”, que escribe en
Cuba sobre Cuba y que no ahorra críticas demoledoras a esa utopía trunca en sus
múltiples novelas y trabajos periodísticos escritos para una agencia de
noticias internacional, lo dice pausada y cálidamente, desde la isla, en una
conversación telefónica pautada en vísperas de su llegada a la Argentina.
El sábado próximo presentará, en la Feria del Libro de Buenos Aires, El viaje
más largo (Capital Intelectual- Futuro Anterior), un libro que compila crónicas
periodísticas escritas en los años ochenta y noventa, que conforman una
travesía por la identidad cubana a través de algunos momentos, hitos y
personajes.
Esos trabajos, escritos en un momento singular para el periodismo cubano -que
dio lugar a la experimentación y al vuelo literario-, hoy sorprenden por su
vigencia y la calidad de la escritura.
“Los escribí pensando en textos que no murieran con su publicación y que
tuvieran una existencia un poco más dilatada. Me agrada mucho que esos trabajos
escritos hace tantos años se publiquen, se editen y se estudien en las escuelas
de periodismo como una forma de utilización de las técnicas narrativas, del
lenguaje, del oficio literario”, relata.
Después de ese paréntesis creativo en la historia del periodismo cubano, en los
años 80, Padura explica que hubo un retorno a una prensa “politizada y
utilitaria” que presenta “una imagen edulcorada del país”. Autor de El hombre
que amaba a los perros – una novela sobre Trotsky y su asesino, Ramón Mercader-
y una saga de novelas policiales que tienen por protagonista al ya célebre
detective Mario Conde, Padura reconoce en Conde una suerte de alter ego,
atravesado por la nostalgia, el desencanto y la desilusión de esa revolución
que no fue y de ese futuro prometido que no llegó como lo esperaban.
-De todas las herramientas de trabajo usted ha elegido la palabra. ¿Por qué?
-Seguramente porque fui incapaz de ser un buen jugador de béisbol, y porque
habría sido un desastre si hubiera intentado hacer alguna labor manual, la que
sea, o porque no tengo vocación para el espectáculo y por lo tanto no podría
ser actor ni político. En fin, porque es lo mejor que sé hacer, creo que lo
único que sé hacer, y la palabra es la reina de la comunicación: existió antes
que la literatura y va a existir después de la era digital. Y la palabra me dio
esa posibilidad de satisfacer lo que se convirtió en una necesidad: comunicar
algo.
-¿Comunicar qué?
-Las más disímiles actitudes, realidades, sentimientos. Cuando uno escribe
literatura o periodismo tiene que preguntar para qué lo escribe. Y muchas veces
la respuesta a esa pregunta está en un pequeño detalle de la vida cotidiana o
en un gran acontecimiento. Depende de muchas razones que no siempre son las
mismas. A veces veo a una persona y eso me da pie para crear un personaje
literario o escribir una crónica periodística, pero siempre tratando de que eso
tenga una dimensión dentro de la sociedad que yo vivo y me permita comunicar
una historia de esa sociedad y le permita al lector, identificarla.
-De todas maneras, su caso es atípico: vive en Cuba, escribe sobre Cuba y sus
textos periodísticos y literarios no se publican en Cuba, sino en otros países.
-Es cierto. Es una situación extraña: hacer periodismo sobre una realidad y que
dentro de esa realidad no tenga un efecto o una relación directa con las
personas que la conforman. Pero hay una relación indirecta; de una forma u
otra, muchos de esos textos circulan y se leen bastante en Cuba. Tanto que con
muchísima frecuencia me encuentro con personas que me hablan de un texto mío
que escribí hace dos años como si lo hubiera escrito la semana anterior, porque
fue entonces que lo leyeron. Y tanto circulan en ese medio alternativo que
últimamente me ha ocurrido algo que no es extraño pero tampoco es agradable, y
es que determinadas personas han puesto a circular textos como si los hubiera
escrito yo, pero que no son míos.
-¿Cómo se combaten las propias limitaciones, los propios obstáculos a la hora
de escribir?
-El mío es trabajar mucho. Escribo varias versiones de mis novelas. La escribo,
la reviso, la doy a leer, la vuelvo a escribir, la vuelvo a revisar, la vuelvo
a dar a leer, la vuelvo a reescribir y así hasta llegar a un punto en que esté
conforme con lo que he escrito. El resultado de mi trabajo es un
empecinamiento, una lucha por tratar de decir del mejor modo posible lo que
quiero decir. Y esa es también mi actitud con respecto al periodismo. Ahora
mismo estoy escribiendo un reportaje que explique qué cosa es la vida en Cuba.
Lo he comenzado cuatro veces y todavía no estoy conforme.
-Pero escribe en Cuba sobre Cuba. ¿Eso no facilita la escritura?
-El problema no es tener la experiencia. Muchas personas tienen la experiencia,
pero no tienen la capacidad de comunicar esa experiencia y de hacerlo de la
mejor forma posible. Y eso se logra únicamente con mucho trabajo.
-¿Cuánto hay del desencanto, del escepticismo, de la desilusión de su personaje
el detective Mario Conde en Leonardo Padura?
-Hay mucho. Hay una relación muy estrecha entre el personaje y yo. Mario Conde
en la novela es mi forma de expresar la realidad cubana. Son los ojos míos para
ver la realidad. Mario Conde es un hombre típico de mi generación que arrastra
la nostalgia, el desencanto, las esperanzas perdidas, las ilusiones todavía
existentes de mi generación y a través de él yo he conseguido poder expresar
mis propias relaciones con la realidad que se ha vivido y se vive en Cuba.
-A cincuenta años de la revolución cubana, se advierte hoy esa promesa que no
fue, ese anhelo trunco.
-Sí, tiene que ver con las promesas no realizadas. Yo recuerdo que se hablaba
mucho del futuro, de un futuro que llegaría en algún momento y cuando ese
futuro llegó, no trajo esas promesas que nos habían hecho. Más bien por el contrario,
fue esa década del noventa en que mi generación está su momento de primera
madurez y apogeo y nos sorprende una crisis que paraliza al país y que
fundamentalmente paraliza a las personas. No hubo muchas posibilidades de
desarrollo. Yo tuve la suerte de que mis posibilidades de expresión estaban en
la literatura y que en esos años la literatura me salvó de la desesperación y
de la locura. Escribí y publiqué muchísimo, y esa fue mi tabla de salvación en
una situación material muy complicada para la vida de las personas y para el
país en general.
-Usted participó de esa “primavera” del periodismo. ¿Se podría hablar de un
interregno?
-Fue un paréntesis muy especial en el desarrollo del periodismo cubano, en el
que hubo una serie de condiciones, como se dice habitualmente, objetivas y
subjetivas que permitieron hacer un periodismo diferente. Y como en casi todo,
lo importante es estar en el lugar correcto, en el momento adecuado. Y a mí me
sorprendió en el lugar correcto, en el momento adecuado y pude hacer ese tipo
de periodismo.
-Después de ese paréntesis se volvió a una prensa “politizada y utilitaria”,
como usted mismo la definió. ¿Qué lugar ocupa ese tipo de prensa? ¿Se lee?
-Tiene un lugar preponderante en la sociedad cubana en la medida en la que es
la única prensa que circula de manera oficial. Lo que ocurre es que la
credibilidad de esa prensa es mucho menor de la que debería tener. Hay un
chiste un poco macabro en Cuba que dice “cuando quieras conseguir comida, o
leche o lo que sea, búscalo en el periódico o en el noticiero de televisión”.
Ese periodismo es una imagen edulcorada del país y la gente la asume con esa
distancia.
-¿Por qué cree que después de la década del 80 el periodismo cubano no volvió a
experimentar innovaciones como aquellas de las que usted fue parte?
-Porque en la década del 90 prácticamente desaparecieron los periódicos y
revistas cuando dejó de llegar el papel que enviaba la URSS. Sin ese soporte,
era imposible hacer periodismo, y sólo quedó espacio para la propaganda
oficial, salvo alguna que otra excepción en las publicaciones culturales que
con mucho esfuerzo sobrevivieron. Después, a finales de la década del 90,
comenzó a haber una recuperación de espacios físicos, pero se mantuvo la
evidente regresión en los espacios de creación, información y análisis, por lo
que fue imposible soñar siquiera con aquel periodismo literario de los años 80.
Se utilizó la prensa como mecanismo de propaganda estatal y no hubo ese espacio
de libertad. Hoy, con espacios alternativos -revistas, blogs- existe un
periodismo diferente, pero muy poco divulgado, y por lo tanto, con efectividad
limitada. Lo mejor de la prensa cubana de hoy está en los análisis, en los
artículos periodísticos, los fuera de la prensa más oficial.
-¿Se puede hacer “periodismo militante”? ¿En qué medida el militante se traga
al periodista?
-Se lo traga completo. El militante obedece al Partido. El Partido decide y
manda. El periodista entonces desaparece.
-¿Qué errores o distorsiones se cometen cuando se mira a Cuba desde afuera? Me
refiero a los que tienen una mirada idealizada de Cuba o a los que ven en ella
a una dictadura feroz.
-Conocer una realidad como la cubana es un desafío. Resulta demasiado peculiar,
singular, sin paralelos como para poder entenderla por comparación u oposición,
o para intentar explicarla a partir de un par de prejuicios, a favor o en
contra. La realidad cubana muchas veces toca el absurdo, diría que es una
realidad que en ocasiones se convierte en irreal. Por eso la premisa más
importante para intentar una interpretación de la realidad y la vida cubana es
vivirla, pues sólo así se puede empezar a entender algo, aunque nunca se
entenderá todo. Yo vivo en Cuba y escribo sobre lo que veo, conozco, sé,
experimento. Nunca intento hacer suposiciones y por eso me molesta tanto que me
pregunten mis predicciones sobre el futuro de Cuba. Hablo de la realidad
concreta, tal y como yo la veo, pero sin deformar esa realidad. Por eso creo
que puedo escribir sobre Cuba viviendo en Cuba y dar una imagen que si no es la
realidad, sí se parece bastante a ella.
-¿Cómo definiría su posición dentro de Cuba? ¿Un crítico tolerado? ¿Cómo ha
construido y defendido ese espacio de autonomía e independencia que tiene usted
allí?
-Soy un escritor independiente y un periodista que no vive de ese oficio, pero
que no deja de practicarlo, aun cuando mi trabajo de los últimos casi 20 años
se haya publicado más fuera de Cuba que en Cuba. No sé si soy tolerado, si
alguien lo pensó y me dio esa categoría, lo que sí sé es que he podido hacer mi
trabajo reciente sin que nadie me moleste. Aunque, claro, pago el precio de que
mi periodismo no se divulgue en Cuba, que la gente tenga que leerlo de manera
aleatoria, cuando alguien reenvía por correo electrónico alguna de mis
crónicas. Pero es un precio que pago con agrado, a cambio de libertad.
-¿Cuán profunda es la “apertura” económica, política y social que se está
difundiendo fuera de Cuba últimamente?
-No sé si es profunda, creo que no, pero es una apertura con algunos elementos
interesantes que están moviendo aspectos de la vida económica y social cubana,
aunque sea de manera muy tímida. Hoy son más las personas que viven en el país
sin depender del Estado, son más las que viajan al extranjero y se quedan o
regresan, más los que obtienen mejores dividendos por su trabajo, y eso es
importante, da movilidad a la estructura social y, a la larga, dará movilidad a
la estructura política. En la vida intelectual, por ejemplo, la relación de los
independientes con el Estado es ahora sobre todo fiscal, pero no hay que pedir
permiso para viajar a un sitio, publicar, exponer o actuar, hacer una obra
personal comprometida con el arte y no con las instituciones. Aunque falta
mucho por ganar, sobre todo en el mundo de los medios.
-Me gustaría una definición suya sobre el régimen cubano.
-Sucede en este caso lo mismo que en otros, en los que se trata de explicar a
Cuba a partir de modelos establecidos (o pre-establecidos) que no consiguen
expresar la peculiaridad del caso cubano. Cuba es un país donde existe una trinidad
de poder: el Estado-Gobierno-Partido (único) ejerce el poder a través de la
misma persona y confunde sus atribuciones, las mezcla, las une. Incluso, se
identifica esa trinidad con otro binomio, el de patria-nación, y el resultado
es un quinteto de elementos reales y abstractos reunidos en un solo poder. Cuba
es verdaderamente socialista, al estilo siglo XX, y su estructura política es
típica del sistema, con elecciones y legislaciones que responden a esa
estructura. Cuba es simplemente un país donde gobierna un partido único con un
líder máximo que es a la vez presidente del consejo de Estado y del consejo de
ministros, o sea el gobierno.
-Usted habló de un futuro que no llegó como lo esperaban. ¿Cómo le gustaría que
fuera Cuba en un futuro? ¿Qué país anhela?
-¡Esta es la pregunta que nunca me deberían hacer! Todavía no tengo la bola
mágica. Y como anhelo. pues anhelo la normalidad. Un país que sea normal, no
excepcional.
Atilio Borón
Rebelión, 06-05-2014
es posible que los fracasos o distorsiones de la revolución, que según Padura
provocan “la nostalgia, el desencanto, las esperanzas perdidas” de una sociedad
puedan ser señaladas sin decir una palabra sobre el imperialismo norteamericano
y su criminal bloqueo de 55 años a Cuba?
Tengo un gran respeto por Leonardo Padura, que ha escrito algunos textos
notables (y polémicos)como “El hombre que amaba a los perros.” En los próximos
días presentará en la Feria del Libro de Buenos Aires su más reciente obra: “El
viaje más largo”, una crónica sobre la Cuba de los años ochenta y noventa del
siglo pasado. Hoy, Domingo 4 de Mayo, el diario La Nación de Buenos Aires publica una larga entrevista con este
autor y en la cual ofrece un balance muy negativo sobre la Revolución Cubana.
Obviamente, cualquier proceso histórico tiene aciertos y errores, logros y
fracasos. El problema con Padura es que los primeros no aparecen en su diagnóstico
sobre aquellos años, durísimos sin duda, del “período especial”. ¿Pero será que
no hubo ninguno en la Cuba revolucionaria, que todo estuvo mal? ¿Es posible
olvidarse de conquistas históricas tales como la alfabetización universal y la
enorme expansión del sistema educacional, los avances en materia de salud, la
tasa de mortalidad infantil más reducida de las Américas, el acceso universal a
la cultura en todas sus expresiones, la seguridad social, el internacionalismo
como expresión de la solidaridad a escala mundial, para no citar sino las más
evidentes?
Se podría decir que estos logros ya no bastan pero, ¿cómo es posible que los
fracasos o distorsiones de la revolución, que según Padura provocan “la
nostalgia, el desencanto, las esperanzas perdidas” de una sociedad puedan ser
señaladas sin decir una palabra sobre el imperialismo norteamericano y su
criminal bloqueo de 55 años a Cuba? Sin esa imprescindible referencia cualquier
crítica a un proceso político concreto se desliza al terreno de la denuncia
abstracta y, por lo tanto, insanablemente equivocada producto de su miope
unilateralismo. Así la Revolución habría fracasado por la ineptitud de su
dirigencia, a Allende lo derrocaron por los errores de su política económica, a
Arbenz por su imprudencia al pretender atacar el saqueo que perpetraba la
United Fruit, Juan Bosch fue depuesto por su terca intransigencia frente al
imperio, la Revolución Bolivariana está amenazada por su incompetencia y así
sucesivamente. Desaparecen el proceso histórico y el entramado internacional en
el cual éste se desenvuelve y que, en el caso de Cuba, revela la antiquísima
obsesión norteamericana por apoderarse de la Isla; se esfuma la lucha de clases
en el plano internacional y el sobresaliente papel que le tocó jugar a Cuba
para, por ejemplo, hacer posible la derrota del apartheid en Sudáfrica y de los
imperialistas en Angola; y se hace caso omiso del hecho de que la mayor
potencia económica y militar de la historia se ha empecinado, hasta el día de
hoy y con todas sus fuerzas, en hostigar y sabotear a la Revolución Cubana. Va
de suyo que no se puede ni se deben ignorar los factores endógenos causantes
-en parte y sólo en parte- de los problemas denunciados por Padura. Pero un
diagnóstico riguroso debe recrear, en el plano del análisis, la totalidad del
momento histórico en donde los factores internos y externos se encuentran
dialécticamente entrelazados. El inventario de los errores y las insuficiencias
de la Revolución es incomprensible, un galimatías infernal, en ausencia de una
adecuada contextualización. Creo, modestamente, que quien no esté dispuesto a
hablar del imperialismo norteamericano debería llamarse a un prudente silencio
a la hora de emitir una opinión sobre la realidad cubana.
compromiso
Guillermo Rodríguez Rivera
Rebelión, 12-05-2014
Segunda Cita
Premio Nacional de Literatura a Leonardo Padura y afirmé que Eduardo Heras León
debió recibirlo antes que él, creía –y creo– que la cuentística del Chino
representaba un momento de la épica de la Revolución Cubana comenzante: pasarla
por alto para premiar en su lugar una obra mucho más reciente implicaba
olvidarnos de un momento esencial de nuestra literatura e incluso, de nuestra
historia misma. Escribí entonces –lo repito ahora–, que ello no implicaba
desconocimiento o subvaloración de la obra narrativa de Padura ni, mucho menos,
algún conflicto personal con el novelista.
Escuela de Letras de la Universidad de la Habana –tal vez en los años en que se
llamaba Facultad de Filología–, y si bien no fuimos amigos cercanos, hemos
tenido siempre buenas relaciones. Lo recuerdo visitándome junto a Rigoberto
López cuando ambos planeaban ese muy buen documental que se llamó “Yo soy del
son a la salsa”, ganador del premio principal en una de la ediciones del
Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Ambos querían escuchar conmigo los
iniciales sones cubanos, los del Sexteto Habanero y el Trío Matamoros, que yo
empezaba a atesorar en viejas cintas y, sobre todo, charlar sobre ellos, que
era hacerlo sobre nuestra música. Después, estuvimos implicados Padura y yo en
un proyecto que no llegó a materializarse: hacer una suerte de curso sobre la
música popular cubana, que se llevaría a cabo en Palma de Mallorca, con el
auspicio de la Universidad de las Islas Baleares y la gestión del común amigo
Gonçal López Nadal. Alguna vez estuvimos Gonçal y yo, en el ámbito del hogar de
Padura, en Mantilla.
como sabe quien me conozca, profesor de literatura desde hace más de cuatro
décadas. En esos años, entre otras cosas, me ha correspondido enseñar la gran
poesía contemporánea de la lengua española, tanto la de la península como la de
América y, hace ya más de 10 años, me ha dado enorme gusto trabajar, en la
Fundación Nicolás Guillén, la obra de ese cubano que es uno de los grandes
poetas del español, en el siglo XX. En una entrevista concedida a La Nación, de
Buenos Aires, Leonardo Padura discurre ahora sobre lo que llama “jugar a hacer
política desde el arte” lo que, a su juicio no se debe hacer, porque “los
artistas comprometidos de una manera militante con un partido, estado,
filosofía o poder, terminan siendo siempre –o casi– marionetas de ese poder”.
Quisiera comenzar afirmando que esa voluntad de independencia en los seres
humanos es muchas veces más deseo que realidad, y que demasiadas veces se usa
como una coartada política. Los periodistas cubanos opositores a la Revolución
consideran “oficialistas” a los revolucionarios, y se llaman a sí mismos
independientes, aunque dependan económicamente de ciertas instituciones que los
sostienen, y políticamente de importantísimos poderes.
actual, el hombre inevitablemente contrae compromisos. Uno puede ganar su
salario en una institución, sin que ello lo obligue a la esclavitud ideológica,
a ser esa marioneta que mencionaba Padura. El escritor independiente depende de
lo que escribe, y debe conseguir que esos textos satisfagan las aspiraciones de
la editorial que los publica. Absolutamente independiente era Diógenes el
Cínico (cínico porque llevaba una vida de perros) que dormía en una barrica y
se dice que iba al mercado a mirar con satisfacción, cuántos objetos había que
él no necesitaba.
ha entrevistado a Padura a través de un cuestionario trasmitido por correo
electrónico, por lo que las afirmaciones recogidas en el viejo diario argentino
–Bartolomé Mitre lo fundó en 1870, pero ya es otro periódico bien diferente a
aquél en el que colaborara José Martí en las últimas décadas del siglo XIX–,
deben ser textuales, fieles, exactas.
las opiniones de Padura, no creo que el compromiso del artista derive de su
militancia: casi siempre el flujo, en los casos de real significación, ha sido
a la inversa. Son las grandes conmociones históricas las que han impulsado a
grandes artistas a eso que Padura llama (minimizándolo) “jugar con la política
desde el arte”. En aquel poema que Pablo Neruda tituló “Explico algunas cosas”
y que colocó al frente de España en el corazón (1937), su primer poemario
comprometido, exponía en un verso el por qué sus poemas de Madrid olvidaban los
grandes volcanes chilenos: venid a ver la sangre por las calles, decía. Eran
los tiempos de la Guerra Civil española.
El caos hondamente conmovedor que Picasso llamó “Guernica”, se pintó después
que los cazas alemanes bombardearan la aldea vasca que inmortalizaron al
destruirla. ¿Voy a dudar de la honestidad de César Vallejo, de su plena
integridad al escribir “España, aparta de mí este cáliz” y sumarse al Partido
Comunista, como también lo hizo Nicolás Guillén? Mi mente, mi sensibilidad que
han disfrutado las obras de esos hombres y los han admirado (del mismo modo que
a Alberti, Maiacovski, Bertolt Brecht, Paul Eluard, Roque Dalton), se resisten
a degradarlos, y mi lengua –y me precio de tenerla bien mala– rechaza cometer
el parricidio de llamarlos marionetas.
Yo, que no he sido militante de ningún partido y ya no lo seré nunca, no seré
tampoco quien sostenga que para defender sus ideas, el escritor, el artista
esté obligado a figurar en la membresía de alguno. Pero tan intolerante como
resultaría exigir esa militancia, me parece que lo es el hecho de descalificar
al escritor porque su conciencia lo haya llevado a ello.
Yo estoy persuadido de que la novelística policial de Leonardo Padura tiene un
claro maestro: el español Manuel Vázquez Montalbán, cuyo Pepe Carvalho es un
primo español (en su escepticismo, en su estar de regreso de casi todo) del
habanero Mario Conde. Vázquez Montalbán murió perteneciendo al partido
comunista de Cataluña, el PSUC. Estando en España tras la extinción de la Unión
Soviética, escuché en la radio una entrevista al autor de Los mares del sur, en
la que una periodista con voluntad de incordiar, le preguntaba por qué militaba
en un partido cuya ideología se había derrumbado. El poeta y narrador respondió
que se había derrumbado una “lectura” del comunismo, una aplicación de la
teoría marxista, pero que en el mundo había un número de pobres que crecía
diariamente y cada vez menos ricos que atesoraban casi todos los bienes de la
tierra. “Esa situación no se puede mantener”, concluyó. “En un momento del
futuro, vendrá el triunfo del sistema comunista”.
En un artículo que publica “Rebelión”, el politólogo argentino Atilio Borón
enjuicia la entrevista con Padura aparecida en “La Nación”, y subraya la que
llama la “unilateralidad” del enfoque de Padura al valorar la Revolución
Cubana. En sus últimas novelas se insiste en “el desencanto, las ilusiones
perdidas” de una generación cubana que, obviamente es la del propio autor.
En la excelente trama policial que tiene “La neblina del ayer, el narrador
omnisciente y a veces conductista, que describe el ambiente de las calles
cubanas de un barrio popular, presenta a unos jóvenes aburridos, poblando las
aceras y son, en su punto de vista, la resultante de la “frustración histórica”
de Cuba. Pero Cuba no ha sufrido una frustración histórica. Cuba zanjó –está
zanjando–su diferendo histórico con los Estados Unidos, la gran potencia que la
convirtió en 1902, en un protectorado suyo y luego en una neocolonia y ahora,
tras bloquearla por más de 50 años, hace lo único que tiene a mano: incluirla
en una espuria lista de “países promotores del terrorismo” para desacreditar lo
que no ha conseguido vencer.
El fin del socialismo del siglo XX determinó otra crisis que vino a sumarse a
la que representaba el bloqueo norteamericano. Ahí se generó no una frustración
histórica, sino una abrumadora frustración material. Pero Cuba se mantuvo,
cuando parecía que no podía ser: no pudo regresar la ultraderecha de Miami para
hacerse del poder y llevar adelante eso que uno de ellos ha llamado el
“destriunfo” de la Revolución.
América Latina no es ya la sumisa región que cohonestaba el derrocamiento por
la CIA del régimen democrático de Jacobo Árbenz, la invasión de la República
Dominicana por los marines, o las tiranías de Augusto Pinochet y Rafael Videla.
Es la región de la Revolución Sandinista en Nicaragua; del proyecto bolivariano
que comenzó la Venezuela de Chávez; de la refundación plurinacional e inclusiva
de Bolivia; de la revolución ciudadana de Rafael Correa en Ecuador; del Brasil
emergente de Lula y de Dilma Roussef; de la argentina antimilitarista y
progresista de los Kirchner; del Uruguay del tupamaro Pepe Mujica, y hasta del
FMLN del mínimo Salvador, por el que dio la vida el poeta Roque Dalton. El
punto inicial de ese proceso fue la aislada Cuba, la de Fidel y el Che, que
generó ideas que volaron sobre el continente, y se quedó atrás, con un viejo
modelo económico improductivo del que se ha propuesto deshacerse no tímida,
pero si lentamente.
Leí con mucho interés “El hombre que amaba los perros”, a pesar de que Padura
se enamoró de su investigación histórica y a veces hizo crecer demasiado la
novela con páginas que no le hacen bien. Únicamente le reprocho el personaje de
Iván, el cubano que azarosamente encuentra al fanático Mercader, e interactúa
con él. La periodista, de “La Nación”, y que tiene el inesperado nombre de
Hinde Pomeraniec (desciende de rusos y ucranianos) lo caracteriza velozmente:
un cubano sombrío, que pudo haber sido un gran escritor pero a quien el sistema
hizo a un lado por haberse resistido a la obediencia irrestricta .
Ese es un personaje de ficción, seguramente procedente de la reprimida
literatura soviética de los estalinistas de los años treinta, y para nada
representativo de la realidad cubana.
Cuba tuvo un período de represión cultural, el llamado Quinquenio Gris
(1971—1976) que Leonardo Padura no pudo vivir, porque era casi un niño
entonces. Muchos artistas y sobre todo escritores –después de todo manejan el
mismo peligroso instrumento del pensamiento, que es el lenguaje– fueron puestos
a un lado por no trabajar dentro de los “parámetros” que la burocracia cultural
del momento consideraba pertinentes. Ese fue también el tiempo de un intenso auge
de la homofobia. Pero fue un período que acabó y esos artistas y escritores
recuperaron su lugar en la cultura del país. El Instituto Cubano de Radio y
Televisión, no difundía las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, y
Haydee Santamaría, la heroína cubana que dirigía Casa de las Américas, le pidió
a Alfredo Guevara, el director del Instituto del Cine, que le creara un lugar
de trabajo a “estos muchachos”. Así apareció el Grupo de Experimentación Sonora
del ICAIC, que dirigió el gran músico Leo Brouwer, y que empezó a difundir por
el mundo la música y la poesía de Pablo y Silvio.
Y ya está bien. A pesar de que me satisface la divulgación de la obra del buen
narrador cubano que es Padura, me sentía incómodo con la muy parcial entrevista
ofrecida por él a “La Nación”, que Pomeraniec se encarga de matizar con sus
observaciones. Ojalá el viejo diario donde colaboró Martí, edite otros trabajos
que le permitan a sus lectores conocer mejor la realidad de Cuba, incluyendo la
realidad de su cultura.
ARANGO A PROPÓSITO DE LOS RECIENTES CUESTIONAMIENTOS A LEONARDO PADURA
Publicado en Blog Cine cubano la pupila insomne, mayo 17 de 2014
Llegaron a mi buzón estos mensajes que han intercambiado el cineasta Juan
Carlos Tabío y el escritor y guionista Arturo Arango, a raíz de la polémica
originada por ciertas declaraciones de Leonardo Padura. Es posible, si
encuentro el tiempo, que sume un par de ideas a este debate que me parece valioso.
JAGB
MENSAJE DE JUAN CARLOS TABÍO
Estimado Eduardo:
Una vez más te agradezco que me hayas incluido en tu larga lista de
destinatarios a los que envías multitud de artículos sobre los más diversos
temas publicados en la prensa y blogs cubanos y extranjeros. Artículos que de
otra manera, al menos yo, no hubiera podido conocer.
Entre los últimos correos electrónico que me has enviado, aparecen varios, en
los que distintas personas, y sin que nada indique que se han puesto de acuerdo
entre sí, han respondido, cuestionado y/o descalificado las palabras de Padura
vertidas en distintas entrevistas, y sorprendentemente, en distintos momentos.
Unas, recientemente, hace unos pocos días, otras, en el 2012.
De esas personas solamente conozco a dos: al politólogo argentino Atilio Borón,
que lo conozco de nombre, y a mi gran amigo desde hace mucho años, Guillermo
Rodríguez Rivera. Los autores de los otros artículos apabullando a Padura que
me has hecho llegar, están tan entreverados de suspicacias, especulaciones y descalificaciones,
que, verdaderamente, no me tomo el trabajo de responder.
En su artículo “Padura en Buenos Aires”, Atilio Borón comienza diciendo:
“¿Cómo es posible que los fracasos o distorsiones de la revolución, que según
Padura provocan “la nostalgia, el desencanto, las esperanzas perdidas” de una
sociedad puedan ser señaladas sin decir una palabra sobre el imperialismo
norteamericano y su criminal bloqueo de 55 años a Cuba?”
Estoy totalmente de acuerdo con el señor Borón, en que cuando alguien emprenda un
análisis global, histórico sobre la realidad cubana en estos 55 años, está en
la obligación de situar el bloqueo (embargo le dicen por allá afuera) como el
elemento clave que ha marcado todo este tiempo nuestro y que ha tenido siempre
como finalidad crear el hambre y la desesperación en el pueblo cubano (eso,
dicho en inglés, suena aún peor). Ahora, yo pienso que “la nostalgia, el
desencanto, las esperanzas perdidas” de Mario Conde, como la de otros muchos
personajes de nuestra narrativa, teatro y cine contemporáneo, que reflejan la
de muchos cubanos y cubanas de carne y hueso que, aunque tengan garantizadas la
educación y la asistencia médica para ellos y sus hijos, no les alcanza el
salario, no ya para terminar el mes, sino para comenzarlo, y no ven (no vemos)
la luz al final del túnel. Esta nostalgia, este desencanto, y estas ilusiones
perdidas ¿las provoca el Imperialismo y el Bloqueo o el inmovilismo y las
absurdas restricciones que nuestra querida burocracia ha impuesto verticalmente
durante todos estos años, y que lejos de subvertir o paliar el bloqueo, han
provocado todo lo contrario. ¿No es por esta razón que resulta dramáticamente
necesaria la impostergable introducción y puesta en marcha (para algunos a
regañadientes) de los Cambios Estructurales planteados por el Presidente Raúl
Castro?
¿Es que cada vez que en un artículo periodístico, en una novela o en una
película, se aborda de manera reflexiva, de manera crítica, algún aspecto de
nuestra realidad actual, donde aparecen los problemas y las contradicciones
generadas por esta propia realidad actual, habría que comenzar con la coletilla
previa del Imperialismo y del Bloqueo?
Todas las sociedades del mundo generan contradicciones, por supuesto que en
otros países ocurren situaciones más dramáticas que en el nuestro. Pero nuestro
arte y nuestra literatura, tiene, como una de sus funciones medulares, abordar
estos problemas críticamente, para de esa forma interactuar con nuestra
realidad (sobre todo porque nuestro periodismo oficialista no lo ha hecho
nunca).
¿Qué palabras decir sobre el bloqueo y sobre el Imperialismo cuando se aborda
(para citar un solo ejemplo), la realidad de esos millones de hectáreas de
tierra en propiedad del Gobierno, que durante décadas han sido dejadas de la
mano de Dios (y eso que nuestro Gobierno es ateo) creando marabú y haciendo que
los pocos dólares que tenemos sean gastados importando el 80% de nuestros
alimentos? ¿Qué decir sobre el bloqueo y el Imperialismo como no sea lo que
dijo Raúl en un acto oficial cuando expresó (cito de memoria, pero su idea la
tengo muy bien grabada en mi recuerdo): Basta ya de decir, ; , ahí está la tierra,
vamos a ver si somos capaces de hacerla producir?
A tenor del artículo de Borón, apareció simultáneamente este otro de Guillermo
Rodríguez Rivera Padura, la literatura y el compromiso. En este artículo,
Guillermo critica las respuestas de Padura en una entrevista publicada el 14 de
julio de 2012. Cito:
“En una entrevista concedida a La Nación, de Buenos Aires, Leonardo Padura
discurre ahora sobre lo que llama jugar a hacer política desde el arte lo que,
a su juicio no se debe hacer, porque los artistas comprometidos de una manera
militante con un partido, estado, filosofía o poder, terminan siendo siempre o
casi marionetas de ese poder. Quisiera comenzar afirmando que esa voluntad de
independencia en los seres humanos es muchas veces más deseo que realidad, y
que demasiadas veces se usa como una coartada política. Los periodistas cubanos
opositores a la Revolución consideran oficialistas a los revolucionarios, y se
llaman a sí mismos independientes, aunque dependan económicamente de ciertas
instituciones que los sostienen, y políticamente de importantísimos poderes”.
Guillermo, cuando tú escribiste aquel memorable, chispeante y exacto poema, más
en serio que en broma, o más serio por ser en broma, (abordando la escasez de
alimentos en los años 90), en el que hablaste de los boniatos de Cracovia que
ya no venían por la debacle del Campo Socialista, y que solamente se podían
encontrar en la prensa y en la tele (poema en el que, por supuesto, no hiciste
la más leve alusión al Imperialismo y al Bloqueo, como pediría Atilio Borón),
¿eras un periodista-poeta independiente que se burlaba de la prensa
revolucionaria, o eras un periodista-poeta revolucionario que se burlaba de la
prensa oficialista. ¿Revolucionario y oficialista no son antítesis?
Si nuestra prensa militante, oficialista, hubiera sido consecuente con su
verdadera función social, tú no habrías sentido la necesidad de escribir tu
necesario poema sobre los boniatos de Cracovia.
Más adelante en tu artículo, dices:
“Mi mente, mi sensibilidad que han disfrutado las obras de esos hombres y los
han admirado (del mismo modo que a Alberti, Maiacovski, Bertolt Brecht, Paul
Eluard, Roque Dalton), se resisten a degradarlos, y mi lengua y me precio de
tenerla bien mala rechaza cometer el parricidio de llamarlos marionetas”.
Guillermo, por favor, ninguno de estos inmensos artistas que citas así como tampoco
el Neruda de Explico algunas cosas; ni el Picasso del Guernica, a los que has
aludido anteriormente- han sido militantes desde posiciones de poder. Ninguno,
salvo Maiacovski, quien al final de su vida sí fue un poeta oficialista, y que
como todos sabemos, se suicidó de un balazo.
En un contexto como el de Cuba, donde todos los medios de difusión están bajo
el control directo del Partido, es necesario que existan también periodistas
independientes, independientes de verdad. Y por favor, Guillermo, en este
cuento no pintan nada aquellos que, como tú dices “dependan económicamente de
ciertas instituciones que los sostienen, y políticamente de importantísimos
poderes”.
Los artistas y los escritores, por definición, siempre tendrán que ser
independientes, si no se convierten en oficialistas, que es decir funcionarios.
Padura no es ni remotamente el único escritor, el único artista que aborda
nuestra realidad de manera crítica, entonces, ¿Por qué esta andanada de
comentarios enjuiciando su obra y sus palabras en entrevistas concedidas por él
recientemente y desempolvando otras de hace varios años?; ¿La bronca es
personal con Padura, o con todos los que no somos oficialistas?
No sé, será que con la edad me estoy convirtiendo en un hombre sabio, porque
cada vez tengo más incertidumbres que certezas.
Un fuerte abrazo.
Juan Carlos Tabío.
ARTURO ARANGO
Juanca:
Vi caer las primeras bombas contra Padura mientras yo estaba enredadísimo en un
taller de guiones. Decidí que, en cuanto me liberara de aquello, escribiría
algo para polemizar con Atilio Borón y Guillermo Rodríguez Rivera, quienes son,
como bien dices, los únicos a quienes vale la pena responder con ideas.
Veo lo que has escrito y me parece excelente: es casi todo lo que yo tendría
que decir. Sin embargo, haré como una segunda base: recibo la bola, piso la
almohadilla y tiro para primera algunas cositas más:
Ante todo, como a ti, me llama la atención la coincidencia, lo articulado del
bombardeo, aún más cuando la mayoría de las ideas con las que ambos polemizan
ya han sido dichas por Leo, y por muchos de nosotros, durante estas décadas.
Aunque la narrativa cubana no sea su especialidad, Borón podría informarse, por
ejemplo, de que Jorge Fornet ha calificado a una zona de la narrativa cubana (a
la que pertenecemos Padura y yo, entre otros) como “del desencanto”. Jorge
coloca bajo ese rótulo a obras escritas desde los años 90 en adelante. ¿Dónde
está lo nuevo, la sorpresa?
En política, sabemos, no se puede ser ingenuo. Vale la pena que nos preguntemos
¿por qué ahora? ¿Por qué Padura?
La escalada es interesante. Cuando Leonardo ganó el Premio Nacional de
Literatura, nadie, que yo recuerde, se atrevió a cuestionarlo. Al obtenerlo
Reina María, algo hizo clic y saltaron contra los dos (y no solo Guillermo fue
al ataque). ¿Qué puede enlazar a Padura con Reina, además de la amistad
generacional? Lo más visible, a mi juicio, es que ambos han escrito obras
inconformes, adoloridas, críticas, centradas en la Cuba que han vivido. Es una
cualidad que comparten con la mayoría de los escritores cubanos.Ellos dos, sin embargo, han ganado con justeza
un enorme reconocimiento internacional. Por fortuna, el otorgamiento a Reina
del Premio Internacional “Pablo Neruda”, en Chile, llegó a tiempo para acallar
los ataques contra ella. Parecería que entonces la artillería recibió la orden
de disparar sobre Leo.
Y de verdad que no me gusta ser paranoico, pero las coincidencias son
excesivas.
Paso a otro punto, que vale la pena tener en cuenta.
Para responder a las ideas vertidas por Padura en la entrevista del 14 de
julio, Rodríguez Rivera opone la figura de Nicolás Guillén. El ejemplo de que
nuestro Leonardo lleva la razón puede leerse en la página 180 del utilísimo
libro de Jorge Fornet El 71. Anatomía de una crisis. El ensayista cita allí
algunos discursos de Nicolás, todos de ese año. En uno de ellos, de enero de
1971, Guillén asegura que “no concebir que un escritor de hoy ‘sobre todo si
pertenece a un pueblo subdesarrollado en rebeldía viva de espaldas a esa lucha,
a ese pueblo, entregado a puros juegos de imaginación, a verbalismos
intrascendentes, a ociosas policromías, a entretenidos crucigramas, a
oscuridades deliberadas’”. Dos meses después, dice Fornet, Nicolás “insistirá
en devaluar las obras de Gide, Proust y Joyce”. Vale la pena revisar ese
capítulo de El 71, titulado “El arte ha de ser tarea de todo el pueblo”, para
verificar cómo importantes intelectuales se plegaron a las exigencias el
Partido y el Gobierno cubano para imponer en la Isla una idea de la cultura
cercana a la política estalinista y ajena por completo a la tendencia que
comprende al arte y la literatura como fundamentos para la emancipación de las
personas.
Lo he escrito en otras oportunidades: fue ese contexto ideológico el que nos
hizo, generacionalmente, rechazar los usos instrumentales del arte y la
literatura.
Como me gusta asociar, no tengo más remedio que leer estos ataques a Leo junto
a un desafortunado, y falso, artículo aparecido días atrás, primero en el blog
de Manuel H. Lagarde y luego el boletín Por Cuba, de la red Cubarte. Dice la
autora, llamada Rocío Martín: “Ninguna acción emprendida por los creadores
cubanos para hacer respetar su libertad creativa en las últimas cinco décadas
—en los momentos puntuales en los que la política cultural revolucionaria pudo
haber sido malinterpretada—, se compara con la batalla de supervivencia que ha
debido librar todo el pueblo de Cuba ante las constantes injerencias y
sabotajes a su soberanía.”
De todo ese artículo, que ha sido ya respondido por otros amigos, esa idea
final me parece la más peligrosa: de nuevo plantea la subordinación del arte,
la literatura, las ideas, a esas otras “batallas”. Es una concepción que está
en las bases de ideología impuesta en los nefastos años 70.
A mi juicio, la emancipación de un país no puede contraponerse a la
emancipación de las personas. El precio de la libertad de Cuba no puede ser el
sacrificio de la libertad de los cubanos (aunque sea “solo” de la libertad de
pensar y de expresarse). Si esas dos “batallas” no van de la mano, nada tiene,
tendría sentido.
Un detalle más: al final de su diatriba contra Leo, Borón dice: “Creo,
modestamente, que quien no esté dispuesto a hablar del imperialismo
norteamericano debería llamarse a un prudente silencio a la hora de emitir una
opinión sobre la realidad cubana.” Para reducir al absurdo su sentencia: quien
no haya vivido todos estos años dentro de Cuba, ¿tendría derecho a emitir
opiniones sobre nuestra vida?
Nada, socio, que vine con ganas de descargar,
Abrazotes,
Arturo Arango
Ps. He hecho copia a varios amigos comunes con los que he estado intercambiando
informaciones en estos días. Lamentablemente, no tengo aquí el correo de
Guillermo. Si alguno de los destinatarios quiere hacerme el favor de
reenviárselo, quedaré agradecido. Y, como es natural, son libres de reenviar
esto a quien quieran, o de publicarlo donde quieran, si vale la pena.
Guillermo Rodríguez Rivera:
Segunda cita, 5 de mayo de 2014
Querido Juan Carlos:
Me alegró mucho recibir tu contrarrespuesta a mí respuesta, donde se van
aclarando asuntos importantes. Además, responderé algunos de los criterios de
Arturo Arango y añadiré alguna cosa que no dije en el mensaje anterior. Por lo
menos para mí, este será el último artículo, porque yo todavía no estoy jubilado
y tengo un montón de cosas pendientes.
Lo primero –que no hacía falta aclarar– es la amistad que nos une desde hace
más (¡carajo!) de 50 años, pero nunca está de más reiterar el cariño.
Lo segundo, es que yo no formo parte de brigada alguna que haya organizado la
bronca contra Padura o contra los artistas que no son oficialistas. Yo, Juan
Carlos, tampoco lo soy, aunque alguno quiera aprovechar la coyuntura para
tildarme de ello.
No soy militante del partido ni tengo cargo oficial alguno. Desde hace 46 años
soy profesor universitario y desde hace más de cincuenta empecé a publicar lo
que escribo, que es lo que pienso.
Mi discrepancia surge cuando Padura enjuicia –y rechaza– a los artistas comprometidos
de manera militante con un partido, filosofía, Estado o poder
porque terminan siendo –o casi– marionetas de ese poder.
Y me opongo a esa idea no porque yo sea uno de esos artistas, sino porque la
desideologización no le puede hacer bien alguno a Cuba hoy. Si realmente Padura
quiso decir lo que tu explicas, tengo entonces que reprocharle al buen escritor
haber usado deficientemente el idioma.
La palabra que usó inadecuadamente es “militante”, porque grandes artistas han
militado en un partido, han servido a un estado, se han identificado con una
filosofía, sin que ello implicara que fueran manipulados como títeres. Acaso no
hayan sido todo lo independiente que fueron otros, pero es también hermoso el
elogio que Neruda le hace a su partido: “me has hecho indestructible, porque
contigo no termino en mí mismo.”
Acaso la palabra adecuada no haya sido “militante” sino “fanática”´. Pero, en
fin, Padura sabe escribir y uno no tiene que andar enmendándole la plana: yo
pienso que lo que quiso decir fue lo que dijo.
Acaso tu lectura era posible, Juan Carlos, pero más lo era la que descalificaba
globalmente el compromiso del escritor. Y si eso lo declaraba a un diario de la
oligarquía argentina, tú me dirás.
Me dices que esa entrevista a La Nación tiene dos años de concedida pero se
reedita ahora que Padura ha estado en la Feria del Libro de Buenos Aires, y se
publica otra del pasado domingo 4 de mayo valorando la Revolución Cubana, que
es de la que parte el juicio de Atilio Borón.
Yo no descalifico el “realismo socialista” en alguna de sus obras que merecen
la denominación de arte, desde alguna novela de Gorki hasta la tetralogía del
Don, de Mijail Shólojov: lo terrible es que en tiempos de Stalin se impone como
tendencia obligatoria de las artes y las letras soviéticas.
Arturo Arango impugna que yo defienda, entre los grandes artistas que
mencionaba, a Nicolás Guillén, y cita a Jorge Fornet mostrándonos a un Guillén
siguiendo las (malas) orientaciones del partido, en los días del Quinquenio
Gris.
En cualquier caso, peores que las afirmaciones del poeta, fueron las que formula
la terrible Declaración Final del I Congreso Nacional de Educación y Cultura,
avaladas por la más alta dirección política del país, y que fueron una
culminación del dogmatismo y la homofobia. Pero ninguna de esas afirmaciones,
ni las del poeta ni las del partido, contaminan obras como “El apellido”,
“Elegía a Jesús Menéndez”, “West Indies Ltd.”, la “Palma sola” o el Son de la
muerte, esenciales en la historia de la poesía cubana y en la del español. Yo,
al menos, me niego a perder lo bueno que tenemos.
Fui yo quien impugnó los premios nacionales conferidos a Leonardo Padura y
Reina María Rodríguez. Arturo Arango se pregunta: “¿Qué puede enlazar a Padura
con Reina además de la amistad generacional?”. Creo que los enlazan esos
premios nacionales, y que yo pensaba –y pienso– que Eduardo Heras y Lina de
Feria los merecían antes que ellos. Nunca negué los valores de las obras de
Padura y Reina María, pero son obras más recientes.
Siempre según Arango, el premio chileno a Reina María, vino a “acallar” las
opiniones sobre su premio nacional. No sé si habrá otras pero, en mi caso, no
hacía falta acallarlas porque no era un campaña sino apenas un criterio que ya
estaba dado y que no iba a alterar la parafernalia de los premios
internacionales.
Serrano de Haro era el embajador español en Cuba y me preguntó, en su momento,
qué pensaba del Premio Cervantes otorgado a Dulce María Loynaz. Le dije que
Eliseo Diego lo merecía antes que ella. De la Loynaz, a mí me gustaba su libro
Juegos de agua. En Dulce María, el stablishment español condecoró a una poetisa
conservadora, incluso cercana al franquismo: nunca le iba a conferir el premio
a Eliseo, demasiado identificado con el “castrismo”.
Yo no tengo en mi vida, que se va haciendo larga, demasiados actos de los que
arrepentirme, pero te voy a contar uno.
A propósito del Festival de la Juventud que se celebró en La Habana, escribí un
artículo sobre la que era entonces la joven poesía cubana. Allí, despachaba sin
muchos miramientos, la de Lina de Feria. Esa valoración era malintencionada,
pero además era tonta, porque le reprochaba no ser capaz de expresar la
revolución a una escritora que nunca había escrito poesía política.
Con razón, Arturo Arango me lo echó en cara años después, aunque desde que
apareció lo hizo el maestro Eliseo.
¿Por qué di esa opinión? Pues porque en el malhadado I Congreso Nacional de
Educación y Cultura, Armando Quesada, dirigente de la UJC y director de El
Caimán Barbudo, me acusó de contrarrevolucionario. Ello motivó que la
Universidad de la Habana constituyera un tribunal para juzgarme y eventualmente
separarme de mi puesto de trabajo. Era 1971 y se inauguraba el Quinquenio Gris.
Para fundamentar por escrito la acusación que había proclamado de viva voz en
el congreso, Quesada colocó el nombre de Lina de Feria entre las personas que
avalaban ese criterio. La acusación era falsa, como lo era el supuesto aval de
Lina. Años después ella me dijo que Quesada había usado su nombre porque ella
era entonces la jefa de redacción del Caimán… y su subordinada. Poco después,
Lina fue cesanteada y excluida de la vida cultural. Tanto que, en 1977,
Norberto Codina seleccionó una antología de Poesía joven, que prologó Arturo
Arango y publico Pluma en Ristre. Allí se excluía la poesía de Lina de Feria,
seguramente obedeciendo la interdicción que pesaba sobre ella.
Hay épocas difíciles, a veces hay muy malos momentos en la cultura, y no creo
que valga la pena empezar a pasar todas las cuentas, mucho menos para
desacreditar a un valor incuestionable de Cuba como es Niicolás Guillén. Hay un
proverbio chino que me gusta recordar: “un combatiente con defectos, es siempre
un combatiente; una mosca sin defectos, no es más que una mosca perfecta”.
Hay una observación de Arturo Arango que me parece importante considerar.
Afirma el escritor:
A mi juicio, la emancipación de un país no puede
contraponerse a la emancipación de las personas.
El precio de la libertad de Cuba no puede ser el sacrificio
de la libertad de los cubanos (aunque sea “solo” de la libertad
de pensar y de expresarse). Si esas dos “batallas” no van
de la mano, nada tiene, tendría sentido.
Arturo debe saber que esa combinación es el ideal de José Martí: el día que la
consigamos habremos cursado un trecho esencial de nuestra historia porque,
hasta hoy, nunca hemos conseguido las dos cosas.
Cuando valoró la significación del hombre fundamental que es, para América,
Simòn Bolívar, escribió Martí:
Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por
sí mismos, como el derecho de América a ser libre.[1]
Voy a confesar algo tal vez non sancto
a propósito del reclamo de Arango, que el propio Martí matiza, escribiendo
sobre el padre Bolívar. A mi me complacen las elecciones directas. Quiero
decir: no me complace que un único partido, unos únicos hombres, puedan
permanecer incondicionalmente en el gobierno. Debiera haber una competencia que
los haga hacer cada vez mejor su trabajo, que sientan el peligro de perder el
mando, y se esfuercen para poder mantenerlo.
Hoy por hoy no domina el pluripartidismo en el mundo, sino un bipartidismo en
el que los dos partidos son por igual garantes del sistema capitalista. Surgió
en los Estados Unidos, con demócratas y republicanos, y lo incorporaron muchos
países: es lo que ocurre en España con el PP y el PSOE.
Los enemigos de la Revolución afirman que el suprimir las libertades políticas
es una coartada de los gobernantes cubanos para no permitir una alternativa
política en Cuba y no abandonar el poder. Pero si hubiera unas elecciones en
Cuba, la promesa de un partido opositor a la Revolución, sería el fin del
bloqueo, concedido por los Estados Unidos, con tal de desalojar a nuestra
izquierda del poder y ahí, sí, cambiar nuestro sistema.
Para que Cuba disfrutara la libertad política de sus ciudadanos, habría que
poner fin al bloqueo norteamericano sin condiciones y que, paulatinamente, el
pueblo cubano vaya procurándose el destino que quiera darse.
Yo soy un apasionado de la libertad y la he ejercido siempre un poco más allá
de donde se ha podido, pero no voy a tirar por la borda la soberanía, después
de lo que nos ha costado, nos cuesta mantenerla. De todos modos, tenemos que
seguir ampliando nuestras libertades, y hacerlo en las condiciones que tenemos.
Creo que ello está ocurriendo entre nosotros, y debe proseguir.
Se equivoca Arango y de paso Jorge Fornet –el hombre del bautismo– si creen que
el “desengaño” nació con el período especial y que fue entonces cuando
empezaron a faltar el yogurt y el papel higiénico. Mi generación tiene
“desencantados” tan serios –Reinaldo Arenas, Norberto Fuentes, Jesús Díaz,
Guillermo Rosales– que se fueron de Cuba, y otros que nos hemos quedado sin ser
“encantados”, como Silvio, Lina de Feria, Nancy Morejón, Miguel Barnet, María
del Carmen Barcia, Waldo Leyva, Aurelio Alonso, Víctor Casaus, Alex Pausides,
Fernando Martínez.
Estoy enteramente de acuerdo con respecto a lo que dices de Daniel Díaz Torres
y Alicia en el pueblo de maravillas; me parecieron bochornosos los “mítines de
repudio” que se organizaron para impugnar la película. Tuve el gusto de
disfrutar de la amistad de Daniel y, después del caso de Alicia…, trabajar
junto a él en un guión.
Honradamente, me parece simplemente ridícula esta aseveración de Arturo:
recibió la orden de disparar sobre Leo.
Creo que esto está un paso más allá de la paranoia. Cuando uno quiere ejercer
las libertades y lo hace valorando y enjuiciando el entorno, como hace Padura,
puede tropezar y de hecho tropieza con criterios que disienten del propio, sin
que todo tenga que provenir de una oscura conspiración contra los “no
oficialistas”.
No voy a mandarle este trabajo a Segunda Cita, que tiene sus visitantes
específicos, y a lo mejor disfrutan menos estos trajines estéticos cubanos. Lo
hice inicialmente porque no se había comunicado conmigo Eduardo Montes de Oca,
que lo ha hecho últimamente, y dispone de un amplio registro para distribuir
estos trabajos.
En fin, hermano Juan Carlos, debiéramos vernos en algún momento para tomarnos
un trago y si no podemos hacer el documental que te sugería porque ya te has
jubilado, orquestar una versión sinfónica de esa pieza esencial del folklore de
La Rampa que se llama “El warandol”. Un abrazo y el afecto intacto de
Guillermo Rodríguez Rivera.
Letras Cubanas, La Habana, 1981, p- 408
Juan Antonio García Borrero.
Blog Cine Cubano la pupila insomne, 18 de mayo de 2014.
Borrero a Arturo Arango y Juan Carlos Tabío
Queridos amigos:
Recibí los mensajes que ambos han circulado a propósito de la polémica
originada por las declaraciones de Leonardo Padura en Buenos Aires. No
reiteraré tópicos que ya han expresado, y que comparto casi en su totalidad. Me
gustaría en todo caso apuntar un par de ideas que tendrían que ver con el papel
que hemos jugado o dejado de jugar los intelectuales en todo este período de
construcción del socialismo cubano, es decir, con la aceptación o rechazo por
parte de los intelectuales de ese silencio prudente que, hacia el final de su
texto, recomienda el prestigioso académico Atilio Borón.
Lo del silencio intelectual impuesto o auto impuesto, y las consecuencias que
ello ha traído al mejor o peor funcionamiento de nuestra sociedad, es algo que
cada vez me parece más imperioso estudiar a fondo, si queremos pensar de veras
en un futuro que supere el actual orden de las cosas. Hasta ahora hemos
dedicado todos nuestros esfuerzos a criticar, exaltar, confrontar aquello que
se ha dicho públicamente (no importa si a favor o en contra del proceso
político iniciado en 1959), pero hemos atendido poco a lo que se ha dejado de
decir, y mucho menos nos ha interesado escrutar en esos contextos que
posibilitaron que lo que hoy podríamos calificar de una verdadera espiral del
silencio intelectual, ganara naturalidad. Y sí, insisto: si de veras queremos
tener una mayor claridad del futuro al que queremos llegar, o al que llegarán
nuestros hijos, en algún momento tendremos que narrar la historia de nuestros
silencios.
Entiendo cuando Borón alerta sobre la necesidad de no perder de vista algo tan
abstracto y al mismo tiempo omnipresente como es eso que llamamos “imperialismo
norteamericano”. Ignorar la existencia de ese imperialismo, ignorar su impronta
sobre la vida de millones de seres que carecen de lo mínimo sería cuando menos
poco serio. Pero una cosa es esa, y otra es desconocer los impactos negativos
que han tenido entre nosotros los errores de los hombres que en Cuba insisten
en construir una sociedad alternativa. Y como esa construcción va siendo
colectiva, pero guiada por el grupo gobernante, entonces se le haría un flaco
favor a la construcción del socialismo (que como sistema social sería siempre
mucho más complejo que la visión que puedan tener del socialismo los que
gobiernan aquí o allá, en determinadas fechas) si se sigue alimentando esa
adicción al silencio ante los errores de la élite política, adicción que ya
alguna vez se contrajo con gusto apelando a la coartada de un impersonal sujeto
colectivo nombrado “revolucionario”.
Lo “revolucionario” fue el gran saco donde desaparecieron, de pronto, todas las
tensiones que en la vida real ponen a luchar a los seres humanos entre sí. De
manera que en nombre de ese sujeto colectivo nombrado “revolucionario” nos
recomendaron (y lograron imponer por un tiempo) el silencio alrededor de esas
injusticias que en la práctica y de manera sorda seguían fomentándose contra
los negros, las mujeres, los homosexuales, en tanto la prioridad era construir
el comunismo, y formalmente las iniquidades habían sido suprimidas en los
textos legales. Hoy ya hemos admitido que el racismo perdura en nuestra
sociedad, y las feministas siguen librando sus batallas, ahora con más
argumentos, y CENESEX encabeza una lucha que podría concedernos un poco más de
sensibilidad ante el fenómeno de la diversidad sexual.
Muchos, sin embargo, tratan de eximir al Estado de toda responsabilidad
histórica creyendo que con ello lo defienden mejor. Pero, ¿acaso no era el
mismísimo Ernesto Che Guevara quien hacía esa temprana advertencia en “El
socialismo y el hombre en Cuba” de que todo Estado (por ser hombres de carne y
hueso quienes toman las decisiones) se equivoca? “Sin embargo, el Estado se
equivoca a veces”, decía allí, y añadía: “Cuando una de esas equivocaciones se
produce, se nota una disminución del entusiasmo colectivo por efecto de una
disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el
trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el
instante de rectificar”.
Ahora, la pregunta que queda en el aire a raíz de esa observación del Che no
resultaría menos inquietante que lo que intenta subsanar: ¿quiénes estarán
autorizados a contribuir a esa rectificación? “Es el instante de rectificar”,
nos dice, pero en el caso de los cubanos, ¿significa que es solo la élite
gubernamental y los miembros del Partido Comunista los que tendrían el derecho
a establecer la crítica a esos humanos errores, condenando al silencio a los
otros actores sociales?
Ese dictamen excluyente nunca llegó por escrito, pero mi criterio es que a
partir de 1968 (es decir, mucho antes del 71 que tan bien estudia Jorge Fornet
en su libro) se comienza a institucionalizar ese silencio intelectual que casi
siempre se justifica con la coartada de que, si se habla de nuestras carencias
más graves, se le estaría entregando armas al enemigo, es decir, a ese
imperialismo norteamericano al que alude Borón. Lo cual es de lamentar, porque
hasta el 68 parecía natural en Cuba la coexistencia, a ratos nada pacífica
(como sucede en la vida real, por cierto), entre la vanguardia política y la
vanguardia artística.
Entonces la esfera pública era un hervidero de polémicas donde podías encontrar
debatiendo lo mismo a Alfredo Guevara y Blas Roca, que al Comandante Serguera y
el Consejo de Dirección de la revista Revolución y Cultura”, por citar apenas a
algunos ejemplos, si bien basta revisar el libro que Graziella Pogolotti ha
organizado con algunos de los debates de la década, para darnos cuenta que eran
muchos los que querían contribuir (no con su silencio militante y disciplinado,
sino con la voz activa e incómoda que quería defender la utopía humanista), a
la construcción de los nuevos escenarios.
Eso comenzó a cambiar de un modo radical tras la muerte del Che. Ya en el hoy
olvidado Congreso Cultural de La Habana, celebrado a principios de 1968, el
término “intelectual revolucionario” empezó a contraponerse al de “intelectual
crítico”: la época exigía que había que ser “intelectual revolucionario” antes
que “intelectual crítico”, como si una cosa estuviese divorciada de la otra.
Obviamente, pesaba aquello que el Che había escrito sobre el pecado original de
los intelectuales, pero también era una época donde se exigía más acción que
pensamiento académico, y muchos intelectuales apoyaron esa percepción. Tengo a
mano, para poner un ejemplo, esto que Lisandro Otero escribía en uno de los
editoriales del número 2 de la revista “Revolución y Cultura”:
“Algunos dirán que el escritor tiene su propia misión específica que no es la
del soldado y esto es aceptable siempre que el escritor no se autotitule
revolucionario. Porque el método del oficio revolucionario es el combate y
quien lo rehúye no puede decirse tal. Y en definitiva quien esté al margen de
la acción ¿podrá reflejar realmente la necesidad revolucionaria u ofrecerá una
visión contemplativa del devenir histórico? Desde los observatorios las
imágenes siempre se perciben deformadas o inexactas”.
Cierto, el contexto histórico era otro, y las demandas de descolonización
política formaba parte del imaginario de las izquierdas de la región y del
llamado Tercer Mundo, muchas veces contrapuestas a las izquierdas europeas,
como puso en evidencia el segundo “caso Padilla”. Pero, ¿cuántas desmesuras no
se hubiesen podido evitar si el silencio del intelectual revolucionario que
prefiere callar ante “las pequeñas injusticias”, porque lo que vale es la Causa
mayor, no hubiese sido confrontado con la crítica intelectual que le habla al
Poder con transparencia de esos descomunales errores?
Se me dirá que la represión estalinista en Cuba entonces era de temer, como
demostró (por poner un ejemplo) la desaparición de la revista “Pensamiento
crítico”. O el Primer Congreso de Educación y Cultura y sus escandalosas
recomendaciones de parametración de los seres humanos, de acuerdo a una escala
de valores construida por el grupo dominante. De acuerdo: yo no sería capaz de
apuntar con un dedo a los que entonces optaron por callar porque es muy fácil
enjuiciar a los otros cuando se vive un momento histórico aparentemente más
abierto a la tolerancia. Trato de imaginar qué hubiese hecho yo en esas
circunstancias, y sé que jamás obtendré una respuesta confiable.
Por eso, más que enjuiciar a quienes vivieron esa época, me interesa comprender
(quisiera enfatizar ese término: comprender) cuáles fueron los dispositivos que
permitieron que una idea tan humanista como la que propuso originariamente
Marx, una herramienta que supuestamente venía a emanciparnos, a hacernos más
libres y plenos como individuos, se convirtió en el siglo pasado en aparato de
dominación y terror en todo ese sistema comunista que por algo se derrumbó.
Esto me interesa justo porque no he renunciado a la idea de que un día sea
posible vivir una sociedad menos deshumanizada que esas que actualmente
padecemos los humanos del ahora, vivamos en el capitalismo o en el socialismo.
Y porque no basta repetir como un loro que el socialismo es superior al
capitalismo: se necesita demostrarlo con argumentos, pero antes con actos,
realidades.
Y una de esas realidades tendría que hablar de las conquistas de espacios donde
sea posible ejercer la crítica más radical a quienes construyen ese socialismo
(con la misma soltura con la que criticamos en nuestra televisión al
capitalismo), sin temor a las represalias de quienes se consideran a sí mismos
guardianes de una Verdad para ellos intocable, y que por tanto se erigen en
sujetos intolerantes, incapaces de reparar en que, más allá de las convicciones
que podamos albergar en nuestras mentes, la vida todo el tiempo ha proseguido
evolucionando, y ha creado nuevos conflictos, nuevos problemas, nuevos sujetos,
nuevas aspiraciones.
A estos vigilantes del Dogma sagrado e intocable que repudian la diversidad,
que recelan de todo lo que huela a nuevo, cambio, libertad, y aspiran a la
uniformidad del pensamiento según lo que ya han hecho suyo, apremiándonos al
silencio complaciente cuando uno no quiere hacerle el juego a ese consenso
artificial, se les podría seguir oponiendo aquella célebre interrogante de los
antiguos: ¿Quién vigila a los vigilantes?
Un abrazo grande,
la cuestión
Orestes H.
Rebelión, 13-05-2014
Fue la idea central del archiconocido monólogo del bardo inglés William
Shakespeare, la que primero vino a mi mente, cuando hace unas horas leí la
entrevista que el exitoso escritor cubano Leonardo Padura ofreció al diario “La
Nación” de Buenos Aires en ocasión de su visita a la Argentina a propósito de
la presentación de su última novela en el contexto de la concurrida Feria
Internacional que anualmente allí se organiza.
En la obra de Shakespeare, el personaje Hamlet se debate en la trágica
contradicción (universal) entre ser o no ser ante las disimiles coyunturas que
le ha presentado la vida: sufrimientos, fortunas, armas y adversidades; siendo
éstas, algunas de las encrucijadas ante las que el protagonista debate su decisión
entre morir o vivir, e incluye muy a propósito la opción de soñar.
No soy escritor, ni especialista y mucho menos crítico literario, soy ni más ni
menos que un hijo de Cuba, tanto como el propio Padura, en mi caso nacido con
la Revolución y educado en los principios que heredamos de la historia de
nuestro pueblo desde la conformación misma de la nacionalidad cubana;
principios que la etapa del proceso revolucionario iniciada a partir de 1959
(aunque Padura lo desdeñe en cada una de sus apariciones) ha llevado a su
máxima expresión.
Tampoco pretendo hacer aquí un análisis de la obra literaria del escritor, a
todas luces muy exitosa y de calidad sin discusión, y que debo reconocer he
disfrutado mucho, desde la serie que protagoniza el sempiterno Mario Conde,
hasta la “La Historia de mi Vida”, que considero su mejor y más lograda
investigación, en la cual- debo también decirlo- de manera magistral nos lleva
por los vericuetos de una parte de la historia de Cuba y sobre todo de la vida
de nuestro poeta José María Heredia que desconocíamos. Ese es un libro digno de
estar a la cabecera de cada joven cubano y en cada biblioteca de escuela de
nuestro país.
Volviendo a la idea original de este comentario, digo que vinieron a mi mente
Shakespeare y su Hamlet al leer la entrevista concedida al diario porteño
porque aunque ya me he ido acostumbrando a las reflexiones claramente
narcisistas de Padura, no lograba entender en esta ocasión las razones por las
que decidió antes de su arribo a Buenos Aires ofrecer declaraciones justo a ese
“medio de incomunicación”.
Inmerso en esa duda me convencí que Padura siempre está (o debe estar) ante la
disyuntiva shakespeariana de ser o no ser (o en todo caso “hacerse el muerto
para ver el entierro que le hacen”, según reza un popular refrán cubano.
Dedicaré mi comentario a dos temas que considero, entre otros, importante
debatir alrededor de la mencionada entrevista.
En primer término vale mencionar que “La Nación”, si Padura no lo sabe (lo cual
dudo), tiene un historial digno de una novela trágica, asociado a su
complicidad con las dictaduras militares de los años 70, que costaron solo al
pueblo argentino más de 30 000 desaparecidos, complicidad que está probado
respondió a negociados por los que la justicia le ha abierto una o varias
causas.
Es el mismo diario que desde hace dos siglos y bajo la dinastía de la familia
Mitre, ha desatado sin sonrojo todo su poder contra las ideas y acciones
integracionistas de nuestros próceres y que en los últimos 50 años no se ha
privado de nada para atacar todo proceso social en el continente que desee ser
“normal” (para usar una palabra que expone Padura cuando es cuestionado sobre
lo que desea para Cuba en el futuro) y trabajar por distribuir un poco mejor la
riqueza.
Ese es el diario al que Leonardo Padura ofreció sus primeras declaraciones aun
antes de llegar a la Argentina, y que los editores decidieron además ubicar en
página privilegiada.
Algunos, el propio Padura incluido, podrán aducir que José Martí, el prócer
mayor de Cuba, colaboró con ese diario cuando estaba en Nueva York durante su
prolongado exilio.
Ello es cierto, muy cierto.
Un Martí descollante en lo intelectual y definido en lo políticamente
revolucionario (remarco: políticamente revolucionario), colaboró con varios
diarios de la región y “La Nación” fue uno de ellos. El que lea sus crónicas de
entonces, (estoy seguro que Padura lo ha hecho dada su condición de acucioso
investigador), se dará cuenta que Martí hizo gala de una exposición clara de lo
que estaba conformándose en el impetuoso imperio, y la combinaba con
comentarios excepcionales que permitían al lector del sur de América adentrarse
en realidades que marcarían su futuro.
Ahora se conoce que aquellas crónicas generaron temor en los editores
aristócratas y desde aquel entonces, ya pro imperiales, por lo que la censura y
la mutilación mostraron la verdadera esencia de lo que los dueños del diario
pretendían.
Para muestra, un botón. Fue el propio Bartolomé Mitre, Director del periódico
quien el 26 de septiembre de 1882 remitiera a Martí una carta que se explica
por si sola y en la cual le dice:
(…)La supresión de una parte de su
primera carta (…) ha respondido a la necesidad de conservar al diario la
consecuencia de sus ideas, en lo relativo a ciertos puntos y detalles de la organización
política y social y de la marcha de ese país (…) La parte suprimida de su
carta, encerrando verdades amigables, podía inducir en el error de que abría
una campaña de “denunciación” contra los Estados Unidos como cuerpo político,
como entidad social, como centro económico (…). Su carta hubiera sido todo
sombras, si se hubiera publicado como vino, y habría corrido el riesgo
innecesario, publicándola íntegra, de hacer suponer la existencia de un ánimo
prevenido, y mal prevenido (…) pero tratándose de una mercancía –y perdone Ud.
la brutalidad de la palabra, en obsequio a la exactitud- que va a buscar
favorable colocación en el mercado que sirve de base a sus operaciones, trata
como es su deber y su derecho, de ponerse de acuerdo con sus agentes y corresponsales
en el exterior acerca de los medios más convenientes para dar a aquella todo el
valor de que es susceptible”.
Elemental Watson! Habría dicho el inigualable Holmes.
asociado a esta entrevista realizada al escritor cubano Leonardo Padura, tiene
que ver con sus valoraciones claramente desdeñosas que el escritor acostumbra a
verter contra el proceso revolucionario cubano cada vez que tiene una
oportunidad en sus constantes viajes y escritos, criterios que reitera (como no
podía ser de otra forma) ante el cuestionario de “La Nación”.
Pudiera decir yo, maliciosamente pensando, que Padura conoce cuál es el tipo de
lector de “La Nacion” y él sabe que sus reiterados conceptos sobre supuestas
“incertidumbres, sueños truncados y desencantos” del pueblo cubano (del que al
parecer pretende erigirse como vocero) sobre su proceso, serán cantos de sirena
a potenciales compradores de su último trabajo que- ¡oh, casualidad!- es una
“crónica de la realidad de Cuba de los 90”.
Pero no seré tan “mal pensado”. Preferiré suponer que no es así y que Padura
intenta presentarse el coherente ser humano que dice ser.
Lo que me queda claro es si Padura leyó bien la carta que B. Mitre envió a José
Martí, tan distante en el tiempo como hace 132 años, como tampoco si leyó con
paciencia la carta de Martí a su amigo mexicano Manuel Mercado la víspera de su
muerte en Dos Ríos.
¿Qué otra cosa explicaría entonces el hecho de que no mencione en sus
respuestas a “La Nación” ni por asomo, como no ha hecho nunca en sus giras y
presentaciones, el también centenario deseo de la élite estadounidense de
apoderarse de Cuba?
¿Qué otra cosa explicaría que Padura obvie los miles de muertos que nos ha
costado (y sigue costando) a los cubanos esa obsesión “monroista” de los EE.UU., para lo que han empleado no solo millonarias sumas,
sino también mortales engendros de guerra química y bacteriológica?
Padura obvia olímpicamente todo eso y, claro, los editores de “La Nación” lo
premian ubicándolo en primera plana y las ventas de su libro subirán
posiblemente de manera exponencial.
Pero nada de eso es nuevo en la actitud de Padura.
Lo que si no había escuchado hasta esta entrevista es “su reflexión” sobre la
supuesta contradicción de “militancia y periodismo”.
Ante la pregunta de rigor, y haciendo gala de su máxima narcisista, sin
tapujos, sentencia como si fuera un apotegma que:
“El militante se traga por completo al periodista pues el militante obedece al
partido. El partido decide y manda. El periodista entonces desaparece”.
No solo es absoluto Padura en su pretendida y mesiánica conclusión, sino que
además miente.
Demasiados ejemplos lo aplastan, Martí el primero.
Padura no debió decir eso nunca en la tierra de Rodolfo Walsh y Jorge Ricardo
Massetti, para mencionar sólo dos paradigmas argentinos de la profesión.
En cuanto a Cuba, claro que la prensa cubana hoy no refleja todo lo que pasa,
hace y discute nuestro pueblo, Es una lástima y una rémora por las que estamos
pagando y seguiremos pagando un alto precio. Es cierto que las normas,
disposiciones y hasta temores (algunos explicables a la luz de la historia.
pero no razonables ni justificables hoy) nos mantienen en en general en una
situación de complacencia y triunfalismos editoriales que dista mucho de la
realidad.
Todo eso es cierto, pero aseverar lo que de manera absoluta el exitoso escritor
cubano dice, es cuando menos una ofensa a las decenas de buenos periodistas y
hombres y mujeres de letras que aunque no sean periodistas de profesión,
trabajan en el ejercicio de la palabra de una manera sincera, crítica y
revolucionaria y Padura lo sabe porque él vive en Cuba (mérito a reconocerle) y
convive con ellos. Y como lo sabe, por eso su aseveración es oportunista.
Al comentar este tema con un querido amigo, periodista experimentado y de
sinceridad a toda prueba me decía: “…periodismo militante, ni por asomo,
significa que quien lo ejerza sea miembro de un partido. Hay una militancia que
nada tiene que ver con partidos políticos y tú y yo la conocemos bien en
Argentina, donde decenas de amigos que defienden ideas de justicia, equidad ,
soberanía y autodeterminación no pertenecen a partido alguno. Pero sin ir más
lejos, conozco a muchos en Cuba y en mi misma agencia que sin ser miembros del
partido ejercen un periodismo de calidad e independiente que Leonardo Padura
parece o quiere ignorar.”
Habría mucho que comentar sobre los otros temas que aborda Padura en su
entrevista, pero el espacio es poco y la paciencia de los lectores es aún
menor.
Finalmente debo decir que en sus exposiciones, tanto al diario argentino como
en otras tribunas, Padura esboza (sin decirlo) cuál es la “Cuba normal que él
desea”.
Padura quiere jugar a otro juego. Él debe entender esta referencia por ser el
aficionado a la pelota que es o dice ser…
El desea jugar al juego que niegue todo lo que ha conquistado Cuba en más de
145 años de vida republicana (no somos ingenuos y sabemos que sin república no
se entendería lo que es hoy Cuba). Pero prefiere seguir callando que EE.UU. siempre ha querido tragarse a esta isla, desde que
era una colonia española, y aún lo sigue intentando, con prisa y sin pausa.
Ojalá y su silencio se deba a que sabe muy bien por que Washington no lo ha
conseguido.
Él debería ser claro y dejar de rozar los bordes.
Él debería dilucidar si comparte los sentimientos políticos con Mario Vargas
Llosa y Hugo Cancio respecto de la Revolución Cubana.
Él debe decir cuál es la “Cuba normal” que desea.
Él debe sinceridad a los miles que lo leen, aunque no la tenga consigo mismo…
La historia, Padura, nos pone siempre ante la misma disyuntiva que Shakespeare
dispuso para Hamlet:
SER O NO SER, ESA ES LA CUESTION
Año 7. Edición número 312. Domingo 11
de Mayo de 2014
Por Guillermo E. Pintos
cultura@miradasalsur.com
El autor de El hombre que amaba a los perros elude la polémica pero le responde
a Atilio Boron, habla de su obra, la vida cotidiana en La Habana, el misterio
del asesino de Trotsky y claro, de la compleja realidad social de su país.
El escritor cubano más famoso del mundo, aquí y ahora, invita a salir a la
calle. Sucede en pleno barrio Norte de la Ciudad de Buenos Aires. Leonardo
Padura, de él se trata, viene postergando la ansiedad y ahora quiere salir a
fumar. Y en el coqueto edificio en que concede varias entrevistas en una tarde
típicamente otoñal y porteña (con alto porcentaje de humedad, sobre todo), no
se puede. Con el cigarrillo en la mano, Padura cuenta distintas desventuras y
situaciones vividas en sus viajes como best
seller global (“más que miedo, me parece que esa afirmación es bastante
mentirosa”, dice con una sonrisa) cuando se trata de salir a fumar. Un rato
después, la conversación se dispara hacia el uso de internet en su país. Él
dice: “Tengo internet en mi casa pero es tan lento que para abrir una página
tardo 15 minutos y para abrir una nota, otros tantos… Así que no uso mucho,
apenas para contestar algunos correos”. Allí, en la vereda también, comenta con
diplomacia (“para no entrar en ninguna polémica”, dice) el texto que Atilio
Boron le dedicó luego de una entrevista publicada el domingo pasado en el
diario La Nación. Luego de leerla, el sociólogo argentino escribió que Padura
“ofrece un balance muy negativo sobre la Revolución Cubana. Obviamente,
cualquier proceso histórico tiene aciertos y errores, logros y fracasos. El
problema con Padura es que los primeros no aparecen en su diagnóstico sobre
aquellos años, durísimos sin duda, del período especial. ¿Pero será que no hubo
ninguno en la Cuba revolucionaria, que todo estuvo mal? ¿Es posible olvidarse
de conquistas históricas tales como la alfabetización universal y la enorme
expansión del sistema educacional, los avances en materia de salud, la tasa de
mortalidad infantil más reducida de las Américas, el acceso universal a la
cultura en todas sus expresiones, la seguridad social, el internacionalismo
como expresión de la solidaridad a escala mundial, para no citar sino las más
evidentes?”. Responde el aludido: “Al momento en que no hay papel higiénico o
yogur en toda la isla, uno se olvida de las conquistas históricas y se queja
casi diría de forma instintiva”. Y no dice más. Todo esto sucede al final de su
charla con Miradas al Sur, en dónde habló de su obra, la vida cotidiana que
lleva en La Habana, los perros, su experiencia como periodista enviado a Angola
(“al llegar, me sacaron el pasaporte y me dieron un fusil y dos cargadores. Tuve
miedo”, recuerda), Ramón Mercader y… por supuesto, de la realidad cubana. Un
tema central y necesario en la agenda de la mayoría de los medios argentinos
cuando de entrevistarlo se trata. No resulta ésta la excepción, por cierto.
–¿Es aquí donde más le preguntan por Cuba, buscando que hable mal del gobierno?
–Sí. En Argentina es donde más insisten en que hable de la política interna de
Cuba, y sobre todo quieren que lo haga en términos maniqueos o
fundamentalistas. Creo que existen muchos matices a la hora de hablar de la
realidad de cualquier país del mundo.
–Pero su país, convendrá conmigo, es bastante particular por varios motivos…
–Cuba es muy peculiar. Entender a Cuba es muy complicado, y explicarla es más
complicado todavía. Me suele pasar cuando hablo en público, en mis textos
periodísticos o en una entrevista, que necesito contextualizar determinadas
cosas para que se entienda que con códigos preestablecidos o prejuicios a favor
o en contra, es muy difícil analizar la realidad cubana. Porque muchas veces
esos códigos o esos prejuicios no encajan en esa realidad que tiene
características muy específicas. No se puede comparar el socialismo cubano con
el socialismo soviético, ni tampoco la evolución política que en estos momentos
hay en Cuba con el modelo chino. Ni se pueden entender la relación entre las
personas como se pueden entender en un país como Argentina, México o inclusive
Estados Unidos. Todo en Cuba tiene un carácter muy específico. Fundamentalmente
a partir de la economía. Yo creo que en la economía, y además lo dice muy
claramente, se supone que Cuba pone en práctica una filosofía marxista en cada
acto y decisión.
–¿Todavía hoy?
–En Argentina está claro. Existen los muy ricos, una clase media que se fue
deteriorando en los últimos tiempos y una clase pobre, subproletaria y sub sub
proletaria. Ese código se repite en México, en Bolivia, en Chile, en España,
hasta en los Estados Unidos: allá se habla que el 1% son los que tienen la
plata y el 99% los que están jodidos… Eso en Cuba es imposible de aplicar. Allá
puede haber una persona, por razones puramente económicas, que esté sentada en
una esquina, en un parque, fumándose un cigarrillo, oyendo MP3 o que tenga una
grabadora al lado, a todo volumen, sin hacer nada todo el día. Todo eso porque
tiene un hermano en Estados Unidos que le manda 100 dólares todos los meses. Y
con 100 dólares esta persona vive como un príncipe. Entonces, si ya algo tan
elemental como 100 dólares cambia la vida de una persona, cambia su actitud
ante la sociedad, cambia su forma de vida, es de imaginar qué deformación
económica existe. El gobierno cubano reconoce que los salarios que paga son
insuficientes y que no puede aumentarlos, entonces, ¿de qué vive la gente y no
se muere de hambre? Es un milagro, es la providencia, ¿qué cosa es? Son códigos
muy propios de la realidad cubana, una realidad que se fundamenta en el
sustantivo “invento” y el verbo “resolver”… La gente vive del invento y para
lograr ese invento, hay que resolver. Con estas dos estrategias de supervivencia,
la gente sobrevive.
–Llegan desde la isla las noticias de apertura económica, del nacimiento de una
nueva clase cuentapropistas. ¿Eso está pasando, efectivamente?
–Está pasando. En este momento, la sociedad homogénea que existió en los ’80 e
incluso en los ’90 –en los ’80 fuimos homogéneos en la posibilidad de acceder a
determinados bienes y servicios, en los ’90 lo fuimos en la posibilidad– se
está dilatando: hay gente que se está empobreciendo y personas que están
acumulando una cierta capacidad de bienestar. No hablo de acumulación de
capital: tener 20, 30 mil dólares no significa eso prácticamente en ninguna
parte del mundo.
–¿Qué significa el cambio de mentalidad al que convocó Raúl Castro desde que
asumió?
–Ése es uno de los temas más complicados que existen en este proceso que se
está viviendo en Cuba: los cambios de mentalidades y la necesidad de que se
produzcan esos cambios. Muchos de los que sustentaron la otra mentalidad son
los que están promoviendo el cambio ahora y eso es muy difícil. Ese proceso tan
complejo tiene que ver con el subconsciente del individuo, con sus principios,
con lo que ha creído durante mucho tiempo, con la forma en la que ha actuado,
por lo cual no estoy seguro de que muchas de esas personas puedan cambiar. No
estoy seguro porque están acostumbradas a formas de dirección, de relación con
los otros individuos, típicas de un modelo que se está tratando de modificar, y
creo que es la parte más complicada de esta historia. Aceptar que no todos los
que piensan de manera diferente a ti no son el enemigo, sino al contrario, que
pueden ser aliados y protagonistas de una renovación de la sociedad cubana, es
algo complicado. Es necesario admitir a los que disienten, y espero que se lea
la palabra en su justo sentido. Y no estoy hablando ya de personas con una
posición abiertamente hostil contra el gobierno cubano. Cuando digo Gobierno,
Estado y Partido, hay otro de los problemas grandes en Cuba, es que los tres
aquí son prácticamente lo mismo, y en ese sentido debe surgir una de las modificaciones
que creo necesaria: la separación de funciones. El cambio de mentalidad es una
gran necesidad, no se puede pensar igual que hace 15 años porque el mundo es
totalmente diferente. La caída del socialismo en Europa del Este coincide y
casi marca un momento en el que se está produciendo un cambio de era: termina
la Era Moderna-Industrial y comienza la Era Digital. Esta era tiene sus propias
exigencias, condiciones y regulaciones que son diferentes a las que existían en
los años 1980. Todas las relaciones han cambiado con la Era Digital, los
periódicos han tenido que cambiar su perspectiva, la noticia es diferente a
como era hace 20 años, por lo tanto, el cambio de mentalidad es absolutamente
imprescindible si se pretende una real actualización de una sociedad y un
modelo económico o reforma.
–¿Cuánto ha cambiado la prensa cubana desde que usted trabajó en Juventud
Rebelde y otras publicaciones?
–Nada, apenas ha cambiado, sólo que junto a la firma aparece un correo
electrónico del periodista, pero no ha cambiado nada. El otro día, un
comentarista en la televisión se refirió a la ocurrencia de un incidente
desagradable en un juego de pelota y no decía cuál había sido el incidente
desagradable. ¿Y de qué estamos hablando? Ese incidente fue público, lo vieron
muchas personas. Todo ha cambiado muy poco porque el Período Especial fue un
mazazo para el periodismo en Cuba. Si esa época provocó que los espacios de
libertad para la creación artística crecieran, la literatura, el teatro, las
artes plásticas, el cine, etc., para el periodismo fue una entrada en la
caverna y de la caverna no ha salido.
–¿Cómo influyó su experiencia como periodista en su carrera de escritor?
–Muchísimo. Yo creo que los seis años que estuve en Juventud Rebelde marcan la
distancia entre un escritor muy aprendiz, a un escritor mucho más dotado de
instrumentos profesionales de escritura. Así pude escribir Pasado Perfecto y
toda la saga de Mario Conde.
El escritor que también ama a los perros
Dice Padura que el título de su novela no alude a su propio amor por los
perros. Que lo tuvo y tiene, aunque su última mascota haya muerto en brazos de
su esposa hace poco tiempo y, desde ese momento, no hayan querido adoptar otra
para no “encariñarse”. La anécdota sirve para revelar un poco de su vida
cotidiana en su la casa del barrio de Mantilla, la que construyó su padre y en
la que el escritor vivió toda su vida. “Cuando estoy en La Habana salgo a
caminar pero ése es un problema, porque con cada persona que te cruzas, casi es
una obligación pararte a charlar. Y eso dificulta el ejercicio… Pero no hay más
remedio, porque si ves al plomero te parás a hablar con él sobre cómo resolver
un problema de la cocina o el baño. Y en La Habana no hay muchas posibilidades
de cambiar algo que se rompió, más bien hay que intentar repararlo…”, cuenta.
Volviendo a los perros, pero los de la novela más famosa de su autoría, el
escritor cubano afirma que Ramón Mercader –el catalán que mató a Trotsky, a la
sazón uno de los personajes de su novela más famosa– sigue siendo un misterio.
Lo dice quien investigó arduamente sobre este hombre y a cuyos hijos adoptivos
Arturo y Laura nunca llegó a poder entrevistar o siquiera conocer. “Arturo
suele volver a La Habana, allí tienen una casa. Laura, según supe, vive en
México y no ha vuelto a Cuba.” El punto de partida para escribir la extensa,
documentada y apasionante novela –donde realidad y ficción no tienen límite
establecido y he ahí tal vez su mayor encanto–, ocurrió en 1989. “Viajé por
primera vez a México y visité la casa de Trotsky en Coyoacán. Estando allí, me
conmoví y a partir de entonces sentí una gran curiosidad por conocer a ese
personaje, del cual no se hablaba en Cuba. Años después, me enteré de que el
asesino de Trotsky, Ramón Mercader, había vivido y había muerto en La Habana.
¡Ese hombre había sido alguien con quien yo me hubiera podido cruzar en la
calle sin saber quién era! Empecé, entonces, a interesarme por escribir algo.”
El proceso de su “gran” investigación, afirma, fue largo y se inició en 2005.
“Digo ‘gran’ porque la información que existe sobre Ramón Mercader es
escasísima. Cada vez que iba a España regresaba con una maleta llena de libros,
y además creé una red de agentes en España, Francia, México, Uruguay y Estados
Unidos que buscaban información y me la enviaban.”
Pingback: Leonardo
Padura y la caja de Pandora | Ogunguerrero
que aludo en mi trabajo Leonardo Padura y la caja de Pandora, así que lo añado
a continuación
es muy breve, porque en general creo que hay conceptos para defender en ambas
posiciones. La realidad suele ser bastante más compleja que los blancos y
negros, y al indiscutible principio de independencia, rebeldía y capacidad
crítica que tiene que tener todo artista, aún (o especialmente) los que se
dicen comprometidos, se puede oponer que el arte en algo se parece a la
ciencia, y es que rara vez es neutral. Quiero decir con esto que el artista,
declamando su independencia, no puede actuar como si sus acciones sucedieran en
el vacío y, por lo tanto, no generen repercusiones.
No voy a hablar sobre si Borón tiene razón o no. Creo que hay algo de sobre
reacción ante una entrevista donde Padura no dice nada extraordinario.
De lo que quiero hablar es del concepto que se vierte tanto en las palabras de
Arturo y de Juan Carlos sobre la “operación orquestada” para atacar a Padura. Y
me pregunto: ¿por qué consideran que el artículo de Borón, u otros escritos
para la ocasión por gente fuera de Cuba, forman necesariamente parte de algo
semejante? ¿Será que están cometiendo el error de transpolar una situación que
puede darse fronteras adentro en Cuba, como puede ser la persecución de un
intelectual disidente, al resto del continente latinoamericano, o del mundo? En
ese caso, tengo que recordarles a ambos que, lo que es “oficialismo” dentro de
Cuba, fuera de ella está rotundamente del lado de la “oposición”. En otras
palabras: lo que en Cuba sería “plegarse a las exigencias” del poder, en el
resto del continente es jugar en contra de los poderes establecidos. Lo que
Borón hace, desde este lado, no es obsecuencia, sino resistencia.
A pesar de conocer de primera mano a Cuba y su realidad (pero nunca paré en
“hoteles cinco estrellas”, como parece ser la descalificación automática hacia
el yuma que ose mostrar apoyo al gobierno cubano), jamás pretendería jugar a
explicarle a un cubano cómo es su realidad. Tengo que reconocer que es un acto
de arrogancia que muchos cometen al llegar a la Isla. Asimismo, hay que
entender lo que significa Cuba y su Revolución para los sectores progresistas
en el Continente, por más que a Padura eso no le guste; si puertas adentro
nadie puede entender mejor que el cubano lo que la Revolución significa,
puertas afuera la cosa está más discutida.
Es este significado tan especial que tiene la Revolución Cubana lo que, a mi
entender, genera sobre actuaciones como la de Borón con respecto a la
entrevista de Padura, pero no una “operación orquestada”. Así como no en toda
crítica hay que leer imperialismo, no en todo apoyo hay que leer obsecuencia o
persecución.
Nada más. Finalmente no fui breve, pero espero haber aportado algo útil a una
conversación que me interesa mucho. Estoy totalmente de acuerdo que apoyo nunca
puede confundirse con obsecuencia, y Cuba necesita mucha crítica desde adentro,
la crítica constructiva que busca avanzar y mejorar, no la que pretende volver
al pasado.
Un abrazo,
solo lugar todos los textos que han aparecido sobre el tema. De pronto, leyendo
algunos de ellos ya uno ni se acuerda de por donde empezo todo. Mientra más leo
más acertados y certeros me parecen las palabras de Guillermo Rodríguez Rivera.
Otros tratan de llevar la discusión hacia la libertad de expresión de los
escritores en Cuba….¿es que acaso no la tienen? Me parece algo paranoico el
tema donde fantasmas de décadas anteriores los siguen acompañando. No por
casualidad se hizo tan popular aquella frase del Che cuando decia: “….al
imperialismo no se le puede dar…. ni un tantico asi”
solo um mal traumático del pasado, sino también un trampolín que coquetea con
nuevas oportunidades. En principio, cuando uno de los que escvribió habló de
oportunismo, me pareció exagerado, sin embargo el deslave posterior me ha
demostrado que lo estaba avizorando como se anunciaba…
Julia Fernández dijo:
una revisión de las ideas de los que se han pronunciado sobre el tema y me
permite tomar partido.
Apoyo las ideas de Atilio y el “profe” Rodríguez Rivera, ningún análisis de la
Cuba de hoy puede estar ajeno a las circunstancias que rodean nuestro país.
De siempre, tomar distancia aludiendo imparcialidad revela la verdadera
postura; Cuba, hoy más que nunca necesita de análisis críticos pero
contextualizados, progresistas, comprometidos, serios y apegados a su historia.
sea útil a la mayoría para que saquen sus propias conclusiones
Rodríguez dijo:
Atilio Borón, está hecho en un contexto bien preciso: más vale callar
totalmente sobre una realidad si no eres capaz de evaluarla en todos sus
aspectos. Quizás no sea muy feliz los términos empleados , pero lo medular
resulta que cualquier analisis de la realidad cubana en estos ultimos 50 años
sin mencionar la agresividad norteamericana y el bloqueo resulta poco objetivo.
Y aunque no sea esa su intención, ese tipo de análisis le resulta grato a los
lectores habituales del diario La Nación, cuya línea editorial ha sido
históricamente contraria a la Revolución Cubana.
cosas de contexto y las ponemos a disposición de los patrones de ipinión que
formas las hegemonías, quedamos fritos, al menos eso es lo que piuenso y en eso
se centra Ogun guerrero. Gracias por comentar
González Mateo dijo:
nostalgia, el desencanto y las ilusiones perdidas se le pueden achacar “al
imperialismo”. No estoy seguro de que sea esa la única causa, pero lo que sí
puedo asegurar que ese fue precisamente desde su génesis uno de los objetivos
declarados de la imposición del mismo al pueblo cubano. Hacer fracasar el
proyecto económico y social de la Revolución cubana, frustar sus planes de
desarrollo, impedir el bienestar y el progreso del pueblo cubano,de sus
jóvenes, de sus trabajadores, de su intelectualidad, ¿ no ha sido ese
precisamente el objetivo del bloqueo?
Veamos este extracto de un informe del dpto de estado el 6 de abril de 1960:
“La mayoría de los cubanos apoyan a Castro (…) no existe una oposición política
efectiva (…) el único medio previsible para enajenar el apoyo interno es a
través del descontento y el desaliento basados en la insatisfacción y las
dificultades económicas”
proyecto socialista, acabar con la soberanía y apoderarse de Cuba. Ha hecho
mella en sectores del pueblo cubano, ha provocado hambre, frustraciones,
dificultades inmensas muchas cuantificadas en lo material, pero otras más
difíciles de medir. Así que yo contabilizo como un efecto del bloqueo, muchas
de las frustraciones, las insatisfacciones, las decepciones que efectivamente
han hecho mella en sectores de la población, incluyendo los intelectuales. Es
una pena que Padura – y no solo él- no vea en sí mismo esos efectos y lo
atribuya exclusivamente a los errores y limitaciones del proyecto
revolucionario, los cuales, efectivamente existieron y existen y requieren a su
vez de transformaciones profundas, pero no para volver “a la normalidad” del
capitalismo, sino para continuar diferenciandonos de esa realidad aberrante.
ánimo que tañen al individuo en primer orden. me parece contradictorio defender
la persona individual contra la social y achacar las culpas a lo social y
político de algo que se conjuga. pero bueno, que cada cual hale para su propio
mango la sarten y que la Historia juzgue
Moinedo Lara dijo:
Juan Carlos Tabío y no me acuerdo quién más, sobre una “conspiración” sugiero
dejen la paranoia a un lado. No sé por qué ahora resulta que expresar la
opinión propia y discrepante de lo planteado por cualquiera resulta que es
“persecución oficialista” . Estoy cansado del chantaje que consiste en que
cuando se produce una polémica de este tipo comiencen a etiquetar a las
personas “ a favor y en contra” de alguien. Es hora que nuestros debates de
ideas tomen altura y no se vuelvan colecciones de insultos o recriminaciones.
De la misma manera que considero que Padura tiene innegables méritos
literarios, me desagrada mucho su pesimismo congénito hacia toda la obra
revolucionaria. Y él tiene todo su derecho a expresar su personal opinión y los
que discrepamos de él también tenemos el mismo derecho a expresar nuestro
desacuerdo.
de la presión de grupos que no tienen otros argumentos, Buscan la negociación
pura, sí.
Coincidimos en mucho sobre el tema pero me pregunto si nuestras opiniones pesan
lo mismo que las de Padura. ¿Es lo mismo que lo diga yo (una idea, una crítica,
una simple opinión) a que lo diga una figura pública y de hecho muy bien
conocida y reconocida como Padura? . Por supuesto que no tienen el mismo valor
para quienes están muy al tanto de cualquier cosa que sirva para denigrar
la obra revolucionaria y social que tanto nos ha costado. Igual que Vargas
Llosa: como escritor está bien, pero como político…..le falta objetividad.
Roque dijo:
en la Nación, de Buenos Aires. Excelente los comentarios de Atilio y del profe
Rodríguez Rivera. Esos son medulares exámenes. Sin pretender silenciar los
puntos de vista de los que no coincidimos con Padura, si hacerlo con altura y
la mesura debida de no darle a su fans la excusa del “acoso”, que nos
indilgaría, como si fuera el “retorno al quinquenio gris”, lo que exaltaría su
ego y afán de notoriedad y elevaría su cotización en el mercado
Nunca me gustó su estilo y el tratamiento de algunos de sus temas literarios.
Pero eso me es imputable, y no me excusa, pues no poseo los conocimientos para
ser un crítico literario. Siempre he admirado aquellas obras que he apreciado
per se por encima de las posiciones que en uno u otro sentido puede haber
tenido su autor con su época, que pueda compartir o no. A guisa de ejemplo
Vargas Llosa, Borges, etc.
Pero eso sí nadie puede vivir alejado de un “compromiso” en la vida, asumir una
posición neutral entraña un vínculo con el mismo, aunque se titule
independiente. Coincido con Gramsci, Jean Paul Sartre y Rubén Martínez Villena,
en su famosa respuesta a Jorge Manach ,del compromiso del intelectual, siempre
los habrás “orgánicos” con las causas más nobles, y también con las que no lo
son.
No puede este situarse por encima de un complejo social para convertirse, por
audefiniciòn, en un nuevo profeta de nuestro futuro como pueblo.
Estemos abiertos a la pluralidad pero siempre con altura. Sin extremismo ni
manquedades. Los juicios críticos, bienvenidos, que nos ayuden a crecer como
nación independiente y soberana. No podemos olvidar toda nuestra historia, no
metamorfosearla en un marketing editorial
de todos, y eso significa: !De todos! me he tomado el mío en Leonardo Padura y
la caja de Pandora en este mismo blog, échale un vistazo! y Gracias por pasar
por Ogun
literatura y la política, evaluara con más objetividad la obra de Padura. El
Profesor Guillermo Rodríguez Rivera lo ha hecho de manera excelente. Me alegra
que Ogun Guerrero haya publicado el dossier que contiene las entrevistas de
Padura y los artículos de Atilio Borón y Guillermo Rodriguez Rivera, lo cual da
la oportunidad de evaluar todas las aristas de la polémica. Coincido plenamente
con las observaciones críticas que GRR le hace a Padura, tanto desde la
literatura, como desde la política.
machaconamente repiten los medios corporativos trasnacionales – sobre cualquier
escritor que profese ideas de izquierda, progresistas o que esté definidamente
identificado con el socialismo, por lo cual es denigrado como adocenado,
sumiso, obediente de la línea del partido, etc. etc.
poder hegemónico, no les conviene que la gente sepa que asumir una militancia
política, sea como miembro o no de una organización, trabajar por el triunfo de
un proyecto social que mejore la humanidad, y que la salve de la locura y la
irracionalidad del capitalismo sin que ello conlleve ningún tipo de sumisión ni
de ocultar el criterio propio, es un acto de libertad y de convicción.
confrontación de ideas como esta, porque sencillamente aprecio que nos están
imponiendo desde afuera modelos y patrones de pensamiento, de consumo, de
modas, de valores, que en nada responden a nuestras realidades – y cuando digo
nuestras- no son solo de Cuba, sino de muchos otros países subdesarrollados y
del Tercer Mundo.
me lo cuestiono, pero como toda obra humana, sus obras no son perfectas y
pueden y deben ser objeto de crítica literaria como lo debía ser toda obra
artistica; y como intelectual y hombre público, sus opiniones políticas, si las
expresa en medios públicos, también están igualmente sujetas al escrutinio
público, difundirlas me da la oportunidad de manifestar mi juicio crítico sobre
las mismas. En Cuba se necesitan más debates como estos y no solo en los blogs
y redes informáticas, sino en la prensa escrita y televisiva también; hemos
perdido o nunca hemos logrado establecer el sano hábito de criticar, en el buen
sentido de esa palabra; las críticas casi siempre son mal percibidas por los
criticados y también por los amigos, partidarios, colegas o simpatizantes o
admiradores, que ven toda crítica como un ataque a las personas.
Escalante dijo:
coincido bastante con el profesor Rodríguez Rivera en sus artículos.
Estrabao dijo:
si se es extranjero y no se vive en Cuba, no se puede criticar a Cuba. Yo creo que
sí, que se puede criticarla, y al mismo tiempo, también defenderla. Pero
primero que todo hay que tratar de ENTENDERLA. Y no se puede entender la
realidad cubana si no se le sitúa en su contexto real. Padura omite parte
importante de ese contexto, el omite – o minimiza – el enfrentamiento entre la
Nación y el Imperio. Entonces, por lo menos yo, no concuerdo con su manera de
entender a Cuba, ni de defenderla.
Mesa dijo:
todos los textos y los comentarios de las personas, es un buen principio para
el debate. Saludos a Ogunguerrero!!!!
Anzola Salón dijo:
las cosas en su sitio. Yo llevo tiempo fuera de Cuba pero la visito cuando mis
posibilidades económicas me lo permiten. Mi familia pasa trabajo y estrechez,
pero aprecio cosas buenas en Cuba que aca afuera nunca las veo, no quisiera que
en Cuba volvieran los niños sin escuela, los drogadictos y los limosneros, eso
yo nunca lo vi en Cuba, pero mi abuelo si me lo contó y ahora lo veo todos los
días
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Follador, los radicales de izquierda SIEMPRE se irán por la tangente cuando los acorralen con datos de la realidad empírica. La prédica teórica que machacan siempre pierde frente a la realidad que ocultan cuando molesta. ¿Quieres un poco de verdad sobre la internet en Cuba, esa que nunca te va a contar Atilio? Mira en: http://www.martinoticias.com/content/internet-en-cuba-un-suceso-a-pesar-de-la-paranoia-del-r%C3%A9gimen-y-precios-absurdos/35405.html
Leonardo Padura, los falsos disidentes como Yoani Sánchez, el gobierno, la nomenklatura y los privilegiados de siempre, nunca van a tener los problemas que allí se cuentan.
Ogun deja de irte x la tangente y responde directamente,xq los intelectuales de izquierda viven todos en países capitalistas? si tanto le gusta Cuba y Venezuela xq no se van a vivir a 1 de esos países? xq asumen que quienes no comparten su zurdismo utópico son todos "neo liberales" o "derechistas"? el mundo es blanco y negro para los intelectuales de izquierda,si no amas a la revolución cubana eres 1 "fascista pagado x la CIA".
Ni considero que ser intelectual de izquierda sea una peste, ni creo que los liberales (NO neoliberales, que NO es lo mismo) nos"amuflemos en una desideología" para imponer nuestra ideología. Con aviesa intencionalidad, los intelectuales de la izquierda radical (no los de la izquierda demorática) confunden al liberalismo con los neoliberales, que aluden, más bien, a cierta ideología económica de los 90, centrada en el consenso de Washington y la ausencia del Estado. Ser liberal no es adscribir al neoliberalismo económico. Ser liberal es adscribir firmemente a la libertad, es decir, respetar la idea de los otros y dialogar, pero sin perseguirla ni descalificarla. Así que los liberales, Ogun Guerrero, no perseguimos ni descalificamos, como ustedes, a los que no coincidan con nosotros.
Ser intelectual de izquierda, y mantener la opinión propia se estáconvierto en peste y apestados para los ideólogos orgánicos del neoliberalismo. Se camuflan tras la desideologización para imponer su ideología. Y luego emprenden las cruzadas de acusación que borren del mapa posible a cualquiera que no coincida con ello.
Jorge Ángel Hdez
Si a los intelectuales de izquierda como Atilio, Eduardo Galeano,Ignacio Ramonet,Emir Sader tanto les gusta la revolución cubana xq no se van a vivir a Cuba? todos ellos viven en países capitalistas,quien puede saber mas sobre la realidad cubana, Padura que vive en Cuba o Atilio y demás intelectuales que solo van allá hacer turismo ideológico? el infame embargo yanqui afectado a la economía cubana pero no es el responsable que Cuba haya tenido solo 2 presidentes en 55 años,ni responsable x los palazos a las damas de blanco, si Cuba hubiera hace tiempo abierto su economía hubiera minimizado los efectos económicos del embargo atrayendo masivas inversiones y productos chinos,si China a inundado el mercado de Usa y otros países con sus productos,xq no podría hacer lo mismo en Cuba? el infame embargo yanqui no es la única causa de los problemas de Cuba,que Atilio y demás intelectuales de izquierda se vayan a vivir a Cuba! que sigan el ejemplo de Padura!
Demasiado largo, Atilio. Demasiada tinta gastada, podría decirse, si no fuera porque este es un espacio digital. Demasiados bytes, mejor dicho. Y al cohete.
Pero vamos por partes: Cuba no tiene acceso fácil a Internet porque no lo desea para sus habitantes, no por el mentado bloqueo. Venezuela le ofreció hace tiempo tirar un cable subterráneo. ¿Y, qué pasó? Abrir Internet libre a la isla es como que, de la noche a la mañana, hubiera radio, TV y prensa escrita extranjeras en toda la isla. Impensable. Esa "libertad" es solamente para extranjeros y para la nomenklatura cubana. A esta altura, Atilio, podés engañar a los que te siguen como corderitos y te alaban genuflexos. Pero a todos no.
Decía que no sé por qué gastas tantos bytes en Padura. Es tan disidente o crítico como Yoani Sánchez o Guillermo Fariñas, o sea, nada. Cartón pintado para la gilada.
El famoso inspector de su saga, Conde, es el alter ego de Padura, un agente.
Y Padura no fue el único escritor cubano que vino invitado esta vez a la Feria del Libro. El libro "El hombre que amaba los perros", aunque con errores, tiene buena factura literaria, atrapa y su presencia el año pasado se justificaba por eso. Este año, no. Pero es al que hay que dar bola, por expresas instrucciones del aparato de inteligencia del Estado, que se inmiscuye en más cosas de lo que la gente (alguna gente) se imagina.