En el día de ayer, 25 de Enero, se cumplió el primer aniversario del estallido de la revolución en Egipto. El balance es difícil de hacer, porque una revolución es un proceso y no un acto. Y debido a ello las revoluciones no sólo avanzan sino a veces se estancan y, en algunos casos, retroceden; hay fases en las luchas populares, fases de ascenso y fases de reflujo que son las que marcan el itinerario del proceso revolucionario, jamás rectilíneo y ascendente. Vistas así las cosas lo ocurrido en Egipto fue una revolución, que agotó una primera etapa -con el derrocamiento de Mubarak y el parcial desmantelamiento del régimen- y que ahora, luego de una cierta parálisis, parecería vislumbrarse el comienzo de una segunda fase en donde la revolución se propondrá nuevas metas. Por eso nos pareció oportuno dar a conocer en este blog el ensayo de Josep María Antentas, que aporta algunos datos bien significativos y que ayudan a la comprensión no sólo del proceso que tuvo lugar en Egipto sino también los que acontecieron en Túnez y Libia. Se trata de un texto polémico, por muchas razones, sobre todo en el tratamiento del espinoso tema de Libia. Pero además porque revela un escaso conocimiento de los procesos revolucionarios en curso en América Latina,si bien este no es el tema de su artículo pese a un par de alusiones que hace al pasar. Pero pese su trabajo ofrece elementos de análisis muy interesantes que seguramente suscitarán una rica discusión en el seno de las fuerzas que luchan, en los más distintos rincones del planeta, por la creación de un orden social poscapitalista.
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Multitud reunida en la Plaza Tahrir, al cumplir el primer aniversario de la revolución |
Las revoluciones árabes del 2011
Anuario de Movimientos Sociales 2011
Rebelión, 24 Enero 2011
El ascenso de la ola de protestas que recorre el mundo árabe[2] desde finales de 2010 cogió a todo el mundo por sorpresa por su magnitud, extensión geográfica, profundidad, y por su arranque en un país aparentemente estable y relativamente próspero como Túnez. Retrospectivamente tenemos que considerar la ola revolucionaria que se ha extendido por toda la región durante este recién finalizado 2011 como el desencadenante de un nuevo ciclo internacional de protesta, cuyas dos expresiones más visibles han sido las revoluciones árabes y la rebelión de l@s indignad@s iniciada primero en el sur de Europa para cruzar después el Atlántico. (clic abajo en Más información)
Esta ola revolucionaria, aún imprevista, no nace de la nada. Sus razones de fondo son el impacto prolongado de tres décadas de neoliberalismo, las dificultades en la supervivencia cotidiana agravadas por el aumento del precio de los bienes básicos, y el cansancio ante la represión y la falta de libertades y el dominio de regímenes corruptos, en un contexto de falta absoluta “de cualquier modelo de desarrollo creíble capaz de integrar a las nuevas generaciones”[3]. El colapso de los proyectos postcoloniales desarrollistas dio paso a un progresivo giro neoliberal que socavó las conquistas sociales del periodo anterior (más o menos relevantes en cada país en función de su particular trayectoria) dando lugar a regímenes serviles de Occidente sin proyecto político alguno, más allá de su permanencia en el poder y el enriquecimiento de su elite dirigente y a un retroceso de las condiciones de vida del grueso de la población de toda el área.
Contrariamente a otros levantamientos anteriores, desde la revuelta en El Cairo contra la ocupación francesa en 1800 hasta las insurrecciones anticoloniales de la segunda mitad del siglo XX, el objetivo de la actual ola revolucionaria en el mundo árabe no es directamente el imperialismo occidental, sino los propios regímenes domésticos del mundo árabe[4], aunque su existencia y permanencia en el tiempo es claramente identificada por las sociedades árabes como consecuencia del apoyo del imperialismo a los mismos.
A diferencia de otras regiones como América Latina el mundo árabe no vivió un proceso de democratización controlada a comienzos de los noventa en el marco del “nuevo orden mundial”. Dichos regímenes dictatoriales practicaron una “política del vacío” [5] basada en la “consolidación de una ausencia total de alternativas” mediante la represión política y social, bajo el amparo de las justificaciones intelectuales forjadas en Occidente sobre el “atraso árabe” y su falta de madurez para la democracia.
Tras su independencia en 1956 el régimen de Bourguiba impulsó en Túnez un modelo de capitalismo autoritario con fuerte intervención estatal, bajo el cual el país experimento un proceso de “modernización”, urbanización, aumento de la salarización y mejoras en la condición de la mujer, pero con un muy limitado reparto de la renta. A comienzos de los años ochenta, a raíz de la crisis de la deuda externa en 1982, la situación social empeoró ostensiblemente. Las bases del régimen se tambalearon y en 1984 estallaron fuertes “revueltas del hambre”. El autogolpe de 1987 dio paso al periodo de Ben Ali que impulsó la reestructuración neoliberal de la economía tunecina y su inserción dependiente en la economía global, consolidando un modelo de capitalismo neoliberal basado en la dominación de su clan familiar sobre la economía del país, con vínculos débiles con la propia burguesía tradicional. El ajuste neoliberal provocó pérdida de poder adquisitivo de los asalariados, un fuerte nivel de desempleo (oficialmente del 14’7% en 2009), sobretodo entre la juventud, y el aumento de subocupación y la informalización del empleo, que afecta a un 60% de los trabajadores. En estos años Túnez retrocedió repetidamente en el Índice de Desarrollo Humando (IDH), pasando del puesto 78 en 1993 al 98 en 2007. Las desigualdades sociales fueron acompañadas también de polarización regional entre las zonas costeras orientadas al turismo y el interior más empobrecido.[6]
En Egipto las reformas neoliberales auspiciadas por el régimen de Mubarak desde los ochenta, acentuando el proceso de apertura económica (“infitah”) iniciado por Sadat en 1974, y sobretodo su aceleración en los noventa, minaron el modelo desarrollista autoritario establecido por Nasser desde 1952. Dejaron tras de sí una estela de polarización social (un 3% de la población realiza el 50% del gasto en consumo), de concentración de la riqueza (en manos de una elite millonaria conectada orgánicamente con el poder, de miembros del partido gobernante y el ejército) y de hundimiento de las condiciones de existencia del grueso de la población. Se generalizaron la subocupación y el desempleo, que golpea particularmente a la juventud entre ella la universitaria, con un 30% de paro. La inseguridad alimentaria se convirtió en un fenómeno estructural y la crisis alimentaria de 2008 provocó el aumento del 50% del precio de los alimentos básicos, afectando en particular al 40% de la población del país vive por debajo del nivel de “pobreza absoluta” de 2 dólares por día establecido por la ONU[7], e iniciando un ascenso del precio de la comida que continuaría en 2009 y 2010.
El impacto del ajuste neoliberal generó en ambos países el progresivo ascenso de las luchas sociales. En Túnez una fuerte revuelta en la cuenca minera de Gafsa estalló en 2008, como reacción al fraude en las nuevas contrataciones anunciadas por la empresa de fosfato que constituye el centro de la economía regional. Aplastada brutalmente y sin capacidad para extenderse por el conjunto del país, la revuelta en Gafsa fue una primera señal del descontento larvado. En paralelo, las corrientes de izquierda fueron ganando durante los últimos años peso creciente en muchas federaciones locales y sectoriales del sindicato oficial del régimen, la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT), autonomizándolas de facto de su dirección oficial central.
Más perceptible aún fue el renacer de la protesta en Egipto. Desde el año 2000 emergió un movimiento de solidaridad con la segunda intifada Palestina y, posteriormente, contra la guerra de Irak. Justo después, en 2004 emergió el potente movimiento pro-democracia Kifaya, que desafió las pretensiones de Mubarak de presentarse a un nuevo mandato en las presidenciales de 2005. En 2006 estalló una huelga en Mahalla, el mayor núcleo industrial de oriente medio. Su victoria estimuló la propagación de conflictos en todo el sector. Dos años más tarde, en abril de 2008, otra revuelta sacudió de nuevo la ciudad, motivada por el aumento del precio del pan. La crisis alimentaria del mismo año, aún sin causar un estallido dramático como las “revueltas del hambre” de 1977, provocó una multiplicidad de protestas y desórdenes locales. Las luchas en Mahalla en 2008 marcaban en cierta forma la culminación de diez años de ascenso progresivo de las protestas obreras, en los que más de 2.000.000 de trabajadores participaron en unas 3000 huelgas ilegales. En su apoyo nació el llamado “movimiento 6 de abril” lanzado a través de Facebook por jóvenes universitarios, luego motor del día de la ira del 25 de enero de 2011, generando un embrión de alianza entre estudiantes urbanos y trabajadores. El mismo año 2008 los trabajadores de hacienda consiguieron crear su propio sindicato autónomo. Aunque sin adquirir una dimensión nacional, se forjó un nuevo movimiento obrero en los centros industriales del país, que obtuvo algunas victorias que fueron cimentando confianza en la acción colectiva[8].
Retrospectivamente, pues, es posible identificar la gestación de una dinámica de acumulación de fuerzas en ambos países (y en otros de la región). Quizás imperceptibles en su verdadera dimensión, aunque no invisibles para los observadores atentos, las luchas de los últimos años, prepararon a modo del topo, “metáfora de quien camina obstinadamente, de las resistencias subterráneas y de las irrupciones repentinas”[9], este ascenso súbito de la protesta popular que hoy sacude la región.
Un proceso en marcha
El rápido derrocamiento de Ben Ali abrió una ola de movilizaciones que alcanza la práctica totalidad del mundo árabe, a través de una lógica de difusión e imitación. La “concatenación” de levantamientos populares en toda la zona, como señala Anderson[10] puede compararse sólo, por su magnitud y relevancia, a los episodios de las guerras de liberación de la América hispana, de 1810 a 1825, las revoluciones europeas de 1848-49 y la caída de los regímenes del bloque del Este de 1989-1991.
Hay que entender la ola revolucionaria desencadenada en el mundo árabe como un proceso que tiene unas características generales y que debe interpretarse en su globalidad y, al mismo tiempo, una concreción específica en cada país, cuya realidad específica es bastante divergente. Se trata de ni disolver las particularidades de cada situación nacional en un esquema generalizador, ni tener una visión fragmentaria del proceso. Su significado global ha comportado, en cualquier caso, el retorno del concepto “revolución árabe” que desde el fin del ciclo de radicalización de los años sesenta-setenta había ido apagándose[11].
“El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, estas rompen las barreras que las separan de la palestra política, (….). La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos» señalaba Trotsky[12]. Asimismo, para Mandel “una revolución es el derrocamiento radical en poco tiempo de las estructuras económicas y/o políticas de poder, por la acción tumultuosa de amplias masas. Es también la transformación brusca de la masa del pueblo de objeto más o menos pasivo en actor decisivo de la vida política (…).”[13]
Lo acontecido en Túnez y Egipto es, bajo este punto de vista, una verdadera revolución en el que las masas irrumpen abruptamente en la vida pública, desestabilizando el funcionamiento cotidiano del viejo orden y desafiando sus mecanismos de dominación. Al mismo tiempo la ruptura conseguida respecto al antiguo régimen en ambos países es muy parcial y tiene todavía fuertes carencias que muestran los límites de la propia fuerza disruptiva de las masas y de su capacidad para socavar el orden pre-revolucionario. Por ello puede resultar conveniente utilizar de forma más precisa el término “proceso revolucionario” para definir a los acontecimientos en curso y señalar así el carácter “inacabado” y aún “superficial” respecto a los cambios obtenidos. El “Proceso”, así es como la izquierda venezolana ha venido refiriéndose a la “Revolución Bolivariana”, con más o menos entusiasmo en función de sus avatares.
El carácter democrático y social de la “primavera árabe” (sin que el uso del término primavera implique tener visiones naif que minusvaloran las dificultades y sufrimientos que conlleva la conquista de derechos y libertades) ha hecho que las comparaciones con las revoluciones europeas de 1848 hayan sido frecuentes. El “1848 árabe”[14] tiene esta doble dimensión democrática y social entrelazada que se expresa en una aspiración simultánea a la democracia y la libertad y a la justicia social. Detrás de estos anhelos subyace un fuerte sentimiento de lucha por la dignidad, que tiene un componente individual, el deseo de una vida decente frente a las humillaciones cotidianas, y también un aspecto colectivo[15], de dignidad en tanto que pueblo o en tanto que «egipcio» o «tunecino», como reacción ante la desvalorización colectiva del propio mundo árabe y de sus naciones sumidas en un estado de decadencia y ocaso.
Un análisis serio de lo ocurrido en el mundo árabe debe tomar distancias con las teorías conspirativas que ven la mano de la CIA detrás de las movilizaciones. Las conspiraciones existen, pero no puede leerse la historia en clave conspirativa. La tesis conspirativa sobre las revueltas árabes carece de plausibilidad: ¿por qué los Estados Unidos y Occidente conspirarían contra sus propios guardianes, abriendo paso a un periodo de incertidumbre que puede escapar a su control? Y puede dársele la vuelta utilizando su propia lógica: ¿por qué no sostener que es el imperialismo quien conspira para sostener que las revoluciones son conspiraciones del imperialismo y así desacreditarlas? Podría afirmarse, por esta vía, como señala correctamente Alba Rico[16] que: “las conspiraciones imperialistas conspiran también con el propósito de volver paranoicos a los revolucionarios; es decir, para que acaben completamente absorbidos en la idea no revolucionaria de la omnipotencia del enemigo.”
Jóvenes, clases medias y trabajadores
El papel de la juventud en los levantamientos populares, en particular de clase media y con estudios, ha sido ampliamente señalado. Más en general, su rol entronca también con el protagonismo en las protestas de las clases medias urbanas y de sectores profesionales (como los abogados en Túnez) favorables a un cambio democrático y “modernizador”.
El peso de la juventud, más allá de su relevancia habitual en muchos procesos populares, concuerda bien con la pirámide de edad de la mayoría de países del mundo árabe. La juventud con estudios encarna y simboliza el sentimiento de frustración personal y colectiva ante la falta de libertades, la ausencia de perspectivas y el hastío por la vida cotidiana bajo regímenes corruptos y neoliberales. El movimiento estudiantil, en particular de bachilleres, jugó también un rol decisivo en Túnez, con su entrada en escena el 10 de enero. Fueron los jóvenes, sin duda, los iniciadores y desencadenantes de la caída de ambos dictadores y los impulsores de las protestas en los otros países de la región. Sin la chispa de la juventud no habría habido revolución.
El componente principal del movimiento juvenil está formado por jóvenes de clase media que encarna un proyecto “liberal-progresista”, partidario de las transformaciones democráticas y de la justicia social del que, por ejemplo, el conocido movimiento 6 de abril en Egipto sería su mejor exponente. Sin embargo, dentro del activismo juvenil tienen también un peso importante las corrientes radicales de izquierda, relevantes en movimientos, como el de los “jóvenes por la libertad y la justicia” cuyo horizonte revolucionario va mucho más allá de una mera revolución democrática y de algunas políticas redistributivas.
Pero junto con el componente generacional juvenil y el papel de las clases medias hay que remarcar también el papel de los trabajadores en el proceso revolucionario, “olvidado” en muchos relatos superficiales de los acontecimientos que buscan interesadamente presentarlos sólo como una rebelión juvenil y de las clases medias. Existe, sin duda, en este punto una verdadera “lucha por la interpretación” de las revoluciones en ambos países y por establecer su relato oficial.
En el caso tunecino destaca el papel de la UGTT, que actuó a menudo como palanca para la movilización a escala local, a través de muchas de sus federaciones y ramas locales controladas por la izquierda, quien consiguió en pleno proceso revolucionario que la central sindical abandonara su apoyo tácito a Ben Ali. En Egipto, la entrada de los trabajadores en la protesta con el inicio de una oleada de huelgas después de días de movilizaciones callejeras fue el factor decisivo para precipitar la caída de Mubarak. Más de 200.000 trabajadores participaron en la jornada de huelga del 8 de febrero en unos días cruciales en los que emergió un creciente movimiento huelguístico, involucrando a un amplio abanico de trabajadores, como los de la Autoridad del Canal de Suez, los empleados de Abul Sebae Textiles en Mahalla, las enfermeras del hospital de Kafr al-Zayyat, los empleados del autobús en El Cairo, de la industria farmacéutica y muchos más[17]. La creación de la Federación Egípcia de Sindicatos Independientes tras el levantamiento popular, como alternativa a la oficialista y corrupta Federación Sindical Egipcia, marcó un paso relevante en el desarrollo del movimiento obrero, si bien éste se encuentra con muchas dificultades y gran parte de los nuevos sindicatos independientes (más de 140 han sido fundados desde febrero, frente a sólo tres en el período de Mubarak) se han constituido más por una dinámica de arriba a bajo que por una creación de abajo arriba como consecuencia de luchas laborales.
Los trabajadores no fueron los iniciadores del proceso revolucionario ni quienes tuvieron el protagonismo central, pero su intervención fue decisiva en la caída de ambos tiranos.
Mujeres en revolución
Las mujeres tuvieron un papel significativo en las luchas contra Ben Ali, en la Plaza Tahrir o en las movilizaciones en Yemen, a menudo jugando un rol dirigente.
La posición subalterna en el seno de la sociedad de la mujer en el mundo árabe está reflejada por una amplia variedad de indicadores. Las mujeres representan un 25-30% de la fuerza de trabajo asalariada en la región (28’6% en Túnez y 20’1% en Egipto), frente a una media mundial del 45%. Sólo un 6’5% de los empleados del sector público son mujeres (31% en el caso egipcio), bastante menos del 15’7% mundial. Los salarios de las trabajadoras son sensiblemente inferiores a los de los hombres. Así, la ratio salarial hombre-mujer es, por ejemplo, de un 3’5 en Túnez o 4’3 en Egipto. La presencia de la mujer en la vida política es también sensiblemente débil. Por ejemplo, el porcentaje de mujeres diputadas va del 0% en Arabia Saudi (donde no tienen derecho a voto) o el 0’3 del Yemen, al 22’8% en Túnez, pasando por un 10’8% en Marruecos o un 2% en Egipto[18].
La condición de la mujer es, sin embargo, muy distinta país por país. Túnez destaca en particular como el país con una mejor situación para las mujeres. Tras la independencia, el nuevo régimen impulsó medidas favorables a la emancipación femenina, con la aprobación del Cogido del Estatuto Personal (1956) que abolía la poligamia y legalizaba el divorcio, el derecho a voto (1957) y la planificación familiar (1964). Hoy en día el 60% de los universitarios son mujeres, aunque la tasa de actividad femenina es inferior a la masculina. Y, por ejemplo, el 40% de los médicos y el 70% de los farmacéuticos son mujeres.[19]
Asimismo conviene señalar que en las últimas décadas las sociedades de los países del mundo árabe, aunque en grados distintos, han experimentado importantes transformaciones socioeconómicas que han modificado favorablemente la posición de la mujer, como la urbanización, la feminización del mercado de trabajo, la disminución de las diferencias de escolarización entre niños y niñas, la reducción de la natalidad, y la evolución progresiva del modelo de familia extensa hacia un “modelo de familia nuclear”[20].
El papel jugado por las mujeres en las protestas en curso rompe los estereotipos habituales sobre la mujer árabe, presentada como sumisa y sin poder alguno y recluida en el ámbito privado. La emergencia de un liderazgo femenino en las luchas en ascenso desafía, como señala Soumaya Ghannoushi, dos narrativas comunes sobre la mujer árabe: la dominante en los ámbitos islamistas conservadores que la concibe como devota esposa, madre y sexualmente pura, y la del discurso neo y social-liberal euronorteamericano, que la presenta como una pobre víctima que necesita la ayuda occidental y sus valores liberal-democráticos. Para la autora: “Este no es el tipo de mujer que ha emergido de Túnez y Egipto en las últimas semanas (…). Las mujeres árabes se rebelan contra ambas narrativas (…). Están tomando en mano de sus propios destinos, determinadas a liberarse a sí mismas mientras liberan a sus sociedades de la dictadura”[21].
El ascenso de la movilización popular, como es habitual, provoca cambios en la vida cotidiana de las personas y modificaciones en las relaciones entre hombres y mujeres. Varios comentaristas han señalado como el acoso sexual, un fenómeno frecuente en el espacio público en Egipto, desapareció durante los días álgidos de la ocupación de la Plaza Tahrir, y como las mujeres tuvieron un rol activo en la plaza.
Pasado el momento álgido inicial, sin embargo, la incertidumbre ha planeado sobre el futuro de las mujeres en la nueva situación. Así, la débil movilización del 8 de marzo en El Cairo terminó con un asalto de matones que instaban a las mujeres a volver al hogar. El ejército ha protagonizado episodios represivos de signo claramente machista como la realización forzada de “tests de virginidad” a mujeres arrestadas el 9 de marzo. La importante manifestación de mujeres del pasado 20 de diciembre, en protesta por la represión y el maltrato recibidos por muchas mujeres en la nueva ocupación de Tahrir marca, sin embargo, un punto de inflexión importante y supone la irrupción pública de las mujeres en tanto que mujeres como actor político visible y con reivindicaciones propias en el proceso revolucionario.
La ola revolucionaria en curso marca el despertar de un nuevo feminismo, todavía contradictorio, en el mundo árabe y la posibilidad de un cambio más sólido de los roles tradicionales de género. En cierta medida, el avance de las transformaciones en este ámbito será un termómetro (imperfecto) de la profundidad del propio proceso general de cambio social. Al igual que el conjunto de las conquistas sociales y democráticas, los avances en los derechos de las mujeres en los nuevos Túnez, Egipto o Líbia permanecen inciertos y los riesgos de involución, en un escenario de mayorías electorales islamistas y de colisión entre éstos y los restos del viejo orden como en Egipto, son muy importantes.
¿Revolución 2.0?
El papel de internet, y en particular de Facebook y Twitter, y la telefonía móvil ha sido señalado como crucial para el desarrollo de las protestas. Muchos testimonios han explicado como el régimen de Ben Ali asistió impotente a la propagación de las imágenes de las primeras protestas locales a través de Facebook y Youtube, como los jóvenes se coordinaban entre sí por las redes sociales en el ascenso de las movilizaciones en Egipto, o como a través de los videos en Youtube se divulgaron las primeras movilizaciones en Siria. Junto con las nuevas tecnologías hay que remarcar también la importancia de un medio de comunicación de masas tradicional, la televisión, vía Al Jazeera. La decisión del gobierno Mubarak de desconectar los proveedores de servicio de internet, las redes móviles y los receptores de la señal de Al Yazeera muestra la comprensión por parte del poder de la relevancia de estos medios como forma de propagación de las protestas. Durante las mismas Internet y la televisión por cable se retroalimentaron, emergiendo así, en palabras de Castells[22]: “un nuevo sistema de comunicación de masas construido como mezcla interactiva y multimodal entre televisión, internet, radio y plataformas de comunicación móvil.”
El tratamiento mediático habitual sobre las nuevas tecnologías es, sin embargo, muy superficial. Transmite la idea que la revolución se hace simplemente vía redes sociales y que sólo con comunicarse por la red ya basta. La generalización del uso de las nuevas tecnologías de la información en Egipto y Túnez y el peso de la juventud en las protestas suelen alimentar esta visión esquemática. En Egipto el 40% de los mayores de 16 años está conectado a internet (en el hogar, cybercafés o centros de estudios), cifra que alcanza el 60% entre los jóvenes urbanos, el 80% de los cuales tiene móvil. En Túnez 3’6 de sus 10’3 millones de habitantes usan internet, hay 1’4 millones de cuentas de Facebook y existen 8’5 millones de móviles en uso[23].
La realidad es más compleja. Las nuevas tecnologías facilitan según Castells[24] la “autocomunicación de masas” esencial para la movilización social y para cortocircuitar los mecanismos de control del poder. Pueden tener un rol decisivo para dinamizar la movilización social en un contexto donde cada vez más, nos hace notar Sadaba[25], “los movimientos sociales o alternativos actuales son cada vez más tecno-dependientes o comunicativo-dependientes” (y más aún en sociedades cada vez más fragmentadas como las europeas o con un espacio público reducido por la represión como las árabes). Pero Internet (y Al Jazeera) no han creado estas revoluciones. Han actuado como aceleradores y precipitadores, facilitando el éxito y la propagación de las movilizaciones, contribuyendo a definir su propia configuración y forma (en particular favoreciendo una dinámica de funcionamiento horizontal en red y con formas organizativas flexibles) y actuando también como espacios de politización y de formación de identidades movilizadas.
Sádaba remarca como la versión mediática convencional tiende a enfatizar el componente “tecnológico” de las nuevas formas de comunicación de masas. En realidad, para al autor: “deberíamos intentar comprender la hibridación conjunta entre tecnologías y personas (…). O, el solapamiento y la sinergia entre las redes sociales alternativas (culturales y políticas) y las redes mediáticas digitales. (…) Son las redes simultáneas de activistas y tecnología o la conjunción de revuelta popular con usos estratégicos de los nuevos medios digitales los protagonistas reales de los motines que hemos presenciado”. Esta es, creo, la adecuada forma de abordar las estrategias de comunicación de masas para los movimientos revolucionarios del siglo XXI, para quienes la importancia de las redes sociales y los medios electrónicos ha quedado una vez más patente en el caso del movimiento del 15M en el Estado español.
Una historia con final abierto
Un año después de su comienzo el proceso revolucionario sigue en pie. Así lo confirman las recientes movilizaciones en Egipto, el estallido de nuevas protestas en la cuenca minera tunecina de Gafsa y las movilizaciones en la capital después de las elecciones a la Asamblea Constituyente, la persistencia de las luchas en Yemen para el derrocamiento definitivo del régimen de Saleh, las movilizaciones en Libia contra de la dominación extranjera y de la labor del Consejo Nacional de Transición después de la caída de Gadafi o la cada vez más fuerte y valiente rebelión contra el régimen de Al-Assad en Síria.
Pero los levantamientos populares tienen que hacer frente a una feroz represión en aquellos países donde los regímenes todavía siguen en pie, como Siria, Bahrein o Yemen. Y donde las tiranías han sido derrocadas existen crecientes dificultades para profundizar el proceso revolucionario, para conseguir transformaciones económicas y sociales profundas, así como para contrarrestar desde el campo de la izquierda la fuerza del islamismo.
Como las elecciones en Túnez y en Egipto van mostrando, son las corrientes islamistas como Ennahdha y los Hermanos Musulmanes quienes, ante la inexistencia de otras alternativas competidoras con suficiente arraigo social, pueden capitalizar a corto plazo la situación abierta tras la caída de los régimenes anteriores y articular una nueva hegemonía que combine una política muy conservadora en el terreno de los valores, la família y la religión (más en el caso egípcio que en el tunecino), con un programa económico neoliberal sin ambajes. Por primera vez, sin embargo, ha emergido una corriente de radicalización social significativa en los páises árabes que escapa al islamismo quien, a pesar de su fortaleza, tiene dificultad para dar una respuesta convincente a las ansias de libertad y justicia social expresadas por la juventud movilizada. Su programa de corte neoliberal podría erosionar su base social una vez en el poder y mostrar los límites y contradicciones de su proyecto político y de modelo social. Después de décadas de agudo declive[26], la apertura del actual ciclo revolucionario abre la puerta por primera vez desde los años sesenta-setenta para la reconstrucción de una izquierda anticapitalista laica, aunque partiendo de un nivel de gran debilidad .
En ambos países estamos en un escenario donde se «enmarañan numerosa contradicciones complejas»[27] que pueden debilitar el potencial de los procesos en curso y facilitar su reconducción por parte de las elites dominantes. Existe una fractura significativa entre el grueso de las clases medias urbanas y de parte de la juventud movilizada, cuyo horizonte de cambio social puede limitarse al terreno democrático formal y al liberalismo, y las masas obreras y campesinas más pobres la satisfacción de cuyas aspiraciones requiere una transformación social profunda.
En esta situación un aspecto crucial de la estrategia de las clases dominantes y del imperialismo occidental que buscan frenar y controlar los cambios en marcha es alentar los conflictos religiosos, los enfrentamientos sectarios y los miedos identitarios, a través de estrategias distintas en función de cada contexto nacional, y ensombrecer así las aspiraciones y demandas democráticas y las reivindicaciones sociales y de clase. En Túnez esta política se traduce en la agitación por parte de muchos sectores de la burguesía liberal tunecina del miedo al islamismo entre las clases medias y los trabajadores para redefinir el debate político en un conflicto entre islamistas y fuerzas seculares y diluir así los antagonismos de clase y la dimensión social del proceso revolucionario. También se traduce en potenciar conflictos tribales y regionales en algunas partes del país. En Egipto esta estrategia se concreta en la complicidad de varios sectores del aparato de Estado egipcio con la violencia salafista contra la minoría cristiana copta. Esta lógica de enfrentamiento sectario inter-religioso choca abiertamente con el espíritu de las movilizaciones en Tahrir en las que todos los observadores[28] coinciden en destacar la ausencia absoluta de cualquier tensión entre musulmanes y cristianos. Así, ver a grupos de cristianos protegiendo a musulmanes en las horas de pregaria y viceversa, fue algo habitual en los días de ocupación de la plaza.
Dar por terminada la revolución o continuarla. Este es el dilema que recorre los procesos abiertos en Túnez y Egipto donde las fuerzas conservadoras buscan reconducir la dinámica abierta con la caída de los dictadores hacia una transición ordenada a régimenes semi-democráticos formales pero sin cambios sociales profundos en el terreno económico.
En Túnez después de la segunda ocupación de la Kasbah que consiguió durante febrero y marzo la dimisión del gobierno continuista de Ganoushi, la disolución del partido de Ben Ali, la confiscación de los bienes acaparados por su camarilla, y la convocatoria de elecciones para una Asamblea Constituyente, el nuevo gobierno consiguió recuperar una cierta iniciativa política con la creación de una Alta Instancia para preparar las elecciones que integraba el grueso de las fuerzas política y sociales del país. Con ello canalizaba parte de la dinámica popular hacia una lógica institucional, “hacía entrar la revolución en el marco del Estado”[29] y vaciaba de contenido al Consejo Nacional de Salvaguarda de la Revolución, creado en febrero por las fuerzas que se habían movilizado para la caída de Ben Ali a modo de organismo de coordinación de los comités locales y regionales surgidos durante el proceso revolucionario que representaban un embrión de poder popular alternativo a la institucionalidad oficial. El Frente 14 de enero, que agrupaba a varias organizaciones políticas de izquierda radical y nacionalistas fue perdiendo empuje, sufriendo divisiones internas sobre la orientación a tener, en un contexto donde los partidos integrantes tuvieron que dedicar cada vez más energías a la preparación de sus campañas electorales con vistas a las elecciones del 23 de octubre. Muchos de los comités locales de defensa de la revolución se fueron debilitando y vaciando. La participación popular disminuyó, algunos sectores los abandonaron en beneficio del trabajo institucional y en otros casos pasaron a ser controlados por el partido islamista Ennahdha.
El discurso gubernamental alimenta las ilusiones constitucionales y alienta a la desmovilización con un mensaje claro: la revolución popular terminó, es hora de volver a casa y dejar que la Asamblea Constituyente trabaje. Ésta está dominada por fuerzas, los islamistas de Ennahdha y los partidos de centro-izquierda del Congreso por la República (CPR) y Ettakol, favorables a las reglas básicas del capitalismo neoliberal y a una ruptura democrática efectiva con el viejo régimen pero dentro de una transición ordenada. Sin embargo en todos estos meses las luchas sociales, en un contexto de deterioro de la situación económica marcado por la persistencia y aumento del desempleo y del precio de los alimentos básicos, han seguido en pie. Muchas han sido las huelgas que han estallado, bajo el impulso de la izquierda sindical y política, pero en un escenario de aislamiento recíproco, con demandas muy sectoriales y en ausencia de consignas sociopolíticas generales unificadoras. La crítica a la política económica neoliberal, pero también las respuestas a las amenazas que pesan sobre los derechos de las mujeres y las libertades artísticas y académicas constituyen los ejes básicos de la protesta popular que busca continuar la revolución y evitar que el proceso se congele[30].
En Egipto, después de la caída de Mubarak, la estrategia del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), en alianza con los Hermanos Musulmanes, ha consistido en buscar una “transición ordenada” y dar por terminada la revolución, combinando los llamamientos a la vuelta a la normalidad y la desautorización de cualquier protesta (en particular las huelgas) con la firme represión a los núcleos activistas (más de 12.000 personas fueron juzgados por tribunales militares en el 2011). Las nuevas protestas en Tahrir y la represión en noviembre y diciembre marcan el inicio de una “segunda revolución” o la entrada en una “segunda fase” de la revolución en la que la diana es ya directamente la autoridad de la junta militar. Si bien los núcleos activistas nunca tuvieron confianza en el ejército, que controla más de un 20% de la economía del país, gran parte de la población sí lo veía en febrero como un aliado y un garante del cambio. Las protestas de noviembre, que condensaron el malestar larvado y las luchas acontecidas durante meses, suponen un salto adelante en la conciencia política de un sector amplio del pueblo egipcio y de su comprensión de los mecanismos de poder y del verdadero rol de las fuerzas armadas. Tienen lugar, conviene tenerlo presente, en un escenario de marcada crisis económica, una de cuyas manifestaciones más visibles es la inflación (el precio de la comida era en abril de 2011 un 20% más alto que un año antes), el aumento del desempleo y la pérdida de ingresos por el descenso del turismo.
La historia de las revoluciones muestra que los cambios sociales no son rápidos, ni acontecen sin una feroz reacción de las clases dominantes. El desarrollo de los proceso revolucionarios no es lineal y rectilíneo. Está plagado de retrocesos y avances, frenazos y acelerones, giros imprevistos y paradojas inesperadas. “Las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rodhus, hic Salta! ¡Aquí está la rosa, baila aquí!” escribía Marx en El 18 Brumario[31].
El desenlace de los procesos revolucionarios en marcha en el mundo árabe es absolutamente incierto y el balance de lo obtenido hasta ahora es contradictorio e inestable. No hay que embellecerlos obviando sus límites, ni desautorizarlos por no ser “auténticas revoluciones socialistas”. Involución y frenazo a los cambios democráticos, revolución democrática, y revolución social, son escenarios alternativos que compiten entre sí y que marcan futuros posibles distintos.
Junto con la ampliación de las libertades democráticas básicas en Túnez y Egipto y la caída de Gadafi, el principal logro de la “primavera árabe” es la recuperación de la confianza en la acción y poder colectivo, poniendo fin al sentimiento de impotencia y marginalización del grueso de la población y de los trabajadores. El desafío de la ola protestataria en curso es, como señala Achcar: “la profundización y la consolidación de las conquistas democráticas de forma que se pueda proseguir la construcción de un movimiento obrero social y político capaz de emprender una nueva fase de radicalización del proceso, sobre una base de clase”[32]. Se trata de que los procesos revolucionarios abiertos vayan hasta al final con todas las consecuencias provocando modificaciones sustanciales en el terreno económico y social, terminando en cierto modo las “revoluciones incompletas” iniciadas hace ahora un año. Aunque el avance hacia la transformación socialista de la sociedad no está hoy en el orden del día, si las élites dirigentes de todo el mundo árabe tienen como hoja de ruta la máxima gatopardiana de que “todo debe cambiar para que no cambie nada”, las fuerzas populares deben tener en mente el dilema crucial planteado por el Che en su mensaje a la Tricontinental: “o revolución socialista o caricatura de revolución”.
Libia y los dilemas internacionalistas
Libia ha sido el “eslabón débil” del proceso abierto con el derrocamiento de Ben Ali en Túnez por una triple razón: primero, las dificultades de los sublevados para derrocar al régimen y por la evolución de la revuelta en guerra civil, que ralentizó el imparable efecto dominó de la ola revolucionaria; segundo, por las controversias en la izquierda internacional sobre la caracterización del régimen de Gadafi; tercero, por la irrupción del imperialismo a través de la intervención militar auspiciada por la ONU.
El debate sobre Líbia en la izquierda internacional revela la necesidad de desarrollar una posición internacionalista consecuente, ajena tanto a la claudicación frente al imperialismo y a sus “guerras humanitarias” como a la vieja mentalidad campista que tan nociva ha sido en la historia del internacionalismo militante y que contradice los fundamentos de una práctica internacionalista genuina que requiere la capacidad de pensar en términos dialécticos y huir de simplismos.
Una posición favorable a la defensa de las libertades y la justicia social en Libia implica tanto la oposición sin titubeos al régimen despótico de Gadafi como a la intervención imperialista. Supone el apoyo genérico a la rebelión popular, sin que esto signifique tener simpatías o identificarse políticamente con la dirección de las fuerzas rebeldes agrupadas en el Consejo Nacional de Transición, formado en su mayoría por sectores que poco tienen que ver con un proyecto de transformación solidaria de la sociedad.
Más allá de Libia la necesidad de un internacionalismo consecuente aparece de nuevo en el caso sirio en el cual es necesario apoyar sin fisuras a la rebelión popular contra un régimen tiránico cuyo enfrentamiento con Occidente no le convierte en absoluto en progresista y favorable a los trabajadores y, al mismo tiempo, oponerse a cualquier eventual intervención imperialista militar (para ello la toma por parte de la propia oposición siria de una posición hostil a la intervención es algo fundamental para evitar proporcionar excusas justificadoras al imperialismo[33]).
Algunos sectores de la izquierda, en particular en América Latina bajo el impulso de Chávez, sostuvieron que Gadafi representaba un régimen “anti-imperialista” y “progresista” víctima de un complot imperialista. Dicha caracterización carece de fundamento. A pesar que en sus comienzos el régimen realizó medidas de redistribución de la riqueza éstas tuvieron siempre un alcance limitado y su impulso tras la llegada al poder del coronel en 1969 se agotó muy rápidamente. Durante sus cuarenta años de existencia fue una dictadura despótica y represiva, que abrazó el neoliberalismo como doctrina económica y restableció relaciones subalternas con el imperialismo norteamericano y europeo desde 2003[34]. La posición de Chávez tuvo varias consecuencias negativas: contribuyó a desorientar a parte de la izquierda internacional, a desgastar su propia credibilidad entre la opinión pública de los países árabes (hasta ahora grande por su oposición a la guerra de Irak, al ataque de Gaza, al enfrentamiento con Estados Unidos…) y a impedir una conexión política y simbólica entre los procesos latinoamericanos y árabes y, finalmente, dio munición a la derecha internacional que ha buscado siempre presentar a Chávez como un dictador y que se sintió encantada que éste se erigiera en defensor de un personaje como Gadafi[35].
La intervención militar al amparo de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU ha generado un importante debate internacional y ha marcado el renacer de los argumentos tramposos a favor de la “guerra humanitaria” que ya tuvieron su momento estelar durante las guerras de los Balcanes a finales de los noventa. Aunque posiblemente esta vez las justificaciones ideológicas del “humanitarismo militar”, aún siendo fuertes, hayan tenido menos fuerza que entonces, quizá porque la motivación imperialista por el petróleo libio y las ganas de protagonismo de Sarkozy y Cameron saltaban demasiado a la vista para adornarlas en exceso con cantos líricos en defensa de los derechos humanos y porque la crisis ha debilitado los mecanismos de legitimación ideológica del poder y de los “amos del mundo” y las pretensiones “civilizadoras” de Occidente, a pesar de la pompa grandilocuente de un Sarkozy en horas bajas.
Pero, más allá de los apologetas del humanitarismo militar, en el propio campo del anticapitalismo surgieron dudas reales sobre como posicionarse frente la intervención, ante la falta aparente de alternativas para defender a los rebeldes en Bengasi. “¿Qué otras opciones había si no queríamos que Gadafi ganara?” era la gran cuestión que se planteó[36]. Responder adecuadamente a esta inquietud era una tarea necesaria para evitar dar alas a quienes defienden desde la izquierda, como Los Verdes Europeos, la doctrina de las “guerras humanitarias”.
El hecho que la intervención fuera requerida por los rebeldes apareció con fuerza como un argumento a favor de la misma a los ojos de muchos activistas. Sin embargo, aunque su petición fuera perfectamente comprensible ante una situación desesperada esto no significa que haya que asumirla incondicionalmente. Los apoyos acríticos a partidos, fuerzas o gobiernos revolucionarios nunca ha sido patrimonio del internacionalismo consecuente. La solidaridad va acompañada del derecho a la crítica, de las discusiones fraternales y de la asunción de divergencias.
Las razones de la intervención internacional auspiciada por Francia y Gran Bretaña, una intervención militar improvisada y de muy bajo nivel en términos del número de operaciones aéreas si se compara con la de Kosovo y no digamos con las dos guerras de Irak, fueron diversas. Por un lado, estuvo la voluntad de recuperar el protagonismo perdido en la zona después del estallido imprevisto de las revoluciones en Túnez y Egipto, que en particular habían dejado en muy mala posición a la Francia de un Sarkozy muy interesado en una guerra para reforzar su débil posición interna y en encabezar una “cruzada humanitaria” destinada a intentar recuperar credibilidad entre la opinión pública árabe y francesa.
Por otro lado, la intervención buscaba asegurarse el mantenimiento del control del petróleo libio en un triple sentido. Primero, ante una posible caída de Gadafi se trataba de asegurarse el control de la futura Libia y una influencia decisiva en el nuevo régimen. Segundo, cuando se previó un escenario de guerra civil larga, se temió que ésta desestabilizara duraderamente el suministro petrolero. Tercero, después ante la creciente evidencia que Gadafi iba a vencer, creció el temor a que tras una masacre salvaje de la oposición fuera inevitable imponer sanciones comerciales al régimen[37]. En estas condiciones Gadafi dejó de ser ya útil a los intereses occidentales. La intervención militar buscó un cambio de régimen y la formación de un gobierno libio bajo tutela occidental.
Aunque la intervención en Libia se justificó en nombre de la defensa de los derechos humanos, coincidió, y no por casualidad, con la intensificación de la represión en el Golfo Pérsico, en particular en Bahrein, cuyos Estados se han aprovechado del desplazamiento de la atención internacional hacia Libia durante meses y obtuvieron carta blanca de Occidente para la represión a cambio de su apoyo a la guerra.
La alternativa internacionalista a la “guerra humanitaria”, lejos de un apoyo al dictador, pasaba por exigir el embargo de todos los bienes en el exterior de Gadafi y la entrega de éstos a los rebeldes, la adopción inmediata de sanciones comerciales y embargo económico contra Libia, incluyendo el cese de todas las explotaciones petroleras, la exigencia del suministro incondicional de armas a los rebeldes libios, y la posibilidad de algún tipo de mediación internacional, en caso de fin de la represión por parte de Gadafi ante la presión de las sanciones, para favorecer su salida del poder.
La victoria rebelde, a pesar de todas las contradicciones derivadas de un triunfo facilitado paradójicamente por la intervención imperialista de la OTAN y de los límites políticos evidentes del CNT, no sólo comportó la caída de un régimen despótico y brutal. Permitió dar un nuevo impulso a la ola democratizadora y al espíritu rebelde en todo el mundo árabe. No en vano una victoria gadafista hubiera supuesto un frenazo brutal al dominó revolucionario que avanza por la región desde el hundimiento de Ben Ali. Combatir ahora los intentos occidentales de tutelar la Libia postgadafi y pelear por un régimen independiente y verdaderamente democrático son los grandes desafíos para el futuro de Libia, donde las movilizaciones recientes contra el propio CNT muestran que la rebelión popular y los aspiraciones democráticas siguen vivas.
El terremoto árabe y Occidente
Aun es pronto para definir las consecuencias del terremoto político y social que ha sacudido la región, pues su desenlace es todavía incierto, pero su importancia geopolítica y significado histórico es de primer orden. La primavera árabe desestabiliza los cimientos de la economía del petróleo: “El antiguo orden se hunde y con su desaparición asistiremos al final de la era del petróleo barato y abundante (…). Aunque la rebelión no llegue a Arabia Saudí, el viejo orden petrolero de Oriente Medio ya no podrá reconstruirse. El resultado, sin duda, será un declive a largo plazo de la futura disponibilidad de petróleo exportable”[38]. Y debilita enormemente los mecanismos de dominación imperialistas de la región, en particular por la caída de Mubarak en Egipto, país clave en el dispositivo de control imperial desde la caída del Sha en Irán en 1979 y aliado fundamental de Israel. Abre con ello nuevas posibilidades para la lucha del pueblo palestino.
En su conjunto, los Estados Unidos y la Unión Europea transmiten una imagen de debilidad ante los acontecimientos en el mundo árabe que se enmarca en su trayectoria declinante en la geopolítica y la economía mundial, a pesar que todavía conserven múltiples resortes para no perder su influencia en una región clave, y que a través de la guerra en Libia hayan intentado ganar un nuevo protagonismo y asegurarse el control de un país relevante por sus recursos petroleros. Finalizada la etapa donde los Estados Unidos ejercían su dominio en todo el mundo árabe sólo a través de regímenes despóticos ahora el imperialismo norteamericano se ve obligado a compaginar el control de la región a través de los regímenes dictatoriales que subsisten, en particular los del Golfo, con la necesidad de atar en corto a las nuevas democracias, simultáneamente reforzando a las fuerzas liberales prooccidentales y forjando alianzas de interés con las fuerzas islamistas con apoyo popular, como es el caso de los Hermanos Musulmanes en Egipto, que garanticen la “gobernabilidad” de la región.
Las revoluciones en el mundo árabe fueron el aguijón que inició la ola de indignación global que ha marcado el año 2011, un año que, sin duda, será recordado como el de las revoluciones árabes y del ascenso del movimiento de l@s indignad@s. Mediante un efecto de emulación e imitación, la protesta llegó del norte de África a la periferia de Europa (si bien en el caso griego ésta había empezado ya anteriormente, recobrando ahora nueva vitalidad). El Mediterráneo se situaba así en el corazón de esta nueva oleada de contestación social, en un momento donde entrábamos en una segunda fase de la crisis que tiene en la zona euro su punto focal.
La caída de Ben Ali y Mubarak transmitió un mensaje muy claro: la idea de que la acción colectiva es útil. “Los levantamientos de Túnez y Egipto tienen una significación universal. Crean posibilidades nuevas cuyo valor es internacional” señaló certeramente Alain Badiou[39]. Del terremoto árabe no se desprende mecánicamente un tsunami social en Europa, debido a las grandes distancias culturales. El impacto en las conciencias de los trabajadores europeos es limitado pero el ejemplo árabe es un contrapunto importante a la acumulación doméstica de derrotas y un buen antídoto a la resignación. A falta de una cultura internacionalista sólida las victorias frente a los tiranos en Túnez y Egipto no son percibidas hoy por hoy por el grueso de los trabajadores europeos como victorias propias. Pero a pesar de su “exterioridad” estas “victorias ajenas” difunden un mensaje muy claro, “Sí se puede”, que ha calado entre sectores de la juventud europea y los círculos activistas. Un mensaje que ha sido crucial para el arranque de la rebelion de l@s indignad@s. Sin una Plaza Tahrir no hubiera habido un Sol o una Plaza Catalunya.
Hemos asistido así a la emergencia de un nuevo ciclo internacional de protesta que tiene su elemento motriz en la lucha contra los efectos de la crisis y ha tenido en la “indignación” su seña principal de identidad compartida y en la fórmula “acampada+ocupación de plaza” su palanca movilizadora inicial. En términos históricos representa el segundo gran ciclo movilizador posterior al fin de la guerra fría y a la proclamación del “nuevo orden mundial” a comienzos de los años noventa[40].
Junto con el desencadenante de las “movilizaciones indignadas” los acontecimientos en el mundo árabe tienen otra consecuencia para las sociedades y la izquierda europea. Así, en una UE marcada por un ascenso imparable de la xenofobia y, en particular la islamofobia, contribuyen a romper la asociación interesada entre inmigración de origen musulmán e integrismo religioso. Nada mejor que las luchas a favor de la democracia, la justicia social, las libertades personales, la emancipación de la mujer…para combatir los perjuicios culturales y la falacia del discurso del “choque de civilizaciones”. Al mismo tiempo, la efervescencia política en la región favorece una creciente politización de la población inmigrante residente en la UE, facilitando la confluencia entre ésta y la izquierda “autóctona”.
¿Revolution Reloaded?
En un mundo donde el horizonte de lo posible se ha ido estrechando cada vez más desde hace tres décadas a medida que avanzaba el rodillo neoliberal, el término “revolución” se ha movido entre el olvido en el terreno político y la banalización comercial. La irrupción súbita de las revoluciones en el mundo árabe lo ha colocado de nuevo en el centro del debate político y lo ha rescatado de usos exclusivamente publicitarios. Hacía años que no escuchábamos eslóganes como “aquí empieza la revolución” proferidos en las movilizaciones post 15M.
De hecho una de las paradojas del ciclo internacional actual en los países europeos es el retorno de la noción de “revolución” a raíz de las revoluciones en Egipto y Túnez, pero en un contexto marcado por la ausencia de expectativas fuertes de cambio social, como consecuencia de la acumulación de derrotas y retrocesos en las últimas décadas y la falta de victorias concretas significativas.
Es pronto para calibrar el alcance de este “regreso de la revolución”. Su fuerza dependerá de la profundidad final que adquieran las revoluciones árabes en curso. Ellas, con el permiso de la peculiar “revolución bolivariana” (cuyos límites no corresponde en este artículo analizar) y del ciclo de luchas abierto en Bolivia en el año 2000, constituyen las imprevistas primeras “revoluciones del siglo XXI”. “Siempre anacrónica, inactual, intempestiva, la revolución llega entre el ’ya no’ y el ’todavía no’, nunca a punto, nunca a tiempo. La puntualidad no es su fuerte. Le gustan la improvisación y las sorpresas. Sólo puede llegar, y ésta no es su menor paradoja, si (ya) no se la espera” señalaba Daniel Bensaïd[41].
Aunque todas tengan puntos en común, no hay dos revoluciones iguales. “Las revoluciones del siglo XXI serán nuevas y maravillosamente imprevisibles” escribía Michael Löwy [42] a comienzos de este siglo en la estela del ascenso del movimiento “antiglobalización” tras Seattle. Tras el huracán que recorre el mundo árabe tenemos ya experiencias prácticas revolucionarias que permitan un debate estratégico sobre acontecimientos reales del presente, en base a la memoria acumulada de las revoluciones pasadas. Hacer un esfuerzo por comprender estas revoluciones contemporáneas en marcha, conocerlas desde dentro y aprender de ellas es nuestra primera tarea para poder desarrollar una efectiva labor de solidaridad internacionalista y contribuir a fortalecer este tan imprevisto como esperanzador impulso revolucionario.
“No se puede explicar lo que es Matrix. Hay que verla” rezaba la publicidad de este conocido film. “No se puede explicar lo que es una revolución, hay que verla”, diríamos nosotros. O mejor aún, vivirla. (o hacerla, agrego yo, Atilio Boron, tal como decía Lenin en El Estado y la Revolución)
Notas
[1] Este artículo es una versión actualizada, ampliada y reformulada del publicado en Viento Sur 111 bajo el título “2011: el año de las revoluciones en el mundo árabe”. Josep María Antentas, profesor de Sociología de la UAB. Miembro del Centre d’Estudis Sociològics sobre la Vida Quotidiana i el Treball (QUIT)-Institut d’Estudis del Treball (IET). Miembro de la redacción de Viento Sur
[2] Voy a utilizar el término “mundo árabe” de forma general al ser el convencionalmente usado, aunque convendría señalar que sería políticamente más preciso hablar de “mundo árabe, árabe-berber (o amazigh) y africano”.Ver en este sentido: Achcar, G. «Las revoluciones árabes en perspectiva» (entrevista), Viento Sur, 08/08/2011 (disponible: http://www.vientosur.info/articulos…) y Khelifa, H “Los amazighs de África del Norte, Viento Sur, 17/04/11 (disponible en: http://www.vientosur.info/articulos…). También varias voces han señalado la necesidad de “africanizar” el análisis de los procesos en curso, remarcando que el epicentro de los mismos está en tres países africanos.
[3] Anderson, P “On the concatenation in the arab world”, New Left Review, nº 68, marzo-abril 2011.
[6] Chamki, F. “Dégage, degage, degage! Du passé faisons table rase!, Inprecor 569/570, febrero-marzo 2011
[7] Ajl, M. “Egyptian Protests, Grounded in decades of struggle, portend regional transformation”, MRZine, 04/02/11 disponible en: http://mrzine.monthlyreview.org/201…; Ben Nafissa, S. “Egipto: crisis alimentaria y mutaciones del espacio público” en Delcourt, L (coord.). La crisis alimentaria. Madrid: Popular, 2009. p.109-116.
[8]Beinin, J. «Workers’ Protest in Egypt: Neo-liberalism and Class Struggle in 21st Century», Social Movement Studies, Vol. 8 nº 4, 2009. p. 449-454; El-Hamalawy, H. «La revolución egipcia, diez años de gestación», Sin Permiso, 20/03/11, disponible en: http://www.sinpermiso.info/textos/i…
[9] Bensaid, D. Resistencias. Ensayo de topología general. Barcelona: El Viejo Topo, 2006.
[10] Anderson, P. Op. Cit.
[11]Achcar, G., intervención en la conferencia “Ni dictaduras ni guerras imperialistas. Túnez, Egipto, Libia…Viva la Revolución” (Barcelona, 31/03/11) disponible en video: http://www.revoltaglobal.cat/articl…). Habría que utilizar el concepto “revolución árabe” teniendo en cuenta las consideraciones sobre la cuestión nacional en el mundo árabe señaladas en la nota 2 del presente artículo
[12] Trotsky, L. Historia de la Revolución Rusa. Madrid: Sarpe, 1985;
[18] Datos proporcionados por el Arab Human Development Report 2010 y por Deiros, T, Centera, M, Abou-Kassem, O. “La revolución de las mujeres impulsalas revueltas árabes”, Público, 17/04/11
[19] Chamki, F. op. cit; Achour, S.B. “Ya no tenemos miedo, ya no hay ese silencio de plomo” (entrevista), Diagonal, enero 2011; Knidiri, M «Women in the arab societies: the case of Moroco», Optiones Méditerranéennes, 87, 2009.
[20] Martin Muñoz, G. “La revolución silenciosa de las mujeres árabes”, El País, 22/12/10
[21] Ghannoushi, S. “Arab woman: the powers that be”, The Guardian, 11/03/11
[22] Castells, M. “La wikirevolución del jazmín”, La Vanguardia, 29/01/2011
[24] Castells, M op cit.
[25] Sádaba, I, op cit.
[28] Kandil, H. «Revolt in Egypt» (entrevista), New Left Review 68, marzo-abril 2011.
[30] Baron, A «Un año después del comienzo de la primavera», Viento Sur, 31/12/2011, disponible en: http://www.vientosur.info/articulos…; Alba Rico, S. «Tunez, accidente y revolución», Viento Sur 115 p. 5-11;
[31] Marx, K. El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Madrid: Espasa Calpe, 1992
[34] Para una síntesis de la historia del régimen de Gadafi ver: Alba Rico, S. “En Líbia se ha producido una rebelión popular” (entrevista), Rebelión, 22/09/11, disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php…
[36] Este es el sentido del debate planteado por Gilbert Achcar (con independencia de si se comparten sus posiciones o no). Ver: “Allí la gente no quiere que vayan tropas extranjeras” (entrevista), Viento Sur, 20/03/11, disponible en: http://www.vientosur.info/articulos… “Un debate legítimo y necesario desde una perspectiva anti-imperialista”, Viento Sur, 25/03/11, disponible en: http://www.vientosur.info/articulos…; y “El discurso de Obama sobre Libia y las tareas de los anti-imperialistas”, Viento Sur, 03/04/11, disponible en: http://www.vientosur.info/articulos…
[39] Badiou. A. “Tunisie, Egypte:quand un vent d’est balaie l’arrogance de l’Occident”, Le Monde, 18/02/11
[40] Antentas, JM y Vivas, E “El nuevo internacionalismo de la indignación” en AAVV.Indignados del mundo uníos! Barcelona: Icaria, 2012 (próxima aparición)
[41] Bensaïd, D. La discordance des temps. Paris: Les Éditions de la Pasión, 1995.
[42] Löwy, M. “Revolución”, Viento Sur 50, junio 2000. p. 134-136
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Hola Francisco, me limito a repetir lo que dije en el programa: cuando 500.000 personas abandonan España por la crisis económica "emigran"; cuando 50 lo hacen de Cuba "huyen del comunismo". Si tiene alguna duda sobre el doble discurso de los medios hegemónicos le pongo un ejemplito más: cuando el gobierno de Venezuela compra el Banco Santander, con acuerdo de sus dueños, se dice que "Chávez se queda con el Santander"; cuando el gobierno de Washington se transforma en socio principal del Citicorp los diarios titulan "Obama rescata al Citicorp". En fin, los ejemplos serían interminables. Le recomiendo leer la profusa obra de Pascual Serrano sobre el tema. Ah, ¿vió que no lo censuré?
Estimado Atilio,
Lo acabo de ver 6,7,8. La verdad lo suyo fue una verguenza.
Allí Ud. dijo que los medios titulan "La gente se va de España por la Crisis" y "La Gente huye de Cuba". Para Ud. eso es ejmeplo del doble discurso de los medios.
Ud. debería saber que en Cuba hay permisos de entrada y salida. Es decir, a diferencia de España -y por suerte Argentina- el pueblo no tiene salvaguardado su derecho a la libre circulación.
Espero que reflexione y espero que no me censure.
Enlace a lo que afirmé sobre Cuba: http://tinyurl.com/8yf9ng4
Gracias por la info, Eduardo. Muy pertinente el comentario. Abrazos.
Gracias por la info, Eduardo. Muy pertinente el comentario. Abrazos.
Las revueltas en Siria son orquestadas por la CIA! Allí hay un claro es ejemplo de que no todas las revoluciones son impulsadas por las masas! Siria es el aliado de Iran. USA necesita quebrar esa alianza para debilitar a Teheran!
No lo consiguirán! Los poderosos misiles Sejil iranies estan preparados para entrar en acción en cualquier momento si USA osa attacar a Siria.