Asalto al poder en Brasil
mayo 13, 2016

(Por Atilio A. Boron) Una pandilla de
bandidos tomó por asalto la presidencia de Brasil. La integran tres actores
principales: por un lado, un elevado número de parlamentarios (recordar que
sobre unas dos terceras partes de ellos pesan gravísimas acusaciones de
corrupción) la mayoría de los cuales llegó al Congreso producto de una absurda
legislación electoral que permite que un candidato que obtenga apenas unos
pocos centenares de votos acceda a una banca gracias a la perversa magia del
“cociente electoral”. Tales eminentes naderías pudieron destituir
provisoriamente a quien llegara al Palacio del Planalto con el aval de 54
millones de votos. Segundo, un poder judicial igualmente sospechado por su
connivencia con la corruptela generalizada del sistema político y repudiado por
amplias franjas de la población del Brasil. 
Pero es un poder del estado herméticamente
sellado a cualquier clase de contraloría democrática o popular, profundamente
oligárquico en su cosmovisión y visceralmente opuesto a cualquier alternativa
política que se proponga construir un país más justo e igualitario. Para colmo,
al igual que los legisladores, esos jueces y fiscales han venido siendo
entrenados a lo largo de casi dos décadas por sus pares estadounidenses en
cursos supuestamente técnicos pero que, como es bien sabido, tienen
invariablemente un trasfondo político que no requiere de mucho esfuerzo para
imaginar sus contornos ideológicos. El tercer protagonista de esta gigantesca
estafa a la soberanía popular son los principales medios de comunicación del Brasil,
cuya vocación golpista y ethos profundamente reaccionario son ampliamente
conocidos porque han militado desde siempre en contra de cualquier proyecto de
cambio en uno de los países más injustos del planeta.

Al separar a Dilma Rousseff de su cargo (por
un plazo máximo de 180 días en el cual el Senado deberá decidir por una mayoría
de dos tercios si la acusación en contra de la presidenta se ratifica o no) el
interinato presidencial recayó sobre oscuro y mediocre político, un ex aliado
del PT convertido en un conspicuo conspirador y, finalmente, infame traidor:
Michel Temer. Desgraciadamente, todo hace suponer que en poco tiempo más el
Senado convertirá la suspensión temporal en destitución definitiva de la
presidenta porque en la votación que la apartó de su cargo los conspiradores
obtuvieron 55 votos, uno más de los exigidos para destituirla.Y eso será así
pese a que, como Dilma lo reconociera al ser notificada de la decisión
senatorial, pudo haber cometido errores pero jamás crímenes. Su límpido historial
en esa materia resplandece cuando se lo contrasta con los prontuarios
delictivos de sus censores, torvos personajes prefigurados en la Ópera del
Malandro de Chico Buarque cuando se burlaba del “malandro oficial, el candidato
a a malandro federal, y el malandro con contrato, con corbata y capital”. Ese
malandraje hoy gobierna Brasil.



La confabulación de la derecha brasileña
contó con el apoyo de Washington  -¡imaginen como habría reaccionado
la Casa Blanca si algo semejante se hubiera tramado en contra de alguno de sus
peones en la región!  En su momento Barack Obama envió como
embajadora en Brasil a Liliana Ayalde, una experta en promover “golpes blandos”
porque antes de asumir su cargo en Brasilia, en el cual se sigue desempeñando,
seguramente que de pura casualidad había sido em
bajadora en Paraguay, en
vísperas del derrocamiento
“institucional” de Fernando
Lugo.  Pero el imperio no es omnipotente, y para viabilizar la
conspiración reaccionaria en Brasil suscitó la complicidad de varios gobiernos
de la región, como el argentino, que definió el ataque que sus amigos
brasileños estaban perpetrando en contra de la democracia como un rutinario
ejercicio parlamentario y nada más.
En suma, lo ocurrido en Brasil es un
durísimo ataque encaminado no sólo a destituir a Dilma sino también a derrocar
a un partido, el PT, que no pudo ser derrotado en las urnas, y a abrir las
puertas para un procesamiento del ex presidente Lula da Silva que impida su
postulación en la próxima elección  presidencial. En otros términos,
el mensaje que los “malandros” enviaron al pueblo brasileño fue rotundo: ¡no se
les vuelva a ocurrir votar a al PT o a una fuerza política como el PT!, porque
aunque ustedes prevalezcan en las urnas nosotros lo hacemos en el congreso, la
judicatura y en los medios, y nuestro poderío combinado puede mucho más que sus
millones de votos.
Grave retroceso para toda América Latina,
que se suma al ya experimentado en la Argentina y que obliga a repensar que fue
lo que ocurrió, o preguntarnos, en línea con el célebre consejo de Simón
Rodríguez, dónde fue que erramos y por qué no inventamos, o inventamos mal. En
tiempos oscuros como los que estamos viviendo: guerra frontal contra el
gobierno bolivariano en Venezuela, insidiosas campañas de prensa en contra de
Evo y Correa, retroceso político en Argentina, conspiración fraudulenta en el
Brasil, en tiempos como esos, decíamos, lo peor que podría ocurrir sería que
rehusáramos a realizar una profunda autocrítica que impidiera recaer en los
mismos desaciertos.


En el caso del Brasil uno de ellos, tal vez
el más grave, fue la desmovilización del PT y la desarticulación del movimiento
popular que comenzó en los primeros tramos del gobierno de Lula y que, años
después, dejaría a Dilma indefensa ante el ataque del malandraje político. El
otro, íntimamente vinculado al anterior, fue creer que se podía cambiar Brasil
sólo desde los despachos oficiales y sin el respaldo activo, consciente y
organizado del campo popular. Si las tentativas golpistas ensayadas en
Venezuela (2002), Bolivia (2008) y Ecuador (2010) fueron repelidas fue porque
en esos países no se cayó en la ilusión institucionalista que,
desgraciadamente, se apoderó del gobierno 
y del PT desde sus primeros
años.
Tercer error: haber desalentado el debate y la
crítica al interior del partido y del gobierno, apañando en cambio un
consignismo facilista que obstruía la visión de los desaciertos e
impedía corregirlos antes de que, como se comprobó ahora, el daño fuera
irreparable. Por algo Maquiavelo decía que uno de los peores enemigos de la
estabilidad de los gobernantes era el nefasto rol de sus consejeros y asesores,
siempre dispuestos a adularlos y, por eso mismo, absolutamente incapacitados
para alertar de los peligros y acechanzas que aguardaban a lo largo del camino.  Ojalá
que los traumáticos eventos que se produjeron en Brasil en estos días nos
sirvan para aprender estas lecciones.

10 Comentarios

  1. Carlos Díaz

    Hasta el segundo mandato de Lula, la alianza parecía funcionar. Brasil había revertido las políticas de los 1990’s, había cerrado la economía a las importaciones y pasó a subsidiar fuertemente a las empresas nacionales (especialmente a través del banco de desarrollo BNDES). Bajos intereses en préstamos fueron garantizados para financiar fusiones de empresas a gran escala, creando monopolios en el país (los así llamados “campeones nacionales”, tales como BRF, Fibria, Oi, JBS, Friboi, entre otros). Los agronegocios también se volvieron un vasallo leal al gobierno, el cual protegió a los latifundistas de la competencia extranjera mientras apuntalaba su crecimiento al interior del país por medio de préstamos subsidiados y precios risibles. La reforma agraria también se convirtió en una promesa aplazada y lejana para el PT. Los altos precios de las materias primas en la década de los 2000’s mantuvieron a flote una gran parte del crecimiento económico brasileño durante el gobierno de Lula. Los movimientos que tenían alguna voz al interior del PT (tales como el Movimiento de los Trabajadores sin tierra y la Central de Trabajadores Unidos) trabajaron violentamente para silenciar los descontentos.
    Al igual que John Kenneth Galbraith, el Partido de los Trabajadores concluyó que solo una economía de grandes corporaciones controlada parcialmente por cada estrato social (trabajadores, gente de negocios y políticos) debía ser capaz de producir crecimiento y beneficios para todos.

    Esto es una operación fascista: Se trata de unir a todos los sectores nacionales bajo un mismo paraguas, pero esto solo puede hacerse exterminando a la disidencia. El ideal de nación justifica la reconciliación de todas las clases, las cuales están, por el momento, representadas únicamente por la élite. En el caso de Brasil, los trabajadores fueron escuchados por medio de los burócratas de los sindicatos — quienes, bajo el control del PT, fueron libres de llegar a acuerdos con gente poderosa de negocios y los viejos políticos.
    Cuando el despilfarro del Estado en subsidiar grandes corporaciones comenzó a ser insostenible para las arcas públicas del país, la deuda pública explotó y el crecimiento se esfumó, la naturaleza autoritaria del PT se mostró al descubierto por sí misma. Hemos sido testigos del desalojo violento de las favelas ante los trabajos públicos de construcción para la Copa Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos; las fuerzas armadas fueron enviadas a reprimir las protestas; los militares ocuparon zonas pobres; la policía brasileña estatal comenzó a crecer incontrolablemente — la población carcelaria del país incrementó en un 7% cada año desde el 2002, sobre todo con gente pobre y de etnia negra.

    Las políticas empleadas durante 14 años del PT no fueron una casualidad: No fueron una desviación, no fueron un “giro a la derecha” luego de alcanzar el poder. El proyecto fue simplemente eso. Lula trabajó arduamente para consolidar el Estado corporativista en Brasil. Dilma Rousseff siguió el mismo sendero. Hoy en día, es un programa fallido — es incapaz de generar crecimiento y permitió descomunales esquemas de corrupción investigados por la Operación Lava Jato, la cual tiene posibilidades de enviar a prisión al mismo Lula.

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  2. Carlos Díaz

    Existe la tentación de atribuir la crisis del gobierno a factores tales como la incapacidad política de Roussef — una carrera como burócrata, un alejamiento de los movimientos sociales de base, inhabilidad para articular las más simples negociaciones. Pero la falla del PT fue construida a largo de más de una década, remontándonos hasta el periodo anterior a la victorial electoral de Lula en 2001.

    Cuando Lula Da Silva fue electo presidente, el proyecto del PT fue en esencia una alianza de tipo fascista entre los grandes magnates de negocio brasileños, los burócratas de los sindicatos, y los antiguos caciques políticos. Fue un Leninismo corporativo, donde el estado controló las grandes porciones de recursos naturales, distribuidas entre las élites, y mantuvo a raya cualquier muestra de disidencia. China fue el modelo soñado para la cúpula petista.

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  3. Carlos Imendia

    Un proceso sin duda maleado pero no le llame golpe que a golpe no llega. La rampante corrupción de ella no abonaba, pese a las colas de sus jueces. Chao Dilma

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  4. Anónimo

    No descansa la izquierda vernácula en su afán de ver fantasmas donde no los hay. Igual que Maduro, que dice que el "golpe" en Brasil es orquestado (como toda "desgracia" que afecta a la región) por el Imperio.

    Sería bueno que esa izquierda vetusta, que no cambia su discurso aunque el sistema político y económico cuya superioridad proclama a los cuatro vientos, fracasó en el mundo más desarrollado en 1990-1991 y continúa demostrando su fracaso en Cuba, entienda que no hubo ningún golpe de Estado en Brasil. Todos e manejó, al pie de la letra, conforme las instituciones y la Constitución del país vecino. No se pudo probar –y quizá no lo hubo– un delito de responsabilidad de cohecho en la mandataria suspendida. Pero sí dejó hacer, desde que dirigía la monumental Petrobrás, y sí permitió falseamiento de estadísticas en los grandes indicadores económicos. Además, aunque no se dice, se le endilga el fracaso de su modelo económico, que no permite que Brasil crezca desde ininterrumpidamente hace cuatro años. Eso se le está cobrando.

    La República Argentina, que el 10 de diciembre pasado volvió a ser una verdadera república por el voto impecable de más del 51 % de sus ciudadanos, ya que durante 12 años se asemejó a una democracia populista, no se va a sumar al coro de sicofantes de la izquierda radical de la región que clama por un golpe que no es tal.

    Habría que ver qué habrían dicho Castro, Maduro, Morales y Correa si lo que se hubiera depuesto en Brasil hubiera sido un gobierno de "derecha", como el de Collor de Melo en 1992.

    No hubieran dicho ni mu. Al contrario, habrían festejado a lo largo y a lo ancho de la Latinoamérica del ALBA.

    Responder
    • Marcelo Calvo

      Se es de derecha por interés o por ignorancia. Vos anónimo ya pudiste comprar tus 2 millones de dólares mensuales y fugarlos al exterior??

      Responder
    • Marcelo Calvo

      Se es de derecha por interés o por ignorancia. Vos anónimo ya pudiste comprar tus 2 millones de dólares mensuales y fugarlos al exterior??

      Responder
  5. Ruben

    Dilma no cometió ningún acto de corrupción,no existen pruebas en su contra, por lo tanto esto se trata de un golpe.
    Un golpe perfectamente planificado y ejecutado por la derecha neoliberal,sus grandes medios de prensa y el imperialismo yanqui(Michel Temer era informante de la embajada de EEUU).Los golpistas no se conforman con echar a Dilma, también buscan desprestigiar a Lula , tirar abajo su futura candidatura presidencial y finalmente eliminar de la escena política al PT.
    En épocas pasadas, cuando querían echar gobiernos que se atrevían a tocar sus intereses las oligarquías latinoamericanas y sus aliados yanquis ,sacaban los tanques a las calles, hoy utilizan otros métodos mas sutiles.Esto se vió en los últimos años en varios países en los que había gobiernos progresistas, nunca en países (des)gobernados por la derecha.

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  6. Anónimo

    Usted se olvida de tres aspectos fundamentales:
    1. La destituibilidad es una característica de la Democracia
    2. La corrupción del PT y de Lula que hasta se robó un crucifijo del palacio de gobierno
    3. La bajísima popularidad de Dilma

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  7. FOLLADORDEPROSTIS

    Es cierto que muchos de los senadores ,diputados que promueven el juicio político contra Dilma tienen serias acusaciones de corrupción en su contra tb es cierto que en el gobierno del PT se han descubierto escándalos de corrupción,nomas basta ver el escándalo de lava jato,y aunque es injusto y exagerado la suspensión de Dilma,que no olvide Atilio y los demás intelectuales de izquierda que a Collor De Melho tb lo destituyeron a inicios de los 90's ,pero ahí los intelectuales de izquierda no dijeron ni pío,y si un juicio político se iniciara contra 1 presidente derechista como Peña Nieto o Santos??? ahí se estarían quejando los intelectuales de izquierda/???

    Responder

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Sobre el Autor de este Blog

Atilio Alberto Borón (Buenos Aires, 1 de julio de 1943) es un politólogo y sociólogo argentino, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Harvard. Actualmente es Director del Centro de Complementación Curricular de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Avellaneda. Es asimismo Profesor Consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador del IEALC, el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe.

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