Washington Post reconoce que «los Cinco» combatían el terrorismo
octubre 6, 2013
El
diario norteamericano
 The Washington Post publicó este
viernes en su página de opinión
 
un
artículo deStephen Kimber, titulado
“Los Cinco Cubanos estaban combatiendo el terrorismo. ¿Por qué los encarcelamos?”,
donde el investigador canadiense reconoce que “estos agentes serían héroes
norteamericanos hoy”.
Kimber
es el autor  
Lo que hay del otro lado del mar- La verdadera historia de los
Cinco Cubanos, resultado
de un extenso trabajo de investigación que incluyó la revisión por parte del
autor de más de 20 mil páginas de registros judiciales del caso más largo en la
historia de Estados Unidos.


“Los Cinco Cubanos estaban combatiendo el terrorismo. ¿Por qué
los encarcelamos?”

Por
Stephen Kimber*
4 de
octubre de 2013

The Washington Post/
Opinión
Considere por un momento lo que
sucedería si agentes de la inteligencia norteamericana en el terreno, en un
país extranjero, descubrieran un grave complot terrorista, con tiempo
suficiente para prevenirlo. Luego considere cómo los norteamericanos
reaccionarían si las autoridades de ese país, en vez de cooperar con nosotros,
arrestaran y encarcelaran a los agentes estadounidenses por operar en su
tierra.
Esos agentes serian héroes
norteamericanos hoy. El gobierno de EE.UU movería cielo y tierra para traerlos
de regreso.
Este tipo de escenario ha
tenido lugar en la vida real y del hecho se cumplieron 15 años el mes pasado,
solo que los norteamericanos juegan en el rol del gobierno extranjero y Cuba
–sí, la Cuba de Fidel Castro- juega el papel de los agraviados EE.UU.
A
principios de los años 90, cuando la desaparición de la Unión Soviética suponía
que el  colapso del gobierno comunista de Cuba sería inevitable, grupos
militantes del exilio cubano en Miami incrementaron sus esfuerzos para derribar
a Castro por cualquier vía posible, incluyendo ataques terroristas. En 1994,
por ejemplo, Rodolfo Frómeta, líder de un grupo del exilio, fue
capturado en una redada del Buró Federal de Investigaciones (FBI) intentando
comprar un misil Stinger, un lanzagranadas y cohetes antitanque que dijo
planeaba usar para atacar a Cuba. En 1995, la policía cubana arrestó a dos
cubanoamericanos luego de que intentaran poner una bomba en un
hotel en Varadero
.
Esas acciones claramente violaban
las leyes de neutralidad de EE.UU, pero el sistema de Justicia norteamericano
mayormente miró hacia el otro lado. Aunque Frómeta fue acusado, juzgado y
sentenciado a casi cuatro años en la cárcel, las agencias de seguridad
raramente investigaron acusaciones que involucraban a militantes exiliados, y
si lo hicieron, los fiscales pocas veces aplicaron sanciones. Muy a menudo,
políticos de la Florida sirvieron como defensores a elementos de línea dura del
exilio.
(clic abajo para más información) 

Pero los
cubanos tenían sus propios agentes en la Florida. Una red
de inteligencia conocida como La Red Avisp
a fue despachada a
principios de los ´90 para infiltrarse en los grupos del exilio. Tuvieron
algunos éxitos. Los agentes frustraron en 1994  un plan para poner bombas
en el icónico club nocturno Tropicana, un conocido sitio turístico en La
Habana. También interrumpieron un plan para enviar una lancha con explosivos
desde Miami River a la República Dominicana para iban a emplearse en un intento
de asesinato contra Castro.
En la
primavera de 1998, agentes cubanos develaron un complot para explotar un avión
con turistas de Europa o América Latina (el complot tuvo resonancia: antes de
2001, el acto de terrorismo aéreo más letal en Latinoamérica había sido la
explosión en pleno vuelo del vuelo 455 de Cubana de
Aviación en 1976
, que ocasionó la muerte de los 73 pasajeros a bordo
y los miembros de la tripulación).
Castro
envió a su amigo, el ganador del Premio Nobel y novelista Gabriel García Márquez, con un mensaje secreto
sobre un complot contra el presidente Bill Clinton. La Casa Blanca tomó la
amenaza lo suficientemente en serio como para que la Administración de la
Aviación Federal advirtiera a las aerolíneas.
En junio de ese año, agentes
del FBI volaron a La Habana para reunirse con sus contrapartes cubanas. Durante
tres días en un lugar seguro, los cubanos proveyeron al FBI de evidencia que
sus agentes habían reunido de varios complots, incluyendo el ataque planeado al
avión y una campaña para poner bombas en hoteles de La Habana que tenía lugar
en ese momento y que había causado la muerte de un empresario ítalo-canadiense.
Pero el
FBI nunca arrestó a nadie en conexión con el complot del avión o los ataques a
hoteles –incluso luego de que el militante exiliado Luis Posada Carriles se jactara al diario The New York Times, en julio de
1998
, del papel que jugó en relación con las bombas puestas en La
Habana. Al contrario, el 12 de septiembre de 1998, un equipo SWAT del FBI
fuertemente armado arrestó a los miembros de la red de inteligencia cubana en
Miami.
Los cinco agentes fueron
juzgados en aquella ciudad hostil a todo lo cubano, condenados con cargos de
“conspiración para cometer” todo desde espionaje hasta asesinato y sentenciados
a condenas imposiblemente largas, incluyendo dos cadenas perpetuas más quince
años.
Quince años más tarde, cuatro
cubanos todavía languidecen en prisiones norteamericanas.
Ahora ustedes comienzan a
entender por qué los Cinco Cubanos – como son conocidos- son héroes nacionales
en su país, por qué retratos de ellos más jóvenes permanecen en carteles a lo
largo del país, por qué cada estudiante cubano los conoce por sus nombres:
Gerardo, René, Ramón, Fernando y Antonio.
La
vocera del Departamento de Estado, Victoria Nuland, ha
declarado que los Cinco Cubanos “fueron condenados en cortes estadounidenses
por cometer crímenes contra los Estados Unidos, incluyendo espionaje y
traición”.
Es cierto que tres de los cinco
hombres – Antonio Guerrero, Ramón Labañino y Fernando González- sí tuvieron, en
parte, misiones militares que iban más allá de la simple infiltración y el
reporte de las actividades de los grupos exiliados de Miami. Pero su propósito
no era robar los secretos militares de EE.UU o comprometer la seguridad de ese
país.
Durante los años ´90, las
autoridades cubanas creyeron que su país podría ser el próximo del Caribe en
sufrir una invasión militar norteamericana. No era una exageración cuando se
considera a Granada (1983), Panamá (1989) y Haití (1994). Luego, también estaba
la creciente influencia de activos grupos de presión anti-Castro como la
Fundación Nacional Cubano Americana, que estaba presionando a Washington para
derribar a Castro y a su hermano.
Basados en sus evaluaciones de
esas invasiones previas, la inteligencia cubana había desarrollado una lista de
comprobación de señales de que una invasión podría ser inminente: una afluencia
repentina de aviación de combate y reconocimiento a una base militar en el sur,
por ejemplo, o visitas inesperadas o sin explicación de altos mandos militares
a las instalaciones de la sede del Comando Meridional de EE.UU en Miami.
Agentes
como Antonio Guerrero –quien
trabajó como conserje en la Estación Aeronaval de Boca Chica en Cayo Hueso
desde 1993 hasta su arresto en 1998 y está cumpliendo 22 años en prisión-
fueron los equivalentes de los satélites espía estadounidenses, contando los
aviones en las pistas y reportando a La Habana.
Por supuesto, las autoridades
cubanas estaban ansiosas por conocer todo lo que sus agentes pudieran averiguar
y La Habana ocasionalmente presionó a Guerrero al máximo; él respondió enviando
recortes de periódicos de la base. No es de extrañar. Guerrero hablaba poco
inglés y  no tenía acceso de seguridad; los secretos militares estaban
bien por encima de su nivel. Y los secretos militares de EE.UU nunca fueron
prioridad real de Cuba –solo quería saber si los yanquis iban a invadirla.
Siete meses después de que el
FBI acusara a los Cinco con cargos relativamente insignificantes –no declararse
agentes extranjeros, uso de identidades falsas y más seriamente pero menos
específico, conspiración para cometer espionaje- los fiscales impusieron un
cargo que movilizaría a la comunidad cubana en el exilio.
Acusaron
a Gerardo Hernández, el líder de la red, de
conspiración para cometer asesinato en conexión con el derribo tres años antes
de dos avionetas de Hermanos al Rescate.
Hermanos al Rescate, un grupo
anticastrista que había rescatado balseros en el Estrecho de la Florida pero
que había perdido su razón de ser tras un acuerdo migratorio de 1994 entre
Washington y La Habana, había estado violando el espacio aéreo cubano durante
más de un año, arrojando ocasionalmente panfletos contra el gobierno en La
Habana. El gobierno estadounidense hizo lo que pudo para prevenir posteriores
incursiones, pero las ruedas de la burocracia en la Administración de la
Aviación Federal se movieron lentamente.
En los primeros meses de 1996,
los cubanos enviaron mensajes a Washington a través de varios intermediarios,
advirtiendo que si EE.UU no detenía otros vuelos de los Hermanos, ellos lo
harían.
Washington no lo hizo.
Pero los cubanos sí. En la
tarde del 24 de febrero de 1996, aviones caza cubanos derribaron dos avionetas
pequeñas no armadas de Hermanos al Rescate, ocasionando la muerte de los cuatro
hombres que iban a bordo.
Cuba reclama que las avionetas
estaban dentro de su territorio. El gobierno estadounidense reclama – y la
Organización de la Aviación Civil Internacional coincidió- que estaban en
espacio aéreo internacional cuando fueron atacadas.
¿Pero sabía Hernández realmente
con anterioridad que el gobierno de Cuba planeaba derribar las avionetas?
¿Estaba él implicado en la planificación?
Mi respuesta es que no. Durante
mi investigación para el libro sobre los Cinco Cubanos, revisé las más de 20
000 páginas de la transcripción del juicio y revisé miles de comunicaciones
decodificadas entre La Habana y sus agentes. No encontré evidencia de que
Hernández tuviera conocimiento o influencia en los eventos de ese día.
Por el contrario, la evidencia
ofrece la imagen de una burocracia de la inteligencia cubana obsesionada con la
compartimentación y control de la información. Hernández, un oficial de
inteligencia ilegal de nivel de campo, no tenía necesidad de conocer lo que
planeaban las fuerzas cubanas. Los mensajes e instrucciones desde La Habana
eran ambiguos, la evidencia no era contundente, particularmente para un cargo
de conspiración para cometer asesinato.
En un mensaje, por ejemplo, los
jefes de Hernández se refieren a un plan para “perfeccionar la confrontación”
con Hermanos al Rescate, lo cual los fiscales insistieron que significaba
derribar las avionetas.
Pero
como la jueza Phyllis A. Kravitch señaló – en  su desacuerdo con
una decisión de la Corte de Apelaciones de EE.UU por 11no Circuito sobre el
cargo de asesinato contra Hernández- “Existen muchas vías en las que un país
podría confrontar aviación extranjera. Aterrizajes forzados, disparos de
advertencia y viajes con escolta fuera del espacio aéreo territorial de un país
están entre ellos – como también están los derribos”. La jueza dijo que los
fiscales “no presentaron evidencia” que vinculara a Hernández con el derribo.
“No puedo decir que un jurado razonable – dada toda la evidencia- podría
concluir más allá de la duda razonable, de que Hernández accediera a un
derribo,” escribió Kravitch.
Un “jurado razonable.” Ahí está
el problema.
A fines de los `90, los jurados
de Miami se habían vuelto tan notorios en casos que involucraban a exiliados
cubanos que los fiscales federales en un caso diferente se opusieron a una
moción de la defensa para un cambio de sede de Puerto Rico a Miami para algunos
exiliados cubanos acusados participar en un complot para asesinar a Castro.
Miami “es una sede muy difícil
para asegurar una condena para los llamados luchadores por la libertad”,
explicó el abogado Kendall Coffey al diario The Miami Herald en ese momento.
“Tuve algunas condenas, pero algunas absoluciones que desafiaban toda lógica”.
Los militantes anticubanos, de
hecho, eran considerados héroes. En 2008, más de 500 agitadores del exilio en
Miami se reunieron en honor a la contribución de Posada a la causa – como se
conoce en la comunidad el esfuerzo por sacar a Castro del gobierno – en la cena
de gala.
¿Sus contribuciones? Además de
los ataques a hoteles de La Habana (“Duermo como un bebé”, dijo al diario The
New York Times, comentando sobre el turista que murió), Posada es el presunto
autor intelectual del bombardeo del vuelo 455 de Cubana. Cuba y Venezuela han
pedido su extradición. Estados Unidos se ha negado a la misma.
En el 2000, Posada fue
arrestado en Panamá en conexión con un complot para asesinar a Castro; fue
condenado y estuvo cuatro años en la cárcel antes de recibir un perdón aún
controversial. Ese perdón fue revocado en 2008.
Lo más cerca que el gobierno de
EE.UU ha estado de procesar a Posada fue en 2009, cuando la administración de
Obama lo acusó – no por su papel en las bombas puestas en La Habana sino por
mentir en un formulario de inmigración. Fue absuelto.
Hoy,
Posada, de 85 años, camina por las calles de Miami, una contradicción viviente
de la guerra norteamericana contra el terrorismo
. ¿Cómo
ajustar su libertad con la declaración del presidente George W. Bush tras el 11
de Septiembre de que “cualquier nación que continúe albergando o apoyando el
terrorismo será considerada como un gobierno hostil por los EE.UU?” ¿Cómo
ajustar la libertad de Posada con el sostenido encarcelamiento de los Cinco
Cubanos, cuyo principal objetivo era prevenir ataques terroristas?
Es una contradicción que los
norteamericanos deberían considerar.
* Stephen Kimber imparte clases de Periodismo en la
Universidad de King’s College en Halifax, Canadá, y es el autor del libro
 Lo que hay del otro lado del Mar- La Verdadera Historia
de los Cinco Cubanos
.
Traducción: Danay
Portal Vigoa/
 Cubadebate

2 Comentarios

  1. Anónimo
  2. Zheng junxai5

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Sobre el Autor de este Blog

Atilio Alberto Borón (Buenos Aires, 1 de julio de 1943) es un politólogo y sociólogo argentino, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Harvard. Actualmente es Director del Centro de Complementación Curricular de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Avellaneda. Es asimismo Profesor Consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador del IEALC, el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe.

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