Ayer jueves tuve el privilegio de asistir a la presentación de este libro, *Palestina. Crónica de un Asedio*, de Daniel Jadue, alcalde de la Comuna de Recoleta (Santiago, Chile). El acto tuvo lugar en la embajada de Palestina en Buenos Aires, ante un numeroso público. Me tocó hacer un breve comentario de la obra y en síntesis lo que dije era que estábamos en presencia de un trabajo excepcional, por su contenido así como por la notable calidad de su narrativa. Jadue fue a visitar la tierra de sus ancestros y en el libro cuenta todas las vicisitudes que debió enfrentar para desde Jordania ingresar a Palestina. La ocupación israelí lo hizo atravesar toda suerte de controles invariablemente a cargo de personal militar de prepotente mirada y armado con ametralladoras y rifles de asalto, aunque nomás fuera para inspeccionar un pasaporte o revisar una valija. Pero eso fue apenas el comienzo de sus peripecias en, como él dice en su libro, “el lugar de la tierra más cercano al infierno.”
La vibrante y sentida narración de su estadía en los territorios ocupados; su pasión por examinar desde la indignación y el enojo que suscitan las humillantes restricciones y temibles controles que a cada paso deben sortear los palestinos en su propia tierra; la lóbrega visión del infame “Muro de la Vergüenza” que separa a Israel de Cisjordania -símbolo inequívoco del cruel y odioso apartheid instaurado por Tel Aviv- hasta los detalles aparentemente más nimios de la vida cotidiana pero que en su conjunto e intolerable repetición reflejan la maldad de sus opresores; y, por último, el desgarro personal que experimenta ante los padecimientos de un pueblo del cual él es parte así como el lento genocidio al que a diario se ven sometidos los palestinos hicieron de su descarnada y aguda crónica sociológica un thriller que atrapa al lector de principio a fin, tornando casi imposible abandonar la lectura de su libro. Su minuciosa descripción de la enfermiza mezcla de brutalidad y desprecio racista que caracteriza la ocupación que Israel ejerce sobre una tierra que no es suya, que fue robada con la complicidad de los cínicos custodios de la legalidad y el derecho internacionales -Estados Unidos y sus lacayos europeos- remata en una sorprendente pero luminosa afirmación. Es una verdad a medias decir que esa tierra pertenece a los palestinos pues, en realidad, se trata de algo mucho más trascendente y esencial: son éstos quienes pertenecen a aquélla; son sus hombres y mujeres quienes pertenecen a esa tierra, cosa que para nada ocurre con los colonos judíos que la invadieron respaldados por la fuerza de las armas y cuyas raíces nada bueno pueden hacer fructificar en esa tierra regada por la sangre de un pueblo que resiste con valentía y dignidad el despojo de que ha sido objeto. Una de las lecciones de las muchas que se pueden extraer del libro de Jadue es que ese milenario lazo de sangre entre la población palestina y su tierra es algo que las autoridades israelíes jamás podrán cortar o desatar, por más que recurran a toda forma de represión. Y allí radica la esperanza de que un día, seguramente no muy lejano, la “nakba” (catástrofe) padecida por los palestinos pase a ser un doloroso recuerdo del pasado.
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