A continuación, la nota que escribí para el Suplemento Especial de Página/12 (Buenos Aires) sobre el golpe de 1976. Aparte de celebrar el acto de memoria que significa este feriado nacional en la Argentina en esa breve contribución hago un llamado a estar en guardia ante los legados y las huellas que una experiencia traumática como esa ha dejado en la sociedad argentina. Herencias que todavía hoy enturbian nuestras vidas y ponen en evidencia la fragilidad de nuestras conquistas democráticas. Un llamado, en síntesis, a no bajar la guardia. La dictadura se fue, pero sus secuelas -no todas, pero sí algunas- siguen entre nosotros.
Página/12, 24 de marzo 2011
Suplemento Especial: A 35 años del golpe.
El golpe militar de 1976: 35 años después
Por Atilio A. Boron
Es importante, al cumplirse 35 años del golpe, continuar ejercitando la memoria. El olvido o la negación sólo servirían para facilitar la repetición de tan atroz experiencia. Recordar y actuar, pero sin limitarnos a las manifestaciones políticas del terrorismo de Estado y sus políticas de exterminio. Hay que llegar al cimiento sobre el cual éstas se construyeron: el proyecto neoliberal, que para prevalecer requiere de una dosis inaudita de violencia y de muerte. Gracias a la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida algunos de los tenebrosos ejecutores del plan genocida están entre rejas, pero hasta ahora sus instigadores han logrado evadir la acción de la Justicia. Hoy, veintiocho años después de recuperada la democracia, ya no es mucho lo que se puede hacer … (clic abajo en Más información) teniendo en cuenta la edad de los principales responsables. Esta es una de las lecciones para recordar: se juzgó a los responsables del terrorismo de Estado, y en ese sentido es importante destacar que en esta materia la Argentina se ubica indiscutiblemente a la vanguardia en el plano internacional. Pero los instigadores y beneficiarios del terrorismo económico y sus cómplices, en los medios, en los partidos, los sindicatos, la Iglesia, la cultura y las universidades, han disfrutado, hasta ahora, de total impunidad. Se ha juzgado y condenado a quienes fueron su instrumento, pero dejando de lado el enjuiciamiento a quienes pusieron en marcha un plan que sabían muy bien sólo lograría imponerse mediante la más brutal violación de los derechos humanos. El proceso llevado a cabo en el caso de Papel Prensa es un avance, así como algunas causas en las cuales se ha involucrado a Martínez de Hoz; pero siendo importantes son insuficientes. Esta es una de las asignaturas pendientes que debe ser aprobada cuanto antes. Ojalá que la discusión suscitada por este luctuoso aniversario pueda servir para profundizar la investigación sobre los instigadores y cómplices antes de que sea demasiado tarde.
La experiencia internacional de países como Alemania, Italia, España y Portugal demuestra que los legados autoritarios no son de fácil o inmediata asimilación. Son procesos de largo plazo y, en nuestro caso, se impone averiguar cuáles son las herencias que ha dejado una experiencia tan traumática como la de la última dictadura militar. Es razonable suponer, por ejemplo, que algunos de los crímenes más estremecedores de los últimos tiempos como los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, del maestro Carlos Fuentealba, del joven Mariano Ferreyra, de los aborígenes qom en Formosa, o el de los ocupantes del Parque Indoamericano, amén de las desapariciones de Julio Jorge López y Luciano Arruga, son ecos luctuosos de aquel desgraciado período de nuestra historia. Otros legados, como la impunidad castrense, fueron metabolizados y superados, pero los absurdos privilegios de que goza la renta financiera, anclados en la Ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz, insólitamente vigente luego de tantos años, continúan ejerciendo su perniciosa influencia, al igual que la extranjerización de los principales sectores de la vida económica, la inequidad del régimen tributario y el despojo de las riquezas nacionales. Una herencia particularmente gravosa de aquel aciago período es la destrucción del Estado nacional, obra en la cual lo iniciado por la dictadura –recordar su consigna: “achicar el Estado es agrandar la nación”– adquirió inédita profundidad y ribetes escandalosos durante el decenio menemista. Los gobiernos sucesores sólo tímidamente emprendieron la urgente y necesaria tarea de reconstruir al Estado, misión imposible sin una reforma impositiva que asegure el adecuado financiamiento del aparato estatal. De ahí la paradoja, que no pasa inadvertida para nadie, de una economía que crece aceleradamente en convivencia con un Estado muy pobre que, por ejemplo, debe confiar en las declaraciones de los oligopolios petroleros o mineros para saber cuál es el monto o la cuantía de sus exportaciones, porque ni el Estado nacional ni los estados provinciales disponen de los recursos humanos y técnicos para dicha tarea; o que depende de otro país para imprimir el papel moneda que necesita su población. Acabar con este deplorable legado es una de las tareas más urgentes: sin un Estado reconstruido y dotado de los recursos que exigen sus múltiples y esenciales funciones, difícilmente la bonanza económica podrá traducirse en progreso social.
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Me parece importante el balance de las cuestiones más de raiz que promovieron el golpe cuestiones que lamentablemente lo sobrevivieron. En ese marco, no coincido con eso de que el problema sea "el proyecto neoliberal, que para prevalecer requiere de una dosis inaudita de violencia y de muerte", me parece que plantearlo así limita ese importante balance. El proyecto liberal fue en todo caso la respuesta del estado capitalista a la crisis del estado anterior (desarrolista, benefactor, de posguerra y demás nombres que se le pusieron) que se había vuelto insostenible para el capital. Entonces, sería mejor decir que el que necesita una dosis inaudita de violencia y muerte es el capitalismo.
Entiéndaseme. No es una cuestión de formas sino el problema de poder deducir correctamente cual es el problema. ¿Hay dos capitalismos, uno que necesita violencia y otro que no? ¿O hay una continuidad de épocas en las que predominan los buenos modos – aunque Ferreyra y demás – y de otras en que esos buenos modos no alcanzan para domesticar y mantener el orden en la fábrica de plusvalía?
Atilio coincido con usted en lo fundamental: la dictadura instalada el 24 de marzo de 1976 tenía por objetivo eliminar toda posible resistencia tanto política como gremial a la política económica "liberal" dictada por los EEUU y los grandes centros de poder económico que se conformaron luego de la crisis de los 70. Genocidio, represión e imposición ideológica sobre el conjunto de la población fueron las diversas caras del régimen. También creo que, a pesar de su huida hacia adelante y el desastre de Malvinas, logró la mayor parte de sus objetivos en lo económico y en lo ideológico. Luego del interregno del Dr Alfonsín que puso, hasta donde le dio el cuero, el eje en lo ético y en la condena al terrorismo de estado vino el "Mascarón de proa" de Menem a completar la tarea iniciada en el 76 en lo económico y en lo ideológico y hay que reconocer que en una medida muy grande lo logró. Como ocurriría en otros países del mundo más tarde, esas políticas con enormes costos sociales en términos de pobreza, desempleo y exclusión terminaron por explotar en 2001. Pero Menem nos dejó como legado un estado inexistente. Solo disiento con usted en como entiendo que ve el período iniciado en el 2003. Yo veo un intento aún inconcluso pero que se ha ido fortaleciendo año tras año, de dar la lucha ideológica en la reconstrucción del rol y del papel de estado en una sociedad democrática moderna. Según lo veo esa tarea que implica un cambio de ideología en amplias capas de la población para darle sustento en el tiempo, es una condición para someter al capitalismo concentrado a condiciones cada vez más restrictivas en tanto se alientan y fortalecen otras formas más socialistas de producción, en una coexistencia que será difícil pero inevitable.