Ayer domingo dije en varias Redes Sociales que había quedado muy preocupado al ver este debate. Aparecía un Lula que no respondía con la suficiente contundencia a la retahíla de mentiras y agresiones de Bolsonaro. Y mientras éste apelaba a una retórica y una gestualidad demagógicas, dirigidas a inflamar el corazón y suscitar la indignación de la teleaudiencia, Lula hacía gala de un estilo sobrio, casi académico para responder a tan canallesco atacante. ¿Cuál estrategia comunicacional será más efectiva para llegar al electorado? Los debates televisivos no deciden una elección, salvo en rarísimas ocasiones. Pero ejercen una cierta influencia, y a mí se me encendieron las luces rojas de alerta.
Por eso, comparto este análisis de un distinguido colega y amigo que enseña en Brasil, profesor de Ciencia Política, en la Universidad Nacional de Río Grande del Norte, en Natal. Les pido que lean con mucha atención su informe.
Breve comentario sobre el debate de ayer
Gabriel E. Vitullo
Una oportunidad desperdiciada y un síntoma preocupante de la situación en la que acaban equiparándose dos candidatos con un legado y estatura política, moral e intelectual completamente diferentes. En el debate, Lula buscó ganar con argumentos detallados y elaborados y dichos en un tono casi profesoral, mientras que Bolsonaro respondió y provocó con clichés y frases bien ensayadas y adornadas. Creo que aquí hay un claro contraste entre la asesoría de uno y otro candidato: Lula sin tiempo para prepararse (con mítines prácticamente diarios) y con una asesoría aparentemente perezosa que se apoya en la inteligencia, la autosuficiencia y la sagacidad del candidato, mientras que el psicópata -sin ningún remordimiento de conciencia que pueda desestabilizarlo- tiene un equipo que inventa eslóganes y lo entrena sistemáticamente para el juego sucio. Muy parecido a lo que sucedió en los debates presidenciales de Argentina con Macri en 2015.
Este amateurismo de nuestra parte se notó incluso en la entrevista posterior al debate: mientras Lula aparecía sudoroso y cansado, con Janja y Gleise detrás, ambas con cara de velorio, Bolsonaro tardó en aparecer y sólo lo hizo después de haber pasado por el camarín donde recibió una dosis extra de maquillaje que eliminó el sudor de su cara. Por último, pero no menos importante: no parece haber, de nuestra parte -y de nuevo la responsabilidad recae mucho más en los asesores que en el propio Lula- ningún intento de crear una respuesta sintética, fuerte y eficaz que nos permita pasar a la contraofensiva sobre el tema de la corrupción y denunciar (y escapar) de la trampa “honestista/anticorrupcionista”, ese discurso moralista absolutamente hipócrita y selectivo, tan bien construido por los medios hegemónicos durante estas dos décadas para destruir a líderes y gobiernos populares en Brasil y en otros países.
En Ecuador pasó lo mismo en debate Arauz-Lasso.
El candidato académico quizo exponer razones y proyectos con decencia y racionalidad, estrellándose con la burla y sarcasmo populachero del mamarracho banquero.
El resultado adverso concluye que para llegar a las masas, hay que preparar estupideces, que lleguen y golpeen los sentidos del elector mayoritariamente ignoranton, que no gusta ni entiende de razonamientos.
Los candidatos nobles, pretenden ser entendidos y pronto se ven humillados por la voragine de idioteces que sueltan las candidaturas inmorales con discursos para ignorantes.
Totalmente de acuerdo. Acá sorprendió en su momento la debilidad de Scioli frente a Macri y ahora un Alberto Fernández que sigue en otras parecidas. Pareciera que existe el miedo de parecer exaltados como si la serenidad y la proporción fueran la mejor campaña. Tal vez los movimientos populares le estén hablando a monjes tibetanos.