Dispares melodías en la Asamblea General de la ONU
octubre 4, 2025

Publicada en Página/12

La semana pasada la Asamblea General de la ONU ofreció una oportunidad inmejorable para evaluar y comparar los méritos de algunos gobernantes que suelen ocupar las primeras planas de la prensa internacional. Vamos al grano.

El discurso inaugural que siempre corresponde al presidente de Estados Unidos mostró a un Donald Trump más desaforado que de costumbre e incurriendo en todo tipo de falsedades e incoherencias. Comenzó afirmando, que “Estados Unidos ha sido bendecido con la economía más fuerte, las fronteras más seguras, el ejército más poderoso, las amistades más sólidas y el espíritu más fuerte de todas las naciones de la Tierra. Sin duda, esta es la edad de oro de Estados Unidos”. Es obvio que su “incendiario discurso” -así lo califica un diario abiertamente pro-yankee como La Nación en Argentina- habla más de las fantasías que enturbian la mente del anciano presidente que de los duros datos de la realidad. Hay un indudable paralelismo entre la patología discursiva de Trump, un caso extremo de egocentrismo, y la que caracteriza al insaciable lambiscón que habita la Casa Rosada: ambos ven signos venturosos en medio de la debacle.

La economía norteamericana está atravesada por gravísimos problemas estructurales: está agobiada por una deuda pública monstruosa de 37 billones de dólares (o sea, 37 millones de millones de dólares, que en inglés son 37 trillions) , lo que equivale al 123 % de su PBI. Tiene un déficit público pronosticado para el 2025 del 6.1 % del PBI, o sea que según Milei Trump sería la personificación misma del “degenerado fiscal”; y un desequilibrio en la balanza comercial del orden de los 918.000 millones de dólares durante el año 2024. En lo tocante a la concentración de la riqueza las cifras estadounidenses sólo pueden calificarse como escandalosas: el 10% más rico se apropia de poco más del 70 % de la riqueza nacional mientras que el 90% de la población pugna por apoderarse las migajas del 30% restante. Otros indicadores desmienten la ilusoria “edad de oro” proclamada por Trump en su discurso: caída en la competitividad industrial, hegemonía del parasitario capital financiero, empobrecimiento de las capas medias y retraso en la carrera de las nuevas tecnologías por comparación con China. Aparte, en su discurso se adjudicó el mérito de haber finalizado siete guerras, un notorio delirio; dijo que en pocos meses logró repeler la, según sus dichos, colosal invasión que penetra por su frontera sur y compuesta por gentes de la peor ralea: bandidos escapados de las cárceles (o liberados premeditadamente por gobiernos enemigos de EEUU para exportar el crimen al otro lado de la frontera), pacientes fugados de instituciones psiquiátricas y narcotraficantes. Embriagado por sus propias palabras amenazó con utilizar el “poder supremo de los militares de Estados Unidos para destruir a los terroristas venezolanos y las redes de tráfico lideradas por Nicolás Maduro.” Condenó a los “terroristas de Hamás por sus atrocidades” pero guardó un vergonzoso silencio sobre el genocidio a escala industrial siendo practicado por el régimen sionista israelí con el firme apoyo de Washington y las capitales europeas. Y pese a sus repetidas referencias al terrorismo Trump no hizo mención alguna a la escandalosa presencia en la Asamblea General de Abú Mohamed al Golani, ex líder del grupo jihadista Hayat Tahrir al Sham, una filial de Al-Qaeda, que con la ayuda de Israel y Estados Unidos derrocó a Bashar al-Ásad y se posesionó como presidente de Siria bajo el nombre de Ahmed al Shara. La bendición de Estados Unidos y las potencias democráticas de Occidente obró el milagro de convertir a un degollador y fusilador serial de infieles y opositores en un respetable mandatario de un país de Oriente Medio. La verdad es que dan asco.

Por contraposición los discursos de Luiz Inácio Lula da Silva y el de Gustavo Petro fueron muestras de sobriedad, apego a los datos de la experiencia (en las antípodas de las alucinaciones de Trump) y una gran elocuencia argumentativa. Lula atacó duramente a Washington por atentar contra la soberanía brasileña al entrometerse en el juicio contra Jair Bolsonaro por su participación en la frustrada tentativa golpista del 8 de enero del 2023. No sólo eso, también acusó a Estados Unidos de ser “cómplice del genocidio en Gaza” y condenó el bombardeo a las lanchas en el Caribe, de las cuales nada se sabía: si eran migrantes, narcotraficantes, pescadores, ni cuántos eran y cómo fue que su supuesto cargamento de estupefacientes no fue incautado por las fuerzas estadounidenses. En línea con esta crítica el presidente brasileño fustigó la nueva inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo al paso que exhortó la necesidad del diálogo entre Venezuela y los Estados Unidos y abogó por avanzar en la reforma de la ONU y de la Organización Mundial de Comercio, para erradicar las medidas coercitivas unilaterales que atentan contra el comercio internacional y provocan enormes sufrimientos en las poblaciones afectadas.

Gustavo Petro hizo un discurso más extenso y, al mismo tiempo, más beligerante en relación al gobierno de Estados Unidos. Me atrevería a decir que por su franca radicalidad fue una suerte de continuación de la célebre intervención del Comandante Hugo Chávez en ese mismo podio, en 2006, cuando denunció que “Ayer estuvo el diablo aquí, en este mismo lugar, huele a azufre todavía”, en alusión a la presencia de George W. Bush (hijo). Petro criticó a la política antidrogas de Washington. Es un fracaso absoluto pero, dijo, es un pretexto muy conveniente para extorsionar a los pueblos y gobiernos de Latinoamérica. Criticó también el asesinato de “jóvenes pobres y desarmados” por misiles estadounidenses en aguas del Caribe, crimen que en un alarde de salvajismo el gobierno de Trump volvió a cometer este viernes mientras escribo esta nota. Después de demostrar que fue su gobierno quien más y mejor combatió al narcotráfico en Colombia denunció que, tal vez por eso, la Administración Trump “descertificó” a su gobierno porque, supuestamente, no colabora en la lucha contra el narcotráfico que promueve Washington. Tal como lo hiciera Lula, calificó de genocidio lo que estaba ocurriendo en Gaza pero fue un paso más allá: propuso la creación de una fuerza armada internacional dependiente de la Asamblea General y no del desprestigiado Consejo de Seguridad de la ONU con potestades suficientes para detener el genocidio del régimen sionista de Israel. Petro remató su brillante alocución, parte de la cual fue improvisada al margen del documento que había traído, con una fervorosa defensa de las energías renovables para poner fin a la destrucción del medio ambiente y la catástrofe climática acentuada por las políticas de Trump de promover irresponsablemente la expansión en el uso de los combustibles fósiles.

La excepción a estas demostraciones de dignidad latinoamericana estuvo a cargo del presidente argentino, Javier Milei, que elogió sin reservas la gestión de Donald Trump en Estados Unidos y demostró que su pasión por ser el lamebotas mayor del imperio no tiene límites. A su absoluta subordinación a los dictados de Washington, que hoy es quien hace y deshace la política económica de la Argentina, añade su criminal defensa del régimen neonazi de Israel y su total negacionismo del genocidio palestino. Con Milei la Argentina está aislada no sólo de sus vecinos latinoamericanos sino de todos los países del Sur Global. Las votaciones de Argentina en la Asamblea General de la ONU demuestran una casi total coincidencia con los votos de Estados Unidos e Israel, algo que ni siquiera existió durante el gobierno de Carlos S. Menem que había proclamado la necesidad de mantener una política de “relaciones carnales” con el país del Norte. La abyecta sumisión de Milei a los dictados de Washington es una aberración que no tiene precedentes en la historia argentina y que, esperemos, más pronto que tarde pueda ser debidamente corregida.

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Sobre el Autor de este Blog

Atilio Alberto Borón (Buenos Aires, 1 de julio de 1943) es un politólogo y sociólogo argentino, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Harvard. Actualmente es Director del Centro de Complementación Curricular de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Avellaneda. Es asimismo Profesor Consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador del IEALC, el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe.

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